La Biblia desenterrada.

Por: Osvaldo Meza. (osvaldomeza11@gmail.com)

Reseña de “La biblia desenterrada” De Israel Finkelstein y  Neil Asher Silberman

             Es increíble lo poco que puedes llegar a saber de un juego que has jugado toda tu vida’

Mickey Mantle (Beisbolista estadounidense)

 

Este libro publicado en 2001 originalmente en inglés y con edición en castellano de 2003 le deja a un lector la misma impresión que manifestó el beisbolista arriba mencionado, sobre todo si habla y lee en castellano.

Nací y mucho tiempo crecí como cristiano, y como testigo de Jehová que fui, leí como mínimo cinco veces la Biblia, de Génesis a Revelación o Apocalipsis. Si bien la lectura selectiva y explicada desde el púlpito cegaba por completo cualquier análisis crítico del libro más vendido todos los años, inevitablemente las cosas en el Génesis no cuadraban.

Ya fuera del ámbito religioso y desbancado por completo todo atisbo de veracidad del relato de la creación, nunca había considerado que lo después mencionado en la biblia no fuera verdad. Pensaba que tal vez había imprecisiones cronológicas en algunos años o tal vez siglos pero ya siendo crítico con los textos sagrados, jamás pensé que algunos pilares de la tradición bíblica pertenecieran nada más y nada menos que al terreno de la literatura más fantástica y mejor planeada del mundo antiguo, cuya fuerza e impacto en la vida real sigue vigente.

La lectura de la biblia, la doctrina de la Iglesia, la de los otros dos principales monoteísmos (judaísmo e islamismo) y las miles de referencias culturales que enmarcan nuestro aprendizaje están implícitos en nuestra sociedad occidental, y tal como manifestó el filósofo Lessing: ‘’ La superstición en la que fuimos educados conserva su poder sobre nosotros aun cuando lleguemos a no creer en ella’’. Nunca mejor dicho. Es por eso que este libro es de por más interesante.

¿Qué ocurre cuando el lector bienintencionado e imparcial pero educado en el seno de una cultura cristiana se entera que no hay evidencias que respalden la existencia de los patriarcas? ¿O que el Éxodo bíblico nunca existió? ¿O que la gloria del rey David y que las riquezas del rey Salomón no son tales?

Pues ocurre que experimenta un escepticismo intenso, producido por lo que en psicología se llama efecto Einstellung (del alemán que significa ‘’configuración’’). Básicamente significa que la primera impresión o idea que tenemos de un determinado fenómeno impide plantearse otras posibles concepciones de un determinado fenómeno. Es por este efecto que cuesta más reaprender algo de nuevo que aprender desde cero. Desde pequeños hemos incorporado muchas ideas y relatos bíblicos que no imaginamos otras explicaciones más allá de las que se encuentran en la biblia. Es por eso que siempre nos cuesta aceptar la idea de la verificación independiente respecto a los acontecimientos allí narrados.

Debe hacerse una aclaración. Este libro sirve como una introducción a los grandes temas de la biblia.

Si bien el título es amplio, en realidad abarca solamente al antiguo testamento (Léase desde Génesis hasta Malaquías) y se centra sobre todo en el período en que realmente fueron escritos y compilados los documentos que conocemos con ese nombre. Lleno de citas bíblicas, compara, analiza y explica la plausibilidad de los hechos narrados a la luz de las evidencias arqueológicas disponibles, fruto de los trabajos de arqueólogos (muchos de ellos israelíes modernos) en la península de Sinaí. Además explica porqué se había tardado tanto en la historia en hacer un abordaje secular, crítico y sobre todo científico de los sucesos bíblicos.

¿Fundó Abrahám una tribu de hebreos a través de Jacob, quien tras haber ‘’contendido con dios’’  se llamaría Israel,  sería el padre de las doce tribus que heredarían la ‘’Tierra prometida’’? ¿Qué necesidad había en explicar que Abrahám procedía de Ur o que la tumba de su esposa y la de él y la de su hijo Isaac y su nieto fuera en Macpelá? ¿Por qué insistir en que Esaú, hermano de Jacob, quien luego se llamaría Edom, despreció su ‘’herencia’’ por una sopa de lentejas e insistió en matar a su hermano una y otra vez?

La peculiaridad del libro es que transforma la lectura del relato bíblico en una trama política de lo más interesante, ofrece una reinterpretación de esas historias, desde la perspectiva de un pueblo, y más que nada, de una clase gobernante de una pequeña localidad en Oriente que hizo todo lo posible para mantener su individualidad y no ser engullida y asimilada por potencias circundantes.

En este libro el lector notará la elegancia en la creación de documentos y lo efectiva de esas tácticas para otorgar a un grupo de personas que habitan un determinado espacio (léase ‘’el pueblo de Israel’’), de una historia, tradición y costumbres que finalmente se utilizarían para legitimar pretensiones sobre objetos mucho más inmediatos y tangibles. Se conocerá la historia del rey Josías, quien, muy probablemente con ayuda de sus funcionarios de gobierno, lograron ‘’enlibrar’’ sus deseos e improntar en sus súbditos la idea de ser una nación especial, única y sobre todo favorecida por una alianza con el ‘’único dios verdadero’’.

Un dato interesante es que no se desacredita absolutamente toda la biblia, como podría pensar un escéptico radical, sino que también se la utiliza como referencia para enmarcar otros acontecimientos.

Como bien se explica en el libro, ese es precisamente el trabajo de un estudioso de la biblia:

La esencia misma de los estudios bíblicos consiste en separar las partes históricas del resto del texto en función de consideraciones lingüísticas, literarias y de la historia extrabíblica. Así pues, podemos dudar, por supuesto, de la historicidad de un versículo y aceptar la validez de otro, en especial en el caso de Omrí y Ajab, cuyo reino aparece descrito en textos contemporáneos asirios, moabitas y árameos

Una obra breve y densa, con sorpresas en cada capítulo para cualquier lector y en cada página para un lector asiduo de la biblia.

Considero un buen punto de partida para cualquiera que quiera profundizar sus conocimientos en la arqueología bíblica y en el análisis más pormenorizado de eventos puntuales, como la tan anhelada unificación de las doce tribus bajo el reinado de David y Salomón o los eventos posteriores a la destrucción del primer templo.

Lecturas como estas nos obligan a replantearnos cuestiones que creíamos sabidas y a respetar y admirar el trabajo de personas que, en busca de la verdad, desafían convenciones e instituciones.

 

 

El Pensamiento crítico en los niños. 

 

Por: Diego Aguilar. 

Todos los niños son educados y condicionados en una cierta religión.
Es uno de los crímenes más grandes en contra de la humanidad.

No puede haber un crimen más grande que contaminar la mente de un niño inocente con ideas que van a convertirse en obstáculos en su descubrimiento de la vida.
Cuando quieres descubrir algo, tienes que ser totalmente imparcial. No puedes descubrir la religión siendo musulmán, o cristiano o hindú. Esas son maneras de impedirte que descubras la religión.

