La pandemia de la trascendencia

Por: Jorge Alfonso Ramírez

Publicado originalmente en Pensar Vol. 3, No. 4

Tratado de ateología. Física de la metafísica. Por Michel Onfray. Ediciones de la Flor, 2005. 269 páginas.

“No desprecio a los creyentes, no me parecen ni ridículos ni dignos de lástima, pero me parece desolador que prefieran las ficciones tranquilizadoras de los niños a las crueles certidumbres de los adultos. Prefieren la fe que calma a la razón que intranquiliza, aun al precio de un perpetuo infantilismo mental. Son malabares metafísicos a un costo monstruoso”.

Así, con este primer embate, el autor francés nacido en 1959, Michel Onfray, doctorado en filosofía, desembarca en territorio creyente en su magnífica obra Tratado de Ateología.

El filósofo anticipa su posición con un estilo franco y directo, sin tanto apego a los rebusques expresivos: “Mi ateísmo se enciende cuando la creencia privada se convierte en un asunto público y cuando, en nombre de una patología mental personal, se organiza el mundo también para el prójimo”.

Desnuda sin piedad las miserias de la mente beata sometida desde el fondo de los siglos por el peso asfixiante de los tres monoteísmos. Mentes disminuidas ante la mirada pueril de esos símbolos que hace mil años ya despedían el olor rancio de las antiguallas inservibles.

El autor —buscando las causas que dieron origen al opio de los pueblos— señala, entre otras cosas, a la muerte: “para conjurar la muerte, el homo sapiens la deja de lado. A fin de evitar resolver el problema, lo suprime. Tener que morir sólo concierne a los mortales. El creyente ingenuo y necio sabe que es inmortal, que sobrevivirá…”

Pinta el revelador cuadro de una escena primitiva intentando mostrar cómo lo divino surge de la angustia de una vida que termina: “Dios nace de la inflexibilidad, la rigidez y la inmovilidad cadavérica de los miembros de la tribu. Ante el espectáculo del cadáver, los sueños y los humos con que se alimentan los dioses adquieren cada vez más consistencia”.

Es el “imperio patológico de la pulsión de muerte”. Esta “neurosis que forja dioses” —dice Onfray— “no se cura con un esparcimiento caótico y mágico” y apunta sin dudar a la posibilidad de un desmontaje filosófico de esta ficción de ficciones a la que llaman Dios.

Hay páginas completas y sucesivas que deslumbran y atrapan por la lucidez de la crítica mordaz que hace Onfray, en especial al referirse a la reina absoluta de todos los absurdos: la Teología.

El autor se esmera en la autopsia del sinsentido diseccionando los disparates transformados en dogmas: la transubstanciación, la inmaculada concepción, la infalibilidad del Papa, y de todas las insustanciales conjeturas que como engendros sólo pueden incubarse en las estrambóticas mentes de los teólogos.

Las líneas dedicadas a la fábula de la transubstanciación son particularmente fulminantes: “los malabares con la sustancia y las especies sensibles son muy necesarios para convencer a los fieles de que lo que es (el pan y el vino) no existe y que lo que no es (el cuerpo y la sangre de Cristo) existe de verdad. ¡Prestidigitación metafísica sin igual! Cuando la teología se entromete, la gastronomía y la enología, incluso la dietética y la hematología, renuncian a sus pretensiones. Ahora bien, el destino del cristianismo se juega en esta lamentable comedia del bonneteau1 ontológico”. Aplaudo de pié.

Onfray no deja escapar la oportunidad de recuperar la memoria cuando repasa los ríos de sangre que tiñen a las santas religiones: “Millones de muertos, durante siglos, en el nombre de Dios, con la Biblia en una mano y la espada en la otra: la Inquisición, la tortura, el tormento; las Cruzadas, las masacres, los saqueos, las violaciones, el exterminio, el genocidio…” Todo, por amor al prójimo, escribe. “Detrás de todas esas abominaciones hay versículos de la Torá, pasajes de los Evangelios, suras del Corán que legitiman y bendicen…” señala con su habilidad de síntesis.

En su recorrida hacia atrás en el tiempo, detiene su atención en el paso del Jesús histórico al Cristo de la fe y sitúa el origen del mito cristiano en estrecho vínculo con los “delirios de un histérico”, como se refiere Onfray a Pablo de Tarso. La famosa escena de la conversión en el camino de Damasco pierde su encanto místico y Onfray nos muestra con crudeza la patología de un enfermo y su febril delirio evangelizador que terminó infectando toda la cuenca mediterránea.

En los Corintios (1 Cor 9:27), dice Onfray, Pablo confiesa: “Antes castigo a mi cuerpo y lo esclavizo”. “Sabemos que ahí se inicia el elogio del celibato, de la castidad y de la abstinencia. Jesús nada tiene que ver con esto; se trata más bien de la venganza de un aborto, como se nombra a sí mismo en la primera Epístola a los Corintios (15:8)”

“¿Incapaz de acercarse a las mujeres?” —se cuestiona el autor—, “Las detesta…¿impotente? Las desprecia.” A los ojos de Onfray, Pablo se convierte así en la palanca que remueve y renueva la misoginia del monoteísmo judío, heredado luego por el cristianismo y el Islam: “El Génesis condena de modo radical y definitivo a la mujer”, subraya, “primera pecadora y causa del mal en el mundo. Pablo adoptó esa idea nefasta, mil veces nefasta”.

Se vislumbra así́, según el autor, de donde provienen esas absurdas prohibiciones que afectan a las mujeres y que las condenan al silencio y la sumisión como puede comprobarse en Epístolas y Hechos, ambos de factura paulina. La bola de nieve mitológica puesta a rodar por la enfermedad del tarsiota significó para Onfray: “¡Dos milenios de castigos a las mujeres con el único fin de purgar la neurosis de un aborto!”