Todas las religiones, hasta ahora, han estado intentando adoctrinar a los niños. Antes de que el niño sea capaz de hacer preguntas ya se le dan respuestas. ¿Te das cuenta de que esto es un atentado a la integridad intelectual de los niños?

El niño no ha hecho la pregunta y tú ya le estás dando una respuesta. Lo que estás haciendo en realidad es matar la posibilidad de que surja la pregunta. Has llenado su mente con la respuesta. Y si no tiene su propia pregunta, ¿cómo puede tener su propia respuesta? La búsqueda tiene que ser sinceramente suya. No puede ser prestada, no puede ser heredada.

Pero este disparate ha estado sucediendo durante siglos. El sacerdote, el político y tus padres están interesados en hacer algo de tí antes de que puedas descubrir quién eres. Tienen miedo de que si descubres quién eres, seas un rebelde, seas peligroso para los poderes establecidos. Entonces te convertirías en un individuo viviendo por derecho propio, no una vida prestada.

Tienen tanto miedo que antes de que el niño sea capaz de preguntar, de investigar, empiezan a atiborrar su mente con todo tipo de tonterías. El niño está indefenso. Naturalmente, cree en su madre y en su padre, y por supuesto cree en el sacerdote, en el que a su vez creen el padre y la madre. Todavía no ha aparecido el gran fenómeno de la duda.

Y dudar es una de las cosas más valiosas en la vida, porque a menos que dudes no puedes descubrir.

Les dicen: “Las dudas las siembra el diablo. La duda es quizá el pecado más grande. La creencia es una virtud. Cree y encontrarás; duda y has equivocado el primer paso”.
La verdad es justo lo opuesto. Cree y nunca encontrarás, y todo lo que encuentres no será otra cosa que la proyección de tu propia creencia, no será la verdad.

Duda y duda totalmente, porque la duda es un proceso de limpieza. Saca toda la basura de tu mente.
Te devuelve a la inocencia, vuelves a ser el niño que fue destruido por los padres, por los sacerdotes, por los políticos, por los pedagogos. Tienes que descubrir nuevamente a ese niño. Tienes que empezar desde ese punto: los niños.

Educar, no adoctrinar: hijos y no víctimas.

adoctrinamiento

Por: Francisco AscarzaPublicado originalmente en el blog Insurrectos

En las sociedades democráticas modernas nadie duda del derecho que asiste a los padres de educar a sus hijos en la fe que profesan.

En efecto, el artículo 26, inciso 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece que “los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos”. Por su parte, el artículo 74 de la Constitución de la República del Paraguay garantiza “el derecho a la educación religiosa y al pluralismo ideológico”.

Pero, ¿somos capaces los padres de distinguir la diferencia que existe entre educar y adoctrinar?

El adoctrinamiento se define como la acción y el efecto de instruir a alguien en el conocimiento de un conjunto de opiniones religiosas, filosóficas o políticas, sustentadas por una persona o por un grupo, con la finalidad de establecer un control no necesariamente coactivo, pero sí influyente. En este sentido, el adoctrinamiento se caracteriza por ser sesgado, desviado de la búsqueda de la verdad y por lo tanto, tendencioso.

Por el contrario, y tal como la definiera Alfred North Whitehead, “La finalidad de la educación es infundir sabiduría, la cual consiste en saber usar bien nuestros conocimientos y habilidades. Tener sabiduría es tener cultura y la cultura es la actividad del pensamiento que nos permite estar abiertos a la belleza y a los sentimientos humanitarios”.

Esta sabia utilización de los conocimientos y habilidades de la que nos habla Whitehead lleva en sí la necesidad de la elección. Dicho de otro modo, la educación tiene como finalidad última brindarnos las herramientas del conocimiento y la ética, necesarias para convertirnos en hombres libres; hombres capaces de ELEGIR su propio devenir.

Cuando los padres enseñamos a nuestros hijos que la fe que practicamos es la única y verdadera; cuando les mostramos que el camino señalado por nuestros profetas y dioses es el que merece ser transitado, en detrimento de otros, no les estamos educando: les estamos adoctrinando. Estamos dejando en sus conciencias las huellas de nuestro propio sesgo y tendencia.

Este adoctrinamiento es particularmente dañino cuando se realiza a muy temprana edad, pues el niño no posee ni la madurez ni los conocimientos necesarios para poner en tela de juicio lo enseñado. Para el niño, lo dicho por el adulto tiene caracter de verdad absoluta. Y si bien es nuestro derecho el compartir con ellos nuestras vivencias espirituales, no debemos olvidar que es nuestra obligación moral guiarlos hacia la libertad, aunque ello signifique que el destino que escojan sea el opuesto al que esperábamos.

Debemos, por lo tanto, ser capaces de guiar a nuestros hijos por el sendero que consideramos el verdadero, pero también transitar con ellos el camino opuesto; debemos enserñarles acerca de Jesús, Mahoma o Budha, pero también leer y apreciar con la misma pasión a los escritores ateos, como Hitchens, Dawkins o Hawking.

Después de todo, ¿no sería de hipócritas atribuirle a Dios el que se nos permita elegir, y que seamos nosotros mismos quienes se lo impidamos a nuestros niños, ocultando lo que consideramos profano?

El Santo Prepucio y los anillos de Saturno

Por: Juan Eslava Galán

Según el rito judío a Jesús le extirparon el prepucio a los ocho días de su nacimiento. Este hecho se conmemora anualmente en la fiesta de la Circuncisión. El destino de dicho anillito de carne divina encierra más teología de lo que a primera vista pudiera parecer. Es evidente que ese trocito de carne participaba como el resto del cuerpo del Señor de su carácter divino: era un trozo de Dios. Y dado que Dios es eterno, es imposible que un trozo de su cuerpo se consuma o se pudra. Si no se pudrió existe…y si existe ¿dónde está?. La cuestión que ha preocupado a los teólogos es si Jesús ascendió al cielo con prepucio o sin él, ¿o acaso estaba ya esperando en el cielo desde que lo cortaron? En ese caso debieron producirse dos ascensiones, la propiamente dicha y la del prepucio.

Aunque esto suene a chufla lo cierto es que en el siglo XVII, el teólogo y erudito católico griego Leo Allatius (1586-1669) escribió un ensayo titulado De Praeputio Domini Nostri Jesu Christi Diatriba (Discusiones sobre el Prepucio de Nuestro Señor Jesucristo) donde especulaba que el santo pellejo ascendió al cielo en el mismo momento de la ascensión de Jesús y se convirtió en los anillos de Saturno, vistos por primera vez al telescopio en aquella época.

En diversas iglesias repartidas por Europa y Asia se veneran las supuestas reliquias del Santo Prepucio, en San Giovanni in Laterano, en Roma, en Charroux (donde incluso contaba con una Hermandad del Santo Prepucio y era muy venerado por las mujeres embarazadas), cerca de Poitiers, en Amberes (donde se decía que el que se veneraba era un trozo considerable notandam portiunculam del de San Juan de Letrán), en París, en Brujas, en Bolonia, en Besançon, en Nancy, en Metz, en Le Puy, en Conques, en Hildeshin, en Calcuta. Tampoco faltan en España, en Burgos tenemos uno. Sin embargo, todas deben ser falsas, si hacemos caso a la narración de la beata Sor Agnes Blannbekin (muerta en Viena en 1715) que sufría en extremo al cavilar sobre el destino de aquel precioso fragmento del órgano viril del Redentor y que dice así:

[Un día, al comulgar…comenzó a pensar en dónde estaría el prepucio. ¡Y ahí estaba! De repente sintió un pellejito, como una cáscara de huevo, de una dulzura completamente superlativa, y se lo tragó. Apenas lo había tragado, de nuevo sintió en su lengua el dulce pellejo y, una vez más se lo tragó. Y esto lo pudo hacer unas cien veces….Y le fue revelado que el prepucio había resucitado con el Señor el día de la Resurrección. Tan grande fue el dulzor cuando Agnes tragó el pellejo, que sintió una dulce transformación en todos sus miembros. Karlheinz Deschner, Historia Sexual del Cristianismo, pág 130.]

En otra famosa visión, Santa Catalina de Siena, a la sazón, patrona de los astrónomos, se vio casada con Cristo y podéis imaginar cuál era la alianza matrimonial. Su confesor declaró que la santa veía y sentía constantemente el prepucio de Cristo en su dedo. Certifica la veracidad del caso el hecho de que después de la muerte de la santa, cuando el dedo se veneraba como reliquia, diversos devotos percibieron el Santo Prepucio inserto en él, aunque seguía siendo invisible para el común de los observadores. Ya se sabe, con San Pablo, que el “Espíritu sopla donde quiere”.

Más información aquí y aquí.

Información extraída de El Fraude de La Sábana Santa y las Reliquias de Cristo de Juan Eslava Galán.

Preguntas y Respuestas

Por: Richard Dawkins

ENTREVISTA A RICHARD DAWKINS.

por Richard Dawkins, traducido por Anahí Seri (originalmente para Rebelión)

En el principio fue ¿. . .?

La simplicidad.

¿En qué difiere su intolerancia de la de un fanático religioso?”

Yo sería intolerante si abogara por prohibir la religión, cosa que por supuesto jamás he hecho. Lo único que hago es expresar de forma contundente unos puntos de vista acerca del cosmos y de la moralidad con los que usted resulta que no está de acuerdo. Usted lo interpreta como “intolerancia” debido al curioso estatus privilegiado del que goza la religión, que consigue sus objetivos gratis, sin tener que defenderse. Si escribiera un libro titulado “El engaño del socialismo” o “El engaño del monetarismo”, usted nunca emplearía una palabra como intolerancia. Pero “El engaño de Dios” enseguida suena a intolerancia. ¿Por qué? ¿Dónde está la diferencia?

Yo deseo (y usted podría decir que es un deseo fanático) que la gente piense por sí misma y tome sus propias decisiones, basándose en las pruebas que están a la vista de todos. Los fanáticos religiosos quieren que la gente desconecte su propia mente, ignore las pruebas y siga ciegamente un libro sagrado basado en una “revelación” privada. Hay una diferencia enorme.

Usted no hace distinción alguna entre la religión organizada (que puede ser peligrosa) y la “creencia en Dios” de un individuo (que no perjudica a nadie). ¿A que se debe que usted parezca ser incapaz de establecer una diferencia?

Por supuesto que soy capaz de distinguir entre las dos cosas. Pero la cuestión de si las creencias son peligrosas o inocuas no es el único criterio de interés para distinguir entre ellas. Está, además, la pequeña minucia de si son ciertas. Los científicos se preocupan de esas cosas.

Se han cometido actos terribles en el nombre de Cristo, pero él siempre predicó la paz y el amor. ¿Qué tiene eso de malo?

La paz y el amor no tienen nada de malo. Tanto más lamentable es que haya tantos seguidores de Cristo en desacuerdo. Escribí una vez un artículo titulado “Ateos a favor de Jesús” (véasehttp://www.RichardDawkins.net) y estuve encantado de lucir una camiseta con ese lema.

¿Considera usted que el hecho de que los padres obliguen a sus hijos a aceptar su religión es una forma de maltrato infantil?

Sí. ¿Qué pensaría usted de unos padres que obligaran a sus hijos a aceptar sus ideas políticas, o sus gustos de arquitectura? ¿Alguna vez ha oído a alguien hablar de un “niño leninista” o un “niño posmoderno”? Por supuesto que no. Entonces, ¿por qué aceptamos lo del “niño cristiano” y “niño musulmán”? Ponerles a los niños la etiqueta de la religión de sus padres es maltrato infantil.

¿Se deleita usted discutiendo con creyentes?

No.

¿Su mujer alguna vez dice “Jesús” cuando usted estornuda, sólo para fastidiarle?

Dios, tendría que tener una mente horriblemente literal para que me molestara algo así. ¿Qué se piensa usted que soy, una de esas personas que envían felicitaciones navideñas a The Archers” ?

Soy ateo igual que usted, pero ¿podría haber en la vida humana un lugar para la metáfora que proporciona la religión y, en particular, la mitología?

Las metáforas están bien si fomentan la comprensión, pero a veces son un estorbo. Puede ser mejor tomar el atajo hacia lo real y obviar la metáfora.

Einstein, Newton, Bacon, Kepler, Pascal, Boyle y Faraday, todos ellos creían en Dios. ¿Le molesta a usted que estos eminentes científicos puedan haber sido víctimas de un “engaño”?

Era difícil ser ateo antes de El origen de las especies. Einstein es el único de su lista que nació en un mundo post-darwiniano, y no es casualidad que fuera además el único que no creía en Dios. Él declaró: “Lo que usted leyó sobre mis convicciones religiosas era, desde luego, mentira, una mentira que se repite sistemáticamente. Yo no creo en un Dios personal y nunca lo he negado, sino que lo he expresado con claridad.”

¿No le preocupa a usted que, en última instancia, la mayor parte de la humanidad no sea capaz de enfrentarse a la idea de que Dios no existe?

Ojalá se equivoque usted, pues parece un insulto bastante condescendiente hacia la humanidad. En cualquier caso, creo que hay mayor nobleza, y mayor consuelo en enfrentarse a la verdad, incluso si es algo que duele o da miedo.

Da la impresión de que su campaña por exponer la irracionalidad de la creencia religiosa le ha dado a su figura un mayor relieve que su trabajo en el campo de la biología evolutiva. Usted que preferiría, ¿llegar a ser conocido como Richard Dawkins el científico o Richard Dawkins el ateo militante?

Bertrand Russell se designó a sí mismo como el Escéptico Apasionado. Es apuntar muy alto, pero a eso aspiro.

¿Cómo debería un ateo responder con compasión a alguien que dijera que sin la creencia en una vida espiritual después de la muerte no habría sido capaz de soportar la muerte del hijo que tanto amaba?

Los médicos compasivos a veces mienten a sus pacientes acerca de la gravedad de su estado, y no siempre está mal hacerlo. Sin embargo, yo prefiero no seguir este precedente. En su lugar, yo señalaría la suerte que hemos tenido de haber vivido, por breve que sea nuestra vida. Desarrollé la idea en el prefacio de Destejiendo el arco iris, y espero que lo lean en mi funeral.