Pablo de Tarso —insiste el autor— como desequilibrado mental, encaja perfectamente en la categoría de “profetas furibundos, locos iluminados, histéricos convencidos de la superioridad de sus verdades grotescas y vaticinadores de múltiples Apocalipsis”

Envueltos en esa efervescencia milenarista en la que no se conocían aún la clozapina o el haloperidol, abundan los individuos de esta clase, como Teduas —sostiene Onfray—, que “se creía Josué, el profeta de las salvaciones anunciadas y también el étimo de Jesús… Procedente de Egipto, y con cuatro mil seguidores, quería destruir el poder romano y pretendía poseer la facultad, por medio de la palabra, de dividir las aguas de un río, con el fin de permitir el avance de sus tropas…Los soldados romanos decapitaron al Moisés de segunda clase antes de que pudiera demostrar su talento hidráulico”.

“El Jesús de Pablo de Tarso —apunta Onfray— obedece a las mismas leyes de género que el Ulises de Homero, el Apolunio de Tiana Filostrato o el Encolpio de Petronio: un héroe de película histórica…” Es decir, es el resultado de una ficción amplificada promovida por quien se interpreta como llamado a una causa trascendente. ¿No nos recuerda esto a muchos a quienes vemos hoy por televisión detentar semejantes pretensiones?

Y en ese mismo sentido, pero desde una perspectiva más amplia incluye a los demás evangelistas: “Los evangelistas escriben una historia y en ella narran menos el pasado de un hombre que el futuro de una religión” Le llama a esto “Argucias de la razón: creen en el mito y éste los crea. Los creyentes inventan su criatura y luego le rinden culto: el principio mismo de la alienación…”

En su repaso del pasado, Onfray pone el foco en los momentos decisivos del expediente del cristianismo: la conversión de Constantino y sus oportunas habilidades políticas que le permiten manejar el crucial Concilio de Nicea, en el año 325, donde se proclama “décimotercer apóstol”, y otros eventos críticos y fundamentales para la irrupción del cristianismo en la historia, como el del año 380, cuando el emperador Teodosio impuso el catolicismo como religión del estado.

Corriendo más hacia el rojo del espectro, y con el subtítulo de El gusto musulmán por la sangre arranca Onfray una brutal síntesis del tercer monoteísmo por orden de aparición cronológica: “El Islam retoma por su cuenta los peores desatinos judíos y cristianos: el pueblo elegido, el sentimiento de superioridad, lo local convertido en global…el culto a la pulsión de muerte, la teocracia abocada al exterminio de lo diferente…”

Rápidamente, Onfray busca a la principal bestia conceptual parida por la teocracia musulmana al señalar que: “Cerca de doscientos cincuenta versículos —entre los seis mil doscientos treinta y cinco del Libro— justifican y legitiman la guerra santa, la jihad.”

La exacerbación de la sumisión y la obediencia hasta el paroxismo del holocausto, mezclada con la prohibición de la duda —de hecho, “musulmán” es una palabra árabe que significa “los que se someten a la voluntad de Dios”—, es una mezcla explosiva que, como señala el autor, se suma a “la negación de la cualidad existencial a toda persona que no sea musulmana, la justificación de la matanza de infieles, el respeto a los rituales y obligaciones del creyente, la condena al uso de la razón, etc.” “Así se justifican los kamikazes musulmanes. Teoría de la escatología existencial”.

Después de todo ¿Quién puede negarse a la tentación del paraíso? Comprendemos, dice Onfray, “que tentados por esas vacaciones de sueño perpetuo millones de musulmanes vayan a los campos de batalla desde la primera expedición del profeta en Najla hasta la guerra de IranIrak; que las bombas humanas terroristas palestinas desencadenen la muerte en las terrazas de los cafés israelíes; que piratas del aire lancen aviones de línea contra las Torres Gemelas…Aún se obedecen esas fábulas que dejan pasmada a la inteligencia más modesta…”

El autor, sin mostrar mucha preocupación por el antecedente de Salman Rushdie, se cuestiona sobre la ignorancia que agita la vida en este mundo. Resume su impresión del Corán diciendo: “un libro que data de los primeros años de 630, hipotéticamente dictado a un cuidador de camellos analfabeto, decide en detalle la vida cotidiana de millones de hombres en tiempos de la velocidad supersónica, la conquista espacial, la informatización generalizada del planeta, del descubrimiento de la secuencia del genoma humano…”

Como farmacopea para combatir tanto delirio, el autor propone la deconstrucción de los mitos monoteístas que han infectado la cultura de violencia, ignorancia y muerte. Y vislumbra la posibilidad de un desmontaje filosófico. “¿El desafío?” —se pregunta—, y responde: “Una física de la metafísica: por lo tanto, una verdadera teoría de la inmanencia, una ontología materialista”. Un enunciado complejo como ese, anticipa dificultades, pero la recompensa valdría la pena. Al menos, Onfray escribe: “El ateísmo no es una terapia, sino salud mental recuperada”.

Finalmente, debo decir que Onfray ensayó una suerte de reconocimiento, reconfortante, a mi juicio, al dedicar parte de su tratado al recuerdo de aquellos ateos olvidados. En un ameno e ilustrativo repaso encontramos los nombres del Barón Dietrich Von Holbach, el imprecador de Dios, Julien Ofray de La Mettrie, Adrien Helvetius, Jean Meslier, Ludwing Feuerbach y muchos otros. Onfray se queja —y con razón— de que no existe ningún término para calificar de modo positivo al que no rinde pleitesía a las quimeras “fuera de esa construcción lingüística que exacerba la amputación: a-teo”.

Pero Michel Onfray no se muestra optimista: “Dios no está muerto ni agonizante —afirma—, al contrario de lo que pensaban Nietzsche y Heine. Ni muerto ni agonizante porque no es mortal. Las ficciones no mueren, las ilusiones tampoco; un cuento para niños no se puede refutar. Ni el hipogrifo ni el centauro están sometidos a la ley de los mamíferos que al igual que Dios, provienen del bestiario mitológico”. Y más aún, agrega: “No se puede asesinar un subterfugio, no es posible matarlo. Más bien, será él quien nos mate; pues Dios elimina todo lo que se le resiste. En primer lugar, la Razón, la Inteligencia, el Espíritu Crítico. El resto sigue por reacción en cadena”, remata.