¿Qué cree usted que ocurrió con el cuerpo de Jesús, y cómo concuerda eso con los relatos de la resurrección?

Probablemente, lo que le ocurrió a Jesús es lo que nos ocurre a todos cuando morimos. Nos descomponemos. Los relatos sobre la resurrección y el ascenso de Jesús carecen de todo fundamento .

Nuestro equipo de “pub quiz” se llama La Iglesia de Richard Dawkins. En una reciente velada de “quiz” en Oxford, nos dijeron que cambiáramos de nombre en caso de que fuera considerado ofensivo para los cristianos practicantes que estuvieran presentes. ¿Se le ocurre a usted algún nombre “menos ofensivo”?

¡Y a mí me llaman intolerante! Me horroriza que esto haya sucedido precisamente en Oxford. Ojalá que ganéis el torneo de forma tan rotunda que podáis dictar vosotros las reglas y llamaros como queráis. Ofensivo, anda ya.

¿Son estúpidas las personas que propugnan el diseño inteligente, y piensa usted que la selección natural actuará y las eliminará de la generaciones futuras?

La mayoría son ignorantes, que no es lo mismo que estúpidos. La selección natural no eliminará la ignorancia de las generaciones futuras. Tal vez lo consiga la educación, y ésa es la esperanza a la que nos debemos aferrar.

La filósofa Mary Midgley le ha leído a usted la cartilla por utilizar palabras tales como “egoista” para describir la entidad inconsciente de un gen. ¿Tiene ella razón, y persiste todavía un resentimiento entre ustedes?

Oh, sí, cuánta razón tiene. ¿Y que hay de los físicos que hablan del “encanto” de los quarks? ¿No es eso terrible? ¿O los médicos que hablan de un cáncer “agresivo”? ¿O los economistas que hablan de la “serpiente monetaria” europea? Me ocupé de Mary Midgley en un artículo titulado En defensa de los genes egoístas en la misma revista que publicó su ataque no provocado. El texto está enhttp://www.royalinstitutephilosophy.org

Usted ha sido una fuerza increíble en cuanto a la popularización del Darwinismo. ¿Por qué investigación original le gustaría ser recordado?

El fenotipo extendido, aunque se podría decir que es investigación filosófica más que científica.

¿Cómo pudo un friki científico como usted conseguir una mujer tan atractiva?

Le sugiero que acuda a “The Sexiest Man Living” en salon.com y se coma sus palabras. Pero, hablando en serio, (claro, usted sabía que tendría que haber un “hablando en serio”) la ciencia tiene un problema de imagen con la gente joven, y términos como “friki científico” no ayudan. ¿No es un poco del estilo de “guiri” o “yanqui”?

Usted apoyó en las últimas elecciones al candidato que se oponía a la guerra. ¿Sería usted más feliz si Saddam Hussein estuviese aún en el poder?

Oh, que tonto fui. Tenía ese estúpido recuerdo de que a Saddam Hussein se le dio un ultimátum en la víspera de la guerra de que si entregaba sus armas de destrucción masiva se evitaría la guerra. Tonto de mí, pensaba que el objetivo de la guerra era eliminar estas armas de destrucción masiva. O sea que ahora lo entiendo. Desde el principio, el objetivo de la guerra fue eliminar a Saddam Hussein. Ahora los talibanes vuelven al poder porque Bush y Blair apartaron la vista de Afganistán y atacaron a Irak en su lugar. Sabe usted, por horrible que fuera Saddam Hussein, creo que lo prefiero a él antes que a los talibanes. La semana pasada en Afganistán destriparon a un profesor y lo descuartizaron con cuatro motocicletas por el crimen religioso de enseñarle álgebra a las chicas. No creo que Saddam Hussein ejecutara a la gente por enseñar álgebra a las chicas.

¿Constituye el calentamiento global una amenaza para la especie humana?

Sí. Se podría decir que la especie humana es una amenaza para la especie humana. Recomiendo la película de Al Gore sobre el calentamiento global. Es para verla y ponerse a llorar. No sólo por la especie humana. Lloremos por lo que podríamos haber tenido en 2000, si no hubiera sido por el fraude electoral en el Florida de Jeb Bush.

Celebro su coraje a la hora de cuestionar el cristianismo, pero ¿qué hace usted el día de Navidad cuando todo el mundo está de celebración? Imagino que usted no envía ni recibe tarjetas de felicitación ni regalos.

¿Por qué imagina usted eso? ¿Cree usted de verdad que todos, o incluso una mayoría de las personas que envían tarjetas y regalos son seguidores de Jesús? Pero si incluso la música que tenemos que soportar en las tiendas suele ser “White Christmas”, “Rudolph the Red-Nosed Reindeer” y el repugnante “Jingle Bells”. ¿Qué tiene eso de religioso?

Si usted muriera y llegara a las puertas del cielo, que le diría a Dios para justificar el ateísmo que ha preconizado a lo largo de su vida?

Citaría a Bertrand Russell: “No había pruebas suficientes, Señor, no había pruebas suficientes.”

Pero, ¿por qué se supone que Dios se preocupa tanto de si creemos en él? Tal vez él quiere que seamos generosos, amables, bondadosos y honrados, sin importarle nuestras creencias.

Manifiesto Ateo

Por: Sam Harris

TRADUCCIÓN DE FERNANDO G. TOLEDO Y J.C. ÁLVAREZ

En algún lugar del mundo un hombre ha secuestrado a una niña. Pronto va a violarla, torturarla y matarla. Si una atrocidad de este tipo no estuviera ocurriendo en este preciso momento, sucederá en unas pocas horas, como máximo unos días. Tanta es la confianza que nos inspiran las leyes estadísticas que gobiernan las vidas de 6 mil millones de seres humanos. Las mismas estadísticas también sugieren que los padres de esta niña creen que en este preciso momento un Dios todopoderoso y amoroso cuida de ellos y su familia. ¿Tienen derecho a creer esto? ¿Es bueno que crean esto?
No.
La integridad del ateísmo está contenida en esta respuesta. El ateísmo no es una filosofía; ni siquiera es una visión del mundo; es un rechazo a desmentir lo obvio. Desafortunadamente, vivimos en un mundo en el cual lo obvio es, por principio, pasado por alto. Lo obvio debe ser observado y reobservado y discutido. Ésta es una tarea ingrata. Se la toma con un aura de petulancia e insensibilidad. Es, más que nada, una tarea que el ateo no desea.
Aunque resulta menos notorio, nadie necesita identificarse a sí mismo como un no-astrólogo o un no-alquimista. Consecuentemente, no tenemos palabras para la gente que niega la validez de esas pseudodisciplinas. En el mismo sentido, «ateísmo» es un término que no debería existir. El ateísmo no es más que el ruido que la gente razonable hace cuando se topa con el dogma religioso. El ateo es simplemente una persona que cree que los 260 millones de estadounidenses (el 87% de la población) que dicen no tener dudas sobre la existencia de Diosdeberían estar obligados a presentar pruebas de su existencia, e incluso, de su benevolencia, dada la imparable destrucción de seres humanos inocentes de la que somos testigos a diario.
Nada más que el ateo advierte cuán sorprendente es nuestra situación: la mayor parte de los nuestros cree en un Dios que, bajo todo concepto, es igual de fantástico que los dioses del Olimpo; nadie, sea cuales fueren sus capacidades, puede ocupar un cargo público en los Estados Unidos sin suponer que ese Dios existe; y muchas de las cosas que pasan en la política pública en este país se deben a tabúes religiosos y supersticiones propias de una teocracia medieval. Nuestra realidad es abyecta, indefendible y horrorosa. Sería graciosa, si las consecuencias no fuesen tan graves.
Vivimos en un mundo donde todas las cosas, buenas y malas, acaban destruidas por el cambio. Los padres pierden a sus hijos y los hijos a sus padres. Los maridos y esposas se separan por un instante, y nunca se vuelven a ver. Los amigos se despiden con prisa, sin saber que será la última vez que lo hagan. Esta vida, cuando se la mira en su totalidad, se aparece como poco más que un vasto drama de la pérdida. La mayoría de las personas, sin embargo, imaginan que hay una cura para esto. Si vivimos correctamente –ni siquiera éticamente, sino dentro de los parámetros de ciertas creencias antiguas y conductas esterotipadas– obtendremos todo lo que queramos después de que hayamos muerto. Cuando caigan finalmente nuestros cuerpos, simplemente nos desharemos de nuestro lastre corporal y viajaremos a una tierra en la que nos reuniremos con todos los que amamos cuando estábamos vivos. Por supuesto, la gente demasiado racional y demás chusma quedará excluida de este sitio feliz, y aquéllos que suspendieron su increencia mientras vivían serán libres para disfrutar de sí mismos por toda la eternidad.
Vivimos en un mundo de sorpresas inimaginables –desde la energía de fusión que irradia el sol a la genética y las consecuencias evolutivas de estas luces que bailan por eones desde el Oriente– y todavía el Paraíso conforma a nuestros intereses más superficiales con la comodidad de un crucero por el Caribe. Esto es asombrosamente extraño. Alguien no lo conociera pensaría que el hombre, en su miedo a perder todo lo que ama, ha creado el cielo, junto con su Dios guardián, a su imagen y semejanza.
Considérese la destrucción que el huracán Katrina dejó en Nueva Orléans. Más de un millar de personas murieron, decenas de miles perdieron todas sus posesiones terrenas y cerca de un millón fueron desposeídas de su hogar. Con seguridad, se puede decir que casi todos los que vivían en Nueva Orléans en el momento del desastre del Katrina creía en un Dios omnipotente, omnisciente y compasivo. ¿Pero qué estaba haciendo Dios mientras un huracán devastaba su ciudad? Seguro que oía la plegarias de los viejos y las mujeres que huían de la inundación hacia la seguridad de sus azoteas, sólo para terminar ahogándose más lentamente. Eran personas de fe. Eran buenos hombres y mujeres que habían rezado durante todas sus vidas. Sólo el ateo ha tenido el coraje de admitir lo obvio: esa pobre gente murió hablándole a un amigo imaginario.
Claro, había advertencias de que una tormenta de proporciones bíblicas sacudiría Nueva Orléans, y el la respuesta humana al desastre posterior fue trágicamente ineficaz. Pero fue ineficaz sólo bajo la luz de la ciencia. Los indicios del avance del Katrina fueron sacados de la muda Naturaleza mediante cálculos meteorológicos e imágenes satelitales. Dios no le cuenta a nadie sus planes. De haberse confiado los residentes de Nueva Orléans en la caridad del Señor, no se habrían enterado de que un huracán asesino se abatiría sobre ellos hasta que hubieran sentido las primeras ráfagas del viento sobre sus rostros. A pesar de todo, según una encuesta del Washington Post, un 80% de los sobrevivientes del Katrina aseguraban que el suceso había reforzado su fe en Dios.
Mientras el Katrina devoraba Nueva Orléans, cerca de mil peregrinos chiítas morían al derribarse un puente en Iraq. No caben dudas de que esos peregrinos creían poderosamente en el Dios del Corán: sus vidas estaban organizadas alrededor del hecho indubitable de su existencia; sus mujeres caminaban con el rostro velado delante de él; sus hombres se mataban regularmente unos a otros en nombre de interpretaciones enfrentada de su palabra. Sería de destacar si un solo de los sobrevivientes de esta tragedia perdiera su fe. Lo más probable es que los sobrevivientes imaginen que han sido resguardados por la gracia de Dios.
Sólo el ateo reconoce el infinito narcisismo y el autoengaño de los que se salvaron. Sólo el ateo comprende cuán moralmente despreciable es que los sobrevivientes de una catástrofe se crean salvados por un Dios amoroso mientras que este mismo Dios ahogaba a los niños en sus cunas. Debido a que se niega a tapar la realidad del sufrimiento del mundo con el disfraz de una fantasía de vida eterna, el ateo siente hasta en los huesos cuán preciosa es la vida, y al mismo tiempo cuán desafortunados sos esos millones de seres humanos que sufren el más terrible ataque a su felicidad sin ninguna razón valedera.
Uno se pregunta cuán vasta y gratuita tiene que ser una castástrofe para que alcance a a sacudir la fe del mundo. El Holocausto no lo consiguió. Tampoco lo habría hecho el genocidio en Ruanda, ni aunque sus perpetradores fuesen sacerdotes armados con machetes. Quinientos millones de personas murieron deviruela durante el siglo XX, casi todos niños. Los caminos de Dios son, sin duda, inescrutables. Pareciera que cualquier hecho, no importa cuán infeliz sea, puede ser compatible con la fe religiosa. En materia de fe, hemos decidido no tener los pies en la Tierra.
Por supuesto, la gente de fe asegura que Dios no es responsable del sufrimiento de la humanidad. Pero, ¿cómo podemos entender que se afirme que Dios es a la vez omnisciente y omnipotente? No hay otro modo, y es tiempo de que los seres humanos razonables lo asuman. Es el viejo problema de la teodicea, claro, y deberíamos considerarlo resuelto. Si Dios existe, pues no puede hacer nada por detener las más descomunales calamidades o no le importa hacerlo. Dios, por consiguiente, o es impotente o es malvado. Los lectores piadosos ejecutarán ahora la siguiente pirueta: Dios no puede ser juzgado por las simples reglas humanas de moralidad. Pero, obviamente, las simples reglas humanas de moralidad son precisamente las que primero usan los fieles para establecer la bondad de Dios. Y cualquier Dios que se preocupara por algo tan trivial como un matrimonio gay o el nombre por el que debe ser mencionado en una plegaria, no es tan inescrutable después de todo. Si existiera, el Dios de Abraham no sería solamente indigno de la inmensidad de la creación, sería indigno de cualquier hombre.
Hay otra posibilidad, claro, y es la más razonable y la más odiosa: el Dios de la Biblia es una ficción. Como Richard Dawkins ha observado, todos somos ateos con respecto a Zeus y a Thor. Sólo el ateo ha concluido que el dios bíblico no es diferente. Consecuentemente, sólo el ateo es lo suficientemente compasivo como para tomarse en serio la hondura del sufrimiento mundial. Es terrible que todos vayamos a morir y perder cada cosa que amamos; es doblemente terrible que tantos seres humanos sufran sin necesidad mientras viven. Buena parte de ese sufrimiento puede ser directamente atribuido a la religión –a los odios religiosos, las guerras religiosas, las ilusiones religiosas (religious delusions) y las diversiones religiosas de escasos recursos–, y es lo que convierte al ateísmo en una necesidad moral e intelectual. Es una necesidad, de todos modos, que el desplaza al ateo hacia los márgenes de la sociedad. El ateo, por el mero hecho de estar en contacto con la realidad, termina lleno de vergüenza al no tener relación con la vida de fantasía de sus vecinos.