Ese Dios esculpido en la noche de los tiempos por una especie consciente de su abandono a la intemperie existencial, “sólo existe para facilitar la vida cotidiana a pesar del camino que cada cual ha de recorrer hacia la nada”, escribe, finalmente, no sin cierto dramatismo.

“El último de los dioses desaparecerá con el último de los hombres. Y con él, el miedo, el temor, la angustia, esas máquinas de crear divinidades”.


NOTAS

  1. Bonneteau: juego de prestidigitación callejera.

Ver introducción al Tratado de ateología escrita por Esther Díaz. En Internet: www.estherdiaz.com.ar/textos/on fray.htm.

Psicoanálisis a un siglo de distancia

Por: Mario Bunge

Del libro 100 ideas

El psicoanálisis nació a la luz en 1900, con la publicación de La interpretación de los sueños, de Sigmund Freud. Ernest Jones, su fiel discípulo inglés y principal biógrafo, nos cuenta que este libro, al que Freud siempre consideró su obra maestra, se reeditó ocho veces en vida de su autor. Y afirma que «No se hizo ningún cambio fundamental, ni hubo necesidad de hacerlo».

Semejante inmutabilidad basta para despertar la sospecha de cualquier mente crítica. ¿Por qué no fue necesario modificar nada esencial en una doctrina psicológica en el curso de tres décadas? ¿Será porque no hubo investigación psicoanalítica de los sueños? ¿O porque el primer laboratorio de estudios científicos de los sueños fue fundado recién en 1963, en la Universidad de Stanford, y sin la participación de psicoanalistas? Y si es así, ¿no será que el psicoanálisis es más literatura fantástica que ciencia?

Éste no es el lugar adecuado para hacer una investigación detallada de la teoría ni de la terapia freudianas: esta tarea ya fue hecha por docenas de psicólogos y psiquiatras científicos, de esos que no predican en los templos psicoanalíticos que son ciertas facultades de psicología latinoamericanas. Me limitaré a resumir una decena de resultados de esos análisis de algunos de los mitos más populares inventados por Freud. Helos aquí.

1. Inferioridad intelectual y moral de la mujer, envidia del pene, complejo de castración, orgasmo vaginal y normalidad del masoquismo femenino. Puros cuentos. No hay datos clínicos ni experimentales que los avalen. Lo único que hay son efectos psicológicos de la discriminación contra la mujer en la sociedad actual. Pero éstos están desapareciendo a medida que, contrariamente al notorio machismo de Freud, se va reconociendo la paridad de los sexos.

2. Todo sueño tiene contenido sexual, ya manifiesto, ya latente. Incomprobable, ya que, si en un sueño no aparece nada sexual, el analista “interpretará” algo en el sueño como símbolo sexual. Pero otro analista lo “interpretará” de manera diferente. Al igual que los viejos almanaques de los sueños, los psicoanalistas no exhiben pruebas de sus interpretaciones; pero, a diferencia de aquellos, los psicoanalistas no proponen reglas explícitas que sirvan, por ejemplo, para jugar a la quiniela.

3. Complejos de Edipo y de Electra, y represión de los mismos. No hay datos fidedignos, ni clínicos ni antropológicos, que indiquen la existencia de esos complejos. En cuanto a la hipótesis de la represión, sólo sirve para proteger las hipótesis precedentes: cuanto más enfáticamente niego odiar a mi padre, tanto más fuertemente confirmo que lo odio. Que es como decir que el campo gravitatorio es tanto más intenso cuanto menos acelere a los cuerpos en caída.

4. Todas las neurosis son causadas por frustraciones sexuales o por episodios infantiles relacionados con el sexo (p. ej., abuso sexual y amenaza de castración).Pura fantasía. La frustración sexual causa estrés, no neurosis (las que, por lo demás, no fueron bien definidas por Freud). No se ha probado que los abusos sexuales sufridos durante la infancia dejen huellas más profundas que privaciones, palizas, humillaciones u orfandad. Tampoco es plausible que todo olvido resulte de la censura por parte del fantasmal superyó. Se olvida lo que no se refuerza. Lo que sí se ha probado es que la llamada técnica de “recuperación” (implantación) de recuerdos reprimidos fue un pingüe negocio. En todo caso, los trastornos psicológicos tienen múltiples fuentes y, por tanto, múltiples tratamientos posibles. Algunos de ellos (p. ej., micción nocturna y fobias) se tratan exitosamente con terapia de la conducta. Otros (p. ej., depresión y esquizofrenia) responden a drogas. Y otros más (p. ej., violencia patológica) pueden necesitar intervención quirúrgica (en la tiroides o en la amígdala cerebral).

5. La violencia (guerra, huelga, etcétera) es la válvula de escape de la represión del instinto sexual. Salvo en casos patológicos, tratables con neurocirugía, la violencia tiene raíces sociales y culturales: pobreza, expansión económica, fanatismo político o religioso, etcétera. Por tener causas sociales, la violencia colectiva tiene remedios sociales. Por ejemplo, la delincuencia disminuye con la ocupación.

6. Sexualidad infantil. Mito. En efecto, la sexualidad reside en el cerebro, no en los órganos genitales. Sin hipotálamo ni las hormonas que éste sintetiza (oxitocina y vasopresina) no habría deseo ni placer sexuales. Y el cerebro infantil no tiene la madurez fisiológica necesaria para sentir placer sexual. Para entender la sexualidad hay que hacer investigaciones psiconeuroendocrinológicas y antropológicas, en lugar de fantasear incontroladamente.

7. El tipo de personalidad es efecto del modo de aprendizaje del control de los esfínteres. Falso. La investigación ha mostrado la inexistencia de esta correlación: las personalidades “oral” y “anal” son producto de la fantasía incontrolada de Freud. Hay muchos tipos de personalidad, y todos son producto del genoma, del ambiente y del propio esfuerzo. Más aún, lejos de ser inalterable, la personalidad puede ser transformada radicalmente por enfermedades cerebrales, accidentes cerebrovasculares, drogas y reaprendizaje.