La naturaleza de la creencia
Según varias encuestas recientes, el 22 % de los americanos están totalmente convencidos de que Jesús volverá a la Tierra algún día de los próximos 50 años. Otro 22% cree que lo anterior es bastante probable. Seguramente este mismo 44 % de americanos son los que van a la iglesia una vez por semana o más, que creen literalmente que Dios prometió la tierra de Israel a los judíos, y que quieren prohibir la enseñanza del hecho biológico de la evolución a nuestros hijos. Como bien sabe el Presidente George W. Bush, los creyentes de esta categoría constituyen el segmento más cohesionado y motivado del electorado americano. Por consiguiente, sus opiniones y prejuicios influyen en casi todas las decisiones de importancia nacional. Los políticos liberales parecen haber extraído una lección incorrecta de estos acontecimientos y han vuelto su mirada hacia las Escrituras, preguntándose cómo podrían congraciarse con las legiones de hombres y mujeres de nuestro país que votan en gran parte basándose en el dogma religioso. Más del 50 % de los americanos tiene una opinión «negativa» o «sumamente negativa» de la gente que no cree en Dios; el 70 % piensa que es muy importante que los candidatos a la presidencia sean «firmemente religiosos». La irracionalidad se encuentra ahora en ascenso en los Estados Unidos: en nuestras escuelas, en nuestros tribunales y en cada rama del gobierno federal. Sólo el 28 % de los americanos cree en la evolución; el 68 % cree en Satán. Una ignorancia de tal calibre, concentrada tanto en la cabeza como en el vientre de una superpotencia sin rival, representa actualmente un problema para el mundo entero.
Aunque sea bastante fácil para la gente de buen tono criticar el fundamentalismo religioso, la llamada «moderación religiosa» todavía disfruta de un prestigio considerable en nuestra sociedad, incluso dentro de la torre de marfil. Lo anterior resulta irónico, ya que los fundamentalistas tienden a hacer un uso de sus cerebros más basado en principios que los «moderados». Aunque los fundamentalistas justifiquen sus creencias religiosas con pruebas y argumentos extraordinariamente pobres, al menos intentan dar una justificación racional. Los moderados, en cambio, generalmente no hacen más que citar las consecuencias benéficas de la creencia religiosa. En lugar de decir que creen en Dios porque ciertas profecías bíblicas se han cumplido, los moderados dirán que ellos creen en Dios porque esta creencia «da sentido a sus vidas».
Cuando un tsunami mató a cien mil personas el día siguiente al de Navidad, los fundamentalistas interpretaron fácilmente este cataclismo como una prueba de la ira de Dios. Al parecer, Dios había enviado otro mensaje oblicuo a la humanidad sobre los males del aborto, la idolatría y la homosexualidad. Aunque moralmente obscena, esta interpretación de los acontecimientos es hasta cierto punto razonable, aceptando determinadas suposiciones (absurdas). Los moderados, en cambio, rechazan extraer cualquier conclusión sobre Dios a partir de sus obras. Dios sigue siendo un perfecto misterio, una mera fuente de consuelo que es compatible con la existencia del mal más desolador. Ante desastres como el tsunami asiático, la piedad liberal es apta para producir las mas afectadas y pasmosas tonterías imaginables. Así y todo, los hombres y mujeres de buena voluntad prefieren habitualmente tales vacuidades a la moralización y profetización odiosas de los creyentes auténticos. Ante las catástrofes, sin duda es una virtud de la teología liberal que ésta enfatice la piedad sobre la ira. Vale la pena señalar, sin embargo, que es la piedad humana lo que se revela –no la de Dios– cuando los cuerpos hinchados de los muertos son devueltos por el mar. Cuando miles de niños son arrancados simultáneamente de los brazos de sus madres y ahogados en el mar durante días, la teología liberal debe revelarse como lo que es –el más vacuo y estéril de los pretextos mortales. Incluso la teología de la ira tiene más mérito intelectual. Si Dios existe, su voluntad no es inescrutable. Lo único inescrutable en estos hechos terribles es que hombres y mujeres neurológicamente sanos puedan creer lo increíble y pensar que esto es la cumbre de la sabiduría moral.
Es completamente absurdo sugerir, como hacen los religiosos moderados, que un ser humano racional pueda creer en Dios simplemente porque esta creencia le hace feliz, porque alivia su miedo a la muerte o porque otorga sentido a su vida. La absurdidad se hace obvia en el momento en que cambiamos la noción de Dios por alguna otra proposición de consuelo: imaginemos, por ejemplo, que un hombre desea creer que existe un diamante enterrado en algún lugar de su patio trasero, y que este diamante es del tamaño de un refrigerador. Sin duda, se sentirá extraordinariamente bien al creer esto. Imaginemos qué pasaría entonces si ese hombre siguiera el ejemplo de los religiosos moderados y mantuviera dicha creencia en términos pragmáticos: cuando se le pregunta por qué piensa que hay un diamante en su patio trasero y que además ese diamante es miles de veces mayor que ningún otro que haya sido descubierto, el hombre dice cosas como las siguientes: «Esta creencia da sentido a mi vida», o «Mi familia y yo disfrutamos cavando para encontrarlo los domingos», o «Yo no querría vivir en un universo donde no hubiera un diamante enterrado en mi patio trasero y que fuera del tamaño de un refrigerador». Claramente estas respuestas son inadecuadas. Pero son peores que eso. Son las respuestas de un loco o de un idiota.
Aquí podemos ver por qué la apuesta de Pascalel «salto de fe» de Kiergegaard y otros esquemas epistemológicos fideístas no tienen el menor sentido. Creer que Dios existe es creer que uno se encuentra en alguna relación con su existencia, tal que dicha existencia es ella misma la razón de la creencia de uno. Debe haber alguna conexión causal, o al menos una apariencia de ésta, entre el hecho en cuestión y la aceptación de ese hecho por parte de la persona. De este modo, podemos ver que las creencias religiosas, para ser creencias sobre cómo es el mundo, deben ser tan probatorias en el ámbito del espíritu como en cualquier otro ámbito. Pese a todos sus pecados contra la razón, los fundamentalistas religiosos entienden lo anterior; los moderados –casi por definición– no lo entienden en absoluto.
La incompatibilidad entre la razón y la fe ha sido un rasgo evidente de la cognición humana y del discurso público durante siglos. Una persona debe tener buenas razones para sostener firmemente lo que cree o lo que no cree. Las personas de todos los credos generalmente reconocen la primacía de las razones, y recurren al razonamiento y a las pruebas siempre que pueden. Cuando la indagación racional apoya el credo, aquélla siempre es defendida; cuando representa una amenaza, es ridiculizada, a veces en la misma frase. Sólo cuando las pruebas favorables a una doctrina religiosa son escasas o inexistentes, o hay una evidencia aplastante en su contra, sus defensores invocan la «fe». Es decir, los fieles simplemente citan los motivos para defender sus creencias (por ejemplo, «el Nuevo Testamento confirma las profecías del Antiguo testamento», «yo vi la cara de Jesús en una ventana», «rezamos, y el cáncer de nuestra hija comenzó a retroceder»). Tales razones son generalmente inadecuadas, pero son mejores que ninguna razón en absoluto. La fe no es más que la licencia que la gente religiosa se otorga a sí misma para seguir creyendo cuando las razones fallan. En un mundo fragmentado por creencias religiosas incompatibles entre sí, en una nación que se encuentra cada vez más sometida a concepciones propias de la Edad de Hierro acerca de Dios, el final de la historia y la inmortalidad del alma, esta lánguida división de nuestro discurso en asuntos de razón y asuntos de fe es sencillamente inadmisible.

La fe y la sociedad buena
La gente de fe afirma regularmente que el ateísmo es responsable de algunos de los crímenes más espantosos del siglo XX. Aunque sea cierto que los regímenes de Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot eran irreligiosos en diversos grados, no eran especialmente racionales. De hecho, sus declaraciones públicas eran poco más que letanías de ilusiones: ilusiones sobre la raza, la identidad nacional, la marcha de la historia o los peligros morales del intelectualismo. En muchos sentidos, la religión fue directamente culpable incluso en estos casos. Consideremos el Holocausto: el antisemitismo que construyó pieza a pieza los crematorios nazis era una herencia directa del cristianismo medieval. Durante siglos, los alemanes religiosos habían visto a los judíos como la peor especie de herejes, y habían atribuido todos los males sociales a su presencia continuada entre los fieles. Mientras en Alemania el odio a los judíos se expresaba de un modo predominantemente secular, la demonización religiosa de los judíos continuó existiendo en Europa. (El propio Vaticano perpetuó el libelo de la sangre en sus publicaciones, en una fecha tan tardía como 1914.)
Auschwitz, el Gulag y los campos de la muerte no son ejemplos de lo que ocurre cuando la gente se hace demasiado crítica con las creencias injustificadas; al contrario, estos horrores son un testimonio de los peligros que conlleva el no pensar lo bastante críticamente sobre ideologías seculares específicas. Por supuesto, un argumento racional contra la fe religiosa no es un argumento para abrazar ciegamente el ateísmo como dogma. El problema expuesto por el ateo no es otro que el problema del dogma mismo (del que toda religión participa en grado extremo). No existe ninguna sociedad en la historia escrita que haya sufrido porque su gente se volviera demasiado razonable.
Aunque la mayor parte de los americanos creen que deshacerse de la religión es un objetivo imposible, la mayor parte del mundo desarrollado ya lo ha conseguido. Cualquier relato sobre un supuesto «gen divino», el cual sería responsable de que la mayoría de los americanos organicen desvalidamente sus vidas alrededor de antiguas obras de ficción religiosa, debe explicar por qué tantos habitantes de otras sociedades del Primer Mundo parecen carecer de dicho gen. El nivel de ateísmo existente en el resto del mundo desarrollado refuta cualquier argumento según el cual la religión es de algún modo una necesidad moral. Países como Noruega, Islandia, Australia, Canadá, Suecia, Suiza, Bélgica, Japón, Países Bajos, Dinamarca y el Reino Unido se encuentran entre las sociedades menos religiosas de la Tierra. Según el Informe de Desarrollo Humano 2005 de las Naciones Unidas, dichos países son también los más sanos, como indican las medidas de esperanza de vida, alfabetismo adulto, ingresos per cápita, desarrollo educativo, igualdad entre sexos, tasa de homicidios y mortandad infantil. A la inversa, las 50 naciones que ahora se encuentran en el escalafón más bajo en términos de desarrollo humano son fuertemente religiosas. Otros análisis reflejan la misma situación: los Estados Unidos son únicos entre las democracias ricas por su nivel de fundamentalismo religioso y por su oposición a la teoría evolutiva; también son únicos por las altas tasas de homicidio, abortos, embarazos de adolescentes, casos de SIDA y mortandad infantil. La misma comparativa es cierta dentro del territorio de los Estados Unidos: los Estados del Sur y del Medio Oeste, caracterizados por los niveles más altos de superstición religiosa y de hostilidad hacia la teoría evolutiva, están especialmente afectados por los mencionados indicadores de disfunción social, mientras que los estados relativamente seculares del Noreste se conforman más a los estándares europeos. Desde luego, los datos correlacionales de este tipo no resuelven las cuestiones de causalidad –la creencia en Dios puede conducir a la disfunción social; la disfunción social puede dar lugar a la creencia en Dios; cada factor puede fomentar el otro; o bien ambos factores pueden surgir de alguna fuente más profunda de disfuncionalidad. Dejando aparte la cuestión de la causa y el efecto, estos hechos demuestran que el ateísmo es absolutamente compatible con las aspiraciones básicas de una sociedad civil; también demuestran, de manera concluyente, que la fe religiosa no hace nada para asegurar la salud y el bienestar de una sociedad.
Los países con altos niveles de ateísmo también son los más caritativos en términos de prestación de ayuda extranjera al mundo en desarrollo. El dudoso eslabón existente entre el fundamentalismo cristiano y los valores cristianos también es refutado por otros índices de caridad. Consideremos la proporción entre los salarios de los altos ejecutivos y los salarios de los empleados medios: en Gran Bretaña es de 24 a 1; en Francia, de 15 a 1; en Suecia, de 13 a 1; en los Estados Unidos, donde el 83 % de la población cree que Jesús literalmente resucitó de entre los muertos, es de 475 a 1. Parece que aquí muchos camellos esperan entrar fácilmente por el ojo de una aguja.