8. Los actos fallidos (lapsos de la lengua) revelan deseos reprimidos. Sólo en algunos casos, y son los menos. La mayoría de las transposiciones de palabras son errores inocentes. Para provocarlas deliberadamente se arman los trabalenguas. Además, algunos sujetos son más propensos que otros a cometerlas.

9. El superyó reprime todos los deseos y recuerdos vergonzosos, los que se almacenan en el inconsciente. El analista lo destapa con el método de la asociación libre. Los experimentos más notables sobre el tema, los de la famosa investigadora Elizabeth Loftus (quien no es psicoanalista), no han mostrado la existencia de la represión. Y la experiencia clínica muestra que tampoco existe la asociación libre, puesto que el analista transmite a su cliente sus propias hipótesis y expectativas. A medida que aprende la jerga freudiana, el cliente “confirma” lo que su analista espera de él.

10. El ser humano es básicamente irracional: está dominado por su inconsciente. El inconsciente freudiano, como el diablillo cartesiano, jugaría arbitrariamente con nuestras vidas y a espaldas de nuestra conciencia. Esta visión pesimista de la humanidad no se funda ni puede fundarse sobre datos empíricos. Lo que no quita que algunos procesos mentales escapan, en efecto, a la conciencia. Pero ya Sócrates sostenía algunas cosas de las que no tenemos conciencia. Y el libraco El inconsciente, de Eduard von Hartmann, apareció cuando Freud tenía catorce años, y fue un best seller en alemán y en francés durante una generación. (Yo lo heredé de mi tío Carlos Octavio, quien a su vez puede haberlo heredado de su padre.) En todo caso, si es verdad que a menudo tenemos impulsos irracionales, también es cierto que otras veces logramos controlarlos. Que para eso se montan mecanismos de educación y control social. Y para eso hay quienes hacen ciencia o técnica auténticas: para ascender de lo irracional a lo racional.

En resumen, las fantasías psicoanalíticas son de dos clases: las incomprobables y las comprobables. Las primeras no son científicas. Y las segundas son de dos clases: las que han sido puestas a prueba y las que aún no han sido investigadas científicamente. Todas las del primer grupo han sido falsadas. Y, evidentemente, las del segundo grupo siguen en el limbo.

¿Qué queda de todo un siglo de psicoanálisis? Nada más que fantasía incontrolada. Los psicoanalistas no hacen experimentos, y ni siquiera llevan estadísticas de sus tratamientos. Además, ignoran por principio los hallazgos de la psicobiología y de la psiquiatría biológica. Su psicología es de sillón y sofá, porque son prisioneros del mito primitivo del alma inmaterial que no puede captarse por medios materiales, tales como la resonancia magnética funcional y otros métodos de visualización de procesos mentales.

El psicoanálisis es la teoría de los que no tienen teorías científicas de lo mental ni de lo cultural. Y es una curandería irresponsable que explota la credulidad. Como dijo Sir Peter Medawar, Premio Nobel de Medicina, el psicoanálisis es «Un estupendo timo intelectual». Ningún otro timo del siglo pasado ha dejado semejante huella en la cultura popular.

El éxito comercial del psicoanálisis se explica porque (a) no requiere conocimientos previos; (b) no exige rigor conceptual ni empírico; (c) pretende explicarlo todo con un puñado de principios: desde las neurosis y la rebelión adolescente hasta la religión y la guerra; (d) es un sucedáneo de la religión; (e) llenaba vacíos que dejó hasta hace poco la psicología científica, en particular la sexualidad, las emociones y los sueños; (f) se jacta de curaciones inexistentes; y (g) según el propio Freud, los psicoanalistas les hacen el favor a sus clientes de cobrarles la consulta: no hacen obra social.

Pero éxito comercial y penetración en la cultura de masas no son lo mismo que triunfo científico. Cien años de fantaseo psicoanalítico no han arrojado resultados equivalentes a los que arroja una semana de investigaciones de laboratorio en neurociencia cognoscitiva.

Además, hoy contamos con la psiconeuroendocrinoinmunofarmacología. Ésta es la palabra castellana más larga que conozco. Abreviémosla PNEIF. Este acrónimo designa la ciencia aplicada que busca fármacos que prometan reparar los trastornos del sistema neuroendocrinoinmune que se sienten como trastornos mentales, tales como el dolor y el pánico, la confusión y la amnesia, la alucinación y la depresión.

El caso de la PNEIF es uno de los pocos en que se conoce la fecha exacta del nacimiento de una ciencia: 1955. Ese año se descubrió el primer fármaco neuroléptico para el tratamiento de una enfermedad mental: la depresión. Antes sólo se conocían estimulantes, tales como la cafeína, la benzedrina y la cocaína; calmantes, tales como el opio; y drogas que, como el alcohol y el tabaco, al principio estimulan y luego inhiben.

La ciencia básica correspondiente es la psiconeuroendocrinoinmunología, o PNEI, fusión de cuatro disciplinas que antes estaban apenas relacionadas. No fue sino en el curso de las últimas décadas que se advirtió que las fronteras entre las distintas ciencias del cerebro son en gran medida artificiales, porque cada una de ellas estudia una parte o un aspecto de un único supersistema.

Por ejemplo, se ha descubierto que el órgano de la emoción (el sistema límbico) sostiene unas veces, y otras entorpece, las actividades del órgano del conocimiento (la corteza cerebral). Sin motivación no hay aprendizaje; a su vez, el motivo puede ser afectivo, tal como el deseo de agradar o de molestar a alguien. Y si la emoción es muy fuerte, como es el caso del pánico, el raciocinio falla.

Todo esto se ha sabido desde que los seres humanos empezaron a interesarse por sus procesos mentales. Lo que no se sabía antes es que estos procesos están bastante bien localizados en el cerebro. Por ejemplo, un ser humano que tiene una lesión grave en la corteza prefrontal (detrás de los ojos) tiene el juicio moral deteriorado. Es el caso, afortunadamente muy raro, de los psicópatas.