La religión como fuente de violencia
Uno de los mayores desafíos afrontados por la civilización en el siglo XXI es que los seres humanos aprendan a hablar sobre sus intereses personales más profundos –sobre la ética, la experiencia espiritual y la inevitabilidad del sufrimiento humano– de un modo que no sea flagrantemente irracional. Nada obstaculiza más el camino de este proyecto que el respeto que concedemos a la fe religiosa. Doctrinas religiosas incompatibles han balcanizado nuestro mundo en comunidades morales separadas –cristianos, musulmanes, judíos, hindúes, etc.– y estos desacuerdos se han convertido en una fuente continua de conflicto humano. Ciertamente, la religión es hoy en día una fuente activa de violencia, tanto como lo fue en cualquier momento del pasado. Los conflictos recientes en Palestina (judíos contra musulmanes), los Balcanes (serbios ortodoxos contra croatas católicos; serbios ortodoxos contra musulmanes bosnios y albaneses), Irlanda del Norte (protestantes contra católicos), Cachemira (musulmanes contra hindúes), Sudán (musulmanes contra cristianos y animistas), Nigeria (musulmanes contra cristianos), Etiopía y Eritrea (musulmanes contra cristianos), Sri Lanka (budistas cingaleses contra hindúes tamiles), Indonesia (musulmanes contra cristianos timoreses), Irán e Irak (musulmanes chiítas contra musulmanes sunníes), y Cáucaso (rusos ortodoxos contra musulmanes chechenos; musulmanes azerbaijanos contra armenios católicos y ortodoxos) son simplemente algunos ejemplos. En estos lugares, la religión ha sido la causa explícita de literalmente millones de muertos en los últimos 10 años.
En un mundo dividido por la ignorancia, sólo el ateo se niega a rechazar lo evidente: la fe religiosa promueve la violencia humana a un nivel asombroso. La religión inspira la violencia en al menos dos sentidos: (1) a menudo las personas matan a otros seres humanos porque creen que el Creador del Universo quiere que así lo hagan (el corolario psicopático inevitable es que tal acto les asegurará una eternidad de felicidad después de la muerte). Los ejemplos de este tipo de comportamiento son prácticamente innumerables, siendo el más destacado el de los terroristas suicidas jihadistas. (2) Un número cada vez mayor de personas se encuentran inclinadas hacia el conflicto religioso, simplemente porque su religión constituye el corazón de sus identidades morales. Una de las patologías duraderas de la cultura humana es la tendencia a educar a los niños en el temor y a demonizar a otros seres humanos en base a la religión. Muchos conflictos religiosos que parecen motivados por intereses terrenales son, por lo tanto, de origen religioso. (Los irlandeses lo saben muy bien.)
A pesar de todos estos hechos innegables, los religiosos moderados tienden a imaginarse que el conflicto humano siempre puede reducirse a la carencia de educación, a la pobreza o a los agravios políticos. Ésta es una de las muchas ilusiones de la piedad liberal. Para disiparla, sólo tenemos que pensar en el hecho de que los secuestradores del 11-S eran universitarios de clase media-alta que no tenían ninguna historia conocida de opresión política. Sin embargo, habían pasado una cantidad de tiempo excesiva en su mezquita local, oyendo hablar de la depravación de los infieles y de los placeres que esperan a los mártires en el Paraíso. ¿Cuántos arquitectos e ingenieros aeronáuticos deberán volver a estrellarse contra una pared a 400 millas por hora, antes de que admitamos que la violencia jihadista no es un asunto de educación, política o pobreza? La verdad, bastante asombrosa, es la siguiente: una persona puede ser tan culta e instruída como para construir una bomba nuclear, y así y todo creer que obtendrá a 72 vírgenes en el Paraíso para toda la eternidad. Tal es la facilidad con que la mente humana puede ser alienada por la fe, y tal es el grado de acomodación de nuestro discurso intelectual a la ilusión religiosa. Sólo el ateo ha observado lo que ahora debería ser evidente para todo ser humano pensante: si queremos desarraigar las causas de la violencia religiosa debemos desarraigar las falsas certezas de la religión.

¿Por qué la religión es una fuente tan poderosa de violencia humana?

  • Nuestras religiones son intrínsecamente incompatibles entre sí. Jesús resucitó de entre los muertos y volverá a la Tierra como un superhéroe, o no; el Corán es la palabra infalible de Dios, o no lo es. Cada religión hace afirmaciones explícitas sobre cómo es el mundo, y la profusión abrumadora de estas afirmaciones incompatibles –que además son dogmas de fe obligatorios para todos los creyentes– crea una base duradera para el conflicto.
  • No hay ninguna otra esfera del discurso en la que los seres humanos articulen de manera tan clara sus diferencias mutuas, o en la que expresen estas diferencias en términos de recompensas y castigos eternos. La religión es la única realidad humana en la que el pensamiento nosotros-ellos alcanza una importancia trascendente. Si una persona cree realmente que llamar a Dios por su nombre correcto puede marcar la diferencia entre la felicidad eterna y el sufrimiento eterno, entonces se hace bastante razonable tratar con rudeza a los herejes e incrédulos. Hasta puede ser razonable matarlos. Si una persona piensa que hay algo que otra persona puede decirles a sus hijos que podría poner en peligro sus almas para toda la eternidad, entonces el vecino hereje es en realidad mucho más peligroso que el más sádico violador infantil. Los estigmas de nuestras diferencias religiosas son enormemente más pronunciados que los nacidos del mero tribalismo, del racismo o de la política.

La fe religiosa es un poderoso obstáculo al diálogo. La religión no es más que el área de nuestro discurso donde las personas se protegen sistemáticamente de la exigencia de aportar pruebas en defensa de sus creencias firmememente sostenidas. Así y todo, estas creencias de las personas a menudo determinan para qué viven, para qué morirán, y –demasiado a menudo– para qué matarán. Éste es un problema muy grave, porque cuando los estigmas diferenciales son muy pronunciados los seres humanos sólo encuentran una opción entre el diálogo y la violencia. Sólo una buena voluntad fundamental de ser razonable –de manera que nuestras creencias sobre el mundo sean revisadas por nuevas pruebas y nuevos argumentos– puede garantizar que sigamos hablando entre nosotros. La certeza sin pruebas es necesariamente divisoria y deshumanizadora. Aunque no existe ninguna garantía de que la gente racional siempre vaya a ponerse de acuerdo, indudablemente la gente irracional siempre estará dividida por sus dogmas. Parece sumamente improbable que podamos curar los desacuerdos existentes en nuestro mundo simplemente multiplicando las ocasiones para el diálogo interconfesional.
El objetivo de la civilización no puede ser la tolerancia mutua ni la irracionalidad manifiesta. Aunque todos los partidarios del discurso religioso liberal han acordado pasar de puntillas por aquellos puntos en los que sus visiones del mundo chocan frontalmente, estos mismos puntos seguirán siendo fuentes de conflicto perpetuo para sus correligionarios. La corrección política, por lo tanto, no ofrece una base duradera para la cooperación humana. Si la guerra religiosa debe hacerse inconcebible para nosotros, del mismo modo que ya lo son la esclavitud y el canibalismo, es absolutamente necesario prescindir de todos los dogmas de fe.
Cuando tenemos razones para creer lo que creemos, no tenemos ninguna necesidad de fe; cuando no tenemos ninguna razón, o sólo tenemos malas razones, hemos perdido nuestra conexión con el mundo y con los seres humanos. El ateísmo no es sino un compromiso con el nivel más básico de honestidad intelectual: las convicciones de una persona deberían ser proporcionales a sus pruebas. Pretender estar seguro de algo cuando no se está –en realidad, pretender estar seguro sobre proposiciones para las que ni siquiera es concebible prueba alguna– es un defecto tanto intelectual como moral. Sólo el ateo ha comprendido esto. El ateo es simplemente una persona que ha percibido la mentira de la religión y que ha rechazado convertirla en una mentira propia.