La PNEIF está de moda porque está abordando y resolviendo una pila de enigmas de la vida mental, y porque su uso médico promete curar o al menos atenuar las angustias de los enfermos mentales y acabar con el psicomacaneo y la psicocurandería.

Por ejemplo, si con una píldora diaria se logra controlar a un esquizofrénico, quedan sin trabajo tanto el brujo que sostiene que se trata de un caso de posesión demoníaca como el psicoterapeuta que asegura que el trastorno es resultado de un episodio infantil, y que trata al paciente con meras palabras.

La PNEIF es la versión más reciente, rigurosa y eficaz de la medicina psicosomática. El psicoanálisis ha quedado definitivamente tan atrás como el curanderismo, excepto como superstición popular y como negocio.

Para comprobar lo que acabo de afirmar basta preguntarle a un boticario qué píldoras se recetan con algún éxito para tratar angustias, obsesiones, depresiones, esquizofrenias y otros trastornos mentales. Y quien quiera saber qué fundamento tienen tales recetas, deberá consultar las revistas científicas que se ocupan de la mente y sus trastornos, así como los semanarios científicos generales Nature y Science.

Estas publicaciones están llenas de nuevos resultados sobre la psique. Ninguna de ellas acepta macaneos psicoanalíticos. Los psicoanalistas sólo usan revistas psicoanalíticas: constituyen una secta marginal con respecto a la comunidad científica. Su alquimia no transmuta ignorancia en conocimiento, sino mito en oro.

La popularidad del psicoanálisis entre los escribidores posmodernos se explica en parte porque no exige conocimientos científicos. Y en parte también porque los posmodernos, como los filósofos hermenéuticos y los practicantes de las “ciencias” ocultas, sospechan que todo es símbolo de alguna otra cosa. Sin embargo, incluso Freud admitió que, a veces, un cigarro es un cigarro.

Filosofar científicamente

Por: Mario Bunge. Extraído del libro 100 ideas.

Es sabido que, hasta hace un par de siglos, no se distinguió entre filosofía y ciencia. Los filósofos de la Contrailustración, en particular Hegel, Schelling y Fitche, fueron los primeros en erigir una pared entre ambos campos. Aun así, no todos los siguieron. Por ejemplo, el filósofo y matemático Bernhard Bolzano se inspiró en el gran matemático y filósofo racionalista Leibniz antes que en los románticos. Los neokantianos, de Cohen y Natorp a Cassirer, hicieron pininos para mostrar que la filosofía de Kant era compatible con la ciencia, aunque acaso necesitara alguna cirugía plática. A fines del siglo XIX se publicaba en lengua alemana una revista trimestrar de filosofía científica. Y de 1927 a 1938 los neopositivistas reunidos en el Círculo de Viena, y luego expatriados a los EE.UU., declararon que hacían filosofía científica. Que alguna de estas tentativas haya sido lograda aún hoy es motivo de debate.

La ruptura final de la filosofía con la ciencia vino con la hermeneútica de Dilthey, el intuicionismo de Bergson, el neohegelianismo de Croce y Gentile, la fenomenología de Husserl, el existencialismo de Heidegger y Sartre, y la filosofía lingüística del segundo Wittgenstein, Austin y Strawson. Es verdad que Bergson saludó al darwinismo. Pero al mismo tiempo afirmó que la razón no puede comprender la vida, y que la ciencia sólo puede dar cuenta de lo inanimado. Además, su crítica a la teoría especial de la relatividad fue tan lamentable que él mismo mandó retirar su libro de circulación.

¿Vale la pena intentar reaproximar ambos campos después de tantos fracasos y conflictos? Creo que sí, aunque sólo sea porque toda investigación científica presupone ciertos principios filosóficos. He aquí una muestra de tales principios tácitos: “El mundo exterior existe independientemente del sujeto y puede conocerse en alguna medida”, “todo es legaliforme: no hay milagros”, “para averiguar cómo es el mundo tenemos que ejercitar la razón y la imaginación, imaginar hipótesis y teorías, y diseñar y realizar observaciones y experimentos”. O sea, los científicos filosofan sin saberlo. Siendo así, es deseable explicitar, analizar y sistematizar las ideas filosóficas que los científicos suelen manejar en forma descuidada.

Una tarea útil que puede hacer el filósofo es estudiar y denunciar la ambivalencia filosófica de la mayor parte de los científicos. Me refiero al hecho de que, al tiempo que practican una filosofía, suelen predicar otra. Por ejemplo, cuando enseñan o escriben libros de texto suelen decir que toda investigación comienza por la observación o “se basa” en ella, y que las teorías no son sino compendios de datos observacionales. Pero a continuación introducen conceptos que denotan inobservables, tales como los del universo, tiempo, masa, peso atómico, longitud de onda, potencial, metabolismo, aptitud, evolución e historia. O sea, predican el empirismo pero practican una síntesis de empirismo con racionalismo.

Sin embargo, la filosofía de la ciencia, o epistemología, no es el único punto de contacto entre la filosofía y la ciencia. Todas las ramas de la filosofía se pueden encarar de manera científica. Esto no implica que el filósofo se ponga a hacer mediciones o experimentos. Sí implica que pone a prueba sus conjeturas y que, cuando trabaja un problema filosófico, se entera de los resultados científicos pertinentes.

Por ejemplo, si quiere tratar el problema del ser, debe comenzar por distinguir dos clases de existencia: la concreta (o material) y la abstracta (o ideal). Si quiere ocuparse de objetos ideales, tendrá que aprender el ABC de la lógica y de la matemática, que son las ciencias de los objetos abstractos. Si, en cambio, pretende filosofar sobre cosas concretas, tales como átomos, organismos o personas, tiene el deber de aprender el ABC de las ciencias que tratan de ellas.

De lo contrario, su discurso será obsoleto u oscuro, y por lo tanto inútil. Esto le ocurrió a Heidegger cuando escribió su famoso Ser y Tiempo, que podría haber sido escrito por un monje del siglo anterior al de Tomás de Aquino. Lo mismo ocurre con los filósofos de la mente que se niegan a enterarse de los descubrimientos sensacionales que está haciendo la neurociencia cognoscitiva, que trata las funciones mentales como procesos cerebrales. No están al día y por lo tanto no aportan conocimientos propiamente dichos: sólo aportan opiniones y juegos académicos.

Algo parecido ocurre con los problemas de los valores y de las normas morales. Es sabido que algunos juicios de valor son subjetivos, mientras que otros son objetivos. Por ejemplo, yo no puedo justificar que Mozart me guste muchísimo más que Bartok. Acaso pueda explicar esta preferencia en términos de mi educación, pero no puedo dar razones valederas. En cambio, todos podemos dar buenas razones para preferir el agua potable a la contaminada, la justicia a la injusticia, la solidaridad al egoísmo, la libertad a la tirazía, la paz a la guerra, etc.

O sea, hay valores objetivos y por lo tanto justificables, además de los subjetivos, que son mera cuestión de gusto. Siendo así, es posible y deseable intentar fundamentar la axiología y la ética sobre la ciencia y la técnica, en lugar de sostener que los valores y las reglas morales son puramente emotivos, o convenciones sociales, o normas impuestas por el poder económico, político o eclesiástico.

Por ejemplo, se puede argüir en favor de la retribución justa del trabajo, recurriendo no sólo a los sentimientos de compasión y solidaridad, sino también a las estadísticas que muestran que la longevidad y la productividad aumentan con el ingreso. O sea, la justicia social es buen negocio.

Procediendo de esta manera, se puede mostrar que no todas las doctrinas filosóficas son meras opiniones, ni menos aún supersticiones, sino que algunas de ellas pueden abonarse con conceptos o datos científicos.

Ya pasó el tiempo de la especulación filosófica desbocada. Llegó el tiempo de la imaginación filosófica alimentada y controlada por los motores intelectuales de la civilización moderna: la ciencia y la técnica. Llegó el tiempo de frecuentar más el taller filosófico que el museo de filosofías caducas.

La “Física” de Deepak Chopra

Sadri Hassani, translated by Alejandro Borgo

July 12, 2016

Artículo traducido por Alejandro Borgo, Director del CFI/Argentina.


Los científicos chiflados son muy proclives a trivializar y abusar de la ciencia -especialmente de la física- y particularmente de la física fundamental.

Por eso es crucial luchar contra la pseudociencia donde más le duele: en el nivel fundamental. Si bien hay muchas críticas hacia los promotores de la falsa ciencia y sus ideas son desacreditadas en los hechos, hay pocos análisis profundos disponibles sobre la forma falaz en que hacen mal uso de la ciencia fundamental. En este artículo, mi propósito es ayudar a corregir las cosas, llenando las lagunas existentes. Uno de los primeros en vulgarizar la física fundamental fue Deepak Chopra, cuyo uso indiscriminado de palabras tales como quantum, energía, campo y no-localidad los torna tan frívolos como un eructo luego de hacer un curso para aprender a cocinar pollo tandori. Por consiguiente, vale la pena examinar su “física” y desentrañar las indignantes burradas conceptuales que inventa innecesariamente, especialmente cuando éstas sirven como fundamento de las conclusiones que vende a sus lectores y seguidores como hechos científicos.

El libro

Chopra logró la celebridad cuando publicó La curación cuántica (Quantum Healing), libro vanguardista sobre la medicina mente/cuerpo en el cual engaña a sus lectores haciéndoles creer que la medicina india tradicional, Ayurdeva, tiene base científica. Desde entonces, su misión es vender el mensaje que dice que el universo es consciente, que la conciencia crea y gobierna la materia, y que la física moderna está en el corazón de este mensaje. La táctica perniciosa que usa para dicho propósito es decorar sus discursos y escritos con los nombres de físicos famosos como Einstein, Planck, Schrödinger y Heinsenberg, y atribuirles sus propias ideas sobre la mente y la materia. (1)

Dado que La curación cuántica inició la novedosa trivialización de uno de los logros científicos e intelectuales más grandes de la humanidad, resulta instructivo presentar al lego una rigurosa evaluación científica del contenido del libro. Pero primero tenemos que evaluar la integridad profesional del autor. Después de todo, la premisa principal de la ciencia es la honestidad. Stanley Pons y Martin Fleischmann eran científicos confiables antes de su apresurado anuncio del descubrimiento de la fusión en frío, en marzo de 1989, luego del cual cayeron en desgracia frente a la comunidad científica (Huizenga, 1992). ¿Puede La curación cuántica pasar el test de honestidad científica?

El título del libro proclama una idea revolucionaria que requiere del autor un nivel de integridad intelectual equivalente a la de otros científicos revolucionarios. La integridad se ve, en parte, por la forma en que los científicos usualmente reconocen a los individuos que han tenido un rol en la construcción de las ideas expresadas en el trabajo. Einstein, en su artículo sobre la revolucionaria teoría especial de la relatividad, reconoce a su desconocido amigo Michele Besso, quien trabajaba con él en la oficina de patentes de Berna (Einstein, 1952). En un apartado en el que relata cómo nació la relatividad especial, Einstein profundiza sobre las conversaciones que tenía con Besso y cómo esas conversaciones ayudaron a consolidar su idea de la relatividad del tiempo (Hassani 2010, 362). De forma similar, dos artículos fundamentales de Planck que dieron origen a la teoría cuántica contienen numerosas menciones de los físicos que lo ayudaron a moldear la idea del quantum. Su gratitud se manifiesta principalmente en la conferencia que dio cuando ganó el premio Nobel, donde atribuye su descubrimiento del cuanto electromagnético a Ludwig Boltzmann, creador de la mecánica estadística, declarando “…este problema me llevó automáticamente a una consideración de… las ideas de Boltzmann; hasta que luego de algunas semanas del trabajo más extenuante de mi vida, la oscuridad devino en luz, y una inimaginable perspectiva se abrió delante mío” (Planck, 1918).


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Semejantes reconocimientos de los descubridores de las ideas científicas no solo son un signo de honestidad sino también un recordatorio de que la ciencia es una emprendimiento colectivo que abarca no solo la invención de una sola persona sino la colaboración de una comunidad que llega a todo el globo y se extiende hacia el pasado y el futuro. Con el objetivo de contribuir con la ciencia, uno primero tiene que enterarse de las contribuciones relevantes hechas por otros científicos; uno puede ver más adelante solo “subiéndose a los hombros de los gigantes”, y cualquier “nuevo tipo de ciencia” que contradiga las ideas establecidas y empíricamente probadas sin presentar buena evidencia en contra solo puede ser el invento de un chiflado.

Chopra debería atenerse estrictamente al estándar de integridad como los científicos que a él tanto le gusta mencionar en sus discursos y escritos. Así es no solo porque está escribiendo sobre (su distorsionada versión de la) ciencia, sino también porque tiene millones de seguidores que literalmente lo consideran como un profeta. Sus palabras, empañadas por una terminología robada a la ciencia -una disciplina venerada y confiable, aunque incomprendida por la gente- son máximas poderosas y eslóganes para sus discípulos.

La estafa: la desaparición de Maharishi

El autor de un trabajo sobre hechos reales que tenga honestidad intelectual, solo publica una segunda edición cuando hay cambios sustanciales en el contenido del trabajo, generalmente años después de la edición original. Dichos cambios, y la razón y el propósito de ellos, se expresan claramente en el prefacio de la nueva edición, mientras que el prefacio de la edición anterior también se deja en el libro con el propósito de compararlos. La edición de tapa dura de La curación cuántica salió en 1989 y la edición en rústica en 1990. En la Introducción, Chopra relata sus encuentros con “uno de los más grandes sabios vivos”, que le impartió algunas técnicas antiguas que “restaurarían las habilidades para curar con la mente” (Chopra 1989, 2-4; también disponible online enhttp://skepticaleducator.org/wp-content/uploads/2015/03/IntroToFirstEd.pdf). En uno de los encuentros, el sabio le dice a Chopra: He estado esperando largo tiempo para sacar a relucir algunas técnicas especiales. Creo que van a transformarse en la medicina del futuro. Se conocían en el pasado remoto pero se perdieron en la confusión del tiempo; ahora quiero que las aprendas, y al mismo tiempo quiero que expliques clara y científicamente cómo funcionan. (2).

Por lo que dice, uno tiene la inequívoca impresión de que si no fuera por sus contactos con este gran sabio, Chopra nunca se hubiera encontrado con el “descubrimiento” descrito en su libro. De hecho, se siente en deuda con el sabio al que le dedica el libro “con todo mi corazón y las más profundas gracias al Maharishi Mahesh Yogi” (Chopra, 1989; también disponible online en http://skepticaleducator.org/wp-content/uploads/2015/03/Dedication.pdf). Como la influencia del Maharishi en el “descubrimiento” de Chopra es evidente a lo largo del libro, uno podría pensar que, al igual que un científico honesto, Chopra esta reconociendo las conversaciones que tuvo con el sabio y cómo esas conversaciones pueden haberle ayudado a moldear sus ideas. Sin embargo, ello sería pensar prematuramente porque el reconocimiento aparece solo hasta la décimo-cuarta edición del libro.

La décimo-sexta edición y las que le siguen (3) parecen ser la “segunda edición” porque contienen una sola página titulada “Prefacio a la Nueva Edición”. Sin embargo, la usual leyenda “Segunda Edición” ha desaparecido de la tapa. Más aún, al contrario que cualquier nueva edición, no tiene el prefacio de la primera edición. Así que… ¿Por qué escribir el prefacio para la “nueva edición”? Un cambio sospechoso en la nueva edición es que todas las citas del nombre del Maharishi fueron quitadas; los encuentros con él, que fueron el punto de partida de la curación cuántica, no se mencionan; las técnicas cruciales del “sonido primordial”, que eran “las terapias curativas más fuertes en Ayurveda” y se prescribían para enfermedades incurables como el cáncer, desaparecieron; no hay mención alguna de la revelación de “algún gran secreto” que haya tenido lugar luego del encuentro con el Maharishi; no se menciona cómo el Maharishi le enseñó a Chopra “cómo perforar la máscara de la materia”. Por lo tanto, el nuevo prefacio parece una pantalla de humo para que Chopra borre el nombre de la persona que le implantó la idea del libro en su mente.

Este borrado se manifiesta desvergonzadamente en las bibliografías de las dos “ediciones”. En la bibliografía de las impresiones anteriores del libro, Chopra escribe “Recomiendo enfáticamente los siguientes once libros, todos los cuales participaron en mi educación sobre estas fascinantes disciplinas” (Chopra, 1989; también disponible online en http://skepticaleducator.org/wp-content/uploads/2015/03/Biblio1.pdf). Dos de estos once libros son del Maharishi. En la bibliografía de la décimo-sexta edición y posteriores, también recomienda once libros, pero ¡solo figuran nueve! (4). Ustedes pueden imaginarse cuáles dos faltan. Dicha acción, que debería avergonzar a Chopra y su editor, y en un frenético apuro que solo puede atribuirse a charlatanes y estafadores que quieren ocultar la evidencia, Chopra borró toda huella del nombre del Maharishi y la influencia del gurú en La curación cuántica, pero se olvidó de contar el nombre de libros que permanecieron en la bibliografía.

La “segunda edición” ¿tenía cambios sustanciales en el contenido del libro? Aunque Chopra menciona el cambio en sus visiones en el prefacio de la nueva edición, no dice cómo el cambio afectó su contenido. De hecho, si comparan las páginas de la primera y segunda ediciones, como yo hice, encontrarán que prácticamente no hay cambios en el contenido exceptuando el borrado de cualquier referencia al Maharishi. Lo que hace que todo sea sospechoso es que no hay explicación alguna para cualquiera de estos cambios en el libro.

La metida de pata: “Explicación” luego de la muerte del Maharishi

Como colaborador habitual de The Huffington Post, Chopra escribió apresuradamente un artículo el 13 de febrero de 2008 (disponible online enhttp://www.huffingtonpost.com/deepak-chopra/the-maharishi-years-the-u_b_86412.html). Es importante examinar las partes más destacadas del artículo, como la narración de la turbulenta relación de Chopra con el Maharishi, especialmente porque el artículo está lleno de relatos de encuentros íntimos entre los dos, con extrañas afirmaciones que a menudo se parecen a milagros. Chopra comienza el artículo informando la publicación de su libro Perfect Health, en 1991, por lo menos seis años antes de conocer al Maharishi. No menciona su anterior libro, La curación cuántica, por lejos su libro más influyente, germen de la idea de lo que fue implantado en su mente luego de varios encuentros con el gurú. Ignora completamente que en 1985, inmediatamente después de sus reuniones con el Maharishi, renunció a su trabajo en en New England Memorial Hospital para fundar el Maharishi Ayurveda Health Center, en Boston (https://en.wikipedia.org/wiki/Deepak_Chopra). No menciona el hecho de que fue en este Centro donde tomaron forma sus ideas para escribir La curación cuántica (Chopra, 1989). No explica por qué cambió el nombre del centro a Ayurveda Health Center en las últimas ediciones del libro.

Chopra continúa: “Cuando estaba en meditación tuve una visión del Maharishi acostado en una cama de hospital con sondas intravenosas en su cuerpo respirando con un respirador”. Inmediatamente tomó un avión desde Chicago hasta (Nueva) Delhi y encontró al Maharishi exactamente como lo vio en su visión. Debido al grave estado del Maharishi, se decidió que viajara a Londres. Chopra toma un vuelo a Londres y hace arreglos para que el Maharishi sea admitido en un hospital privado. Mientras estaba parado fuera del hospital, mirando la ambulancia entre el tránsito, uno de los médicos acompañantes fue con la noticia de que el Maharishi había muerto súbitamente. Chopra corre hacia la ambulancia “levantando el cuerpo del Maharishi y llevándolo en mis brazos entre el tránsito de Londres”. Sin embargo, luego de veinticuatro a treinta y seis horas el asistente les informó que el Maharishi se estaba recuperando milagrosamente.

Pero la recuperación fue un tanto lenta. “Llegó un punto en el que el médico nos informó que (el Maharishi) tenía una anemia severa y necesitaba una transfusión de sangre. Cuando chequearon el tipo de sangre del Maharishi, resultó ser que yo era el único dador compatible”. Luego del hospital, el Maharishi fue trasladado a una casa de campo en el sudeste de Inglaterra donde “pasé horas cuidándolo personalmente”. El Maharishi estuvo fuera de circulación durante casi un año; pocos miembros del movimiento de Meditación Trascendental sabían dónde estaba. Luego de recuperarse totalmnte, lo llevaron en helicóptero a la pequeña villa de Vlodrop, en Holanda.

No está claro quién decidió llevarse al Maharishi a un lugar donde no lo viera nadie. Lo que está claro es que el permaneció en Vlodrop mientras Chopra “fue enviado, como uno de sus principales emisarios, en un vuelo de rutina… Donde iba me respetaban como a mi gurú, con ceremonias que rayaban la veneración”. En julio de 1993, Chopra fue a ver al Maharishi en sus habitaciones privadas para darle “sus respetos”, y el Maharishi dijo, “La gente me está diciendo que estás compitiendo conmigo… Quiero que dejes de viajar y vivas aquí en el ashram conmigo”. También quería que Chopra pare de escribir libros. Luego las deliveraciones llegaron a un ultimátum, “Me dio veinticuatro horas para que me decida”.

El 13 de febrero de 2008, cuando el artículo apareció en el Huffington Post, habían pasado solo ocho días desde la muerte del Maharishi y más de catorce años luego de que Chopra cortara relaciones con él en el segundo semestre de 1993. Chopra debía haber tenido el artículo listo cuando el Maharishi estaba en su lecho de muerte. ¿Qué motivos puede tener uno para esperar catorce años para contar una historia con tanto autobombo y tan íntima sobre una relación entre una persona y otra, y luego publicar la historia inmediatamente después de la muerte de la última? ¿Podría haber alguna intención de manchar los hechos?

Cualquier lector inteligente que no se ha dejado deslumbrar por el encanto de Chopra puede ver en el artículo del Huffington Post el poder de la lucha entre un viejo gurú y un discípulo conspirador que está tratando de robarle la congregación al gurú para beneficiarse personalmente? El lector también puede detectar el indignante intento de retratarse a sí mismo como un ser sobrehumano con un poder de cura milagroso, alguien que puede ver hechos que suceden a miles de millas. Por el contrario, un seguidor, cree cada palabra de la historia y la divulga a otros potenciales seguidores. Este es el público para el que Chopra escribió el artículo. Y este es el público que debería estar alerta acerca de su deshonestidad profesional.

La eliminación por parte de Chopra de todas las referencias al Maharishi en las últimas ediciones de La curación cuántica -independientemente de cualquier conflicto personal que él pueda haber tenido con el gurú- revela su falta de integridad profesional, de acuerdo con su propia admisión en las ediciones anteriores, de que sus varios encuentros con el Maharishi fueron los que lo inspiraron a “explicar, clara y científicamente, cómo (las técnicas de Ayurveda) funcionaban”. Y su explicación del conflicto, publicadas apresuradamente en el Huffington Post inmediatamente después de la muerte del Maharishi, es un signo revelador de su hipocresía profesional.

Parafraseando una famosa cita del fallecido Carl Sagan, los títulos de libros extraordinarios requieren un profesionalismo extraordinario. Este artículo ha documentado suficiente evidencia que demuestra que el profesionalismo de Deepak Chopra al escribir La curación cuántica, es de tan baja calidad que raya en la charlatanería.


Notas

  1. En la conferencia de apertura (https://www.youtube.com/watch?v=o-ijyqWzDrY&feature=kp) que Chopra dio en una reunión organizada por Salesforce en 2013, repetidamente menciona los nombres de varios científicos famosos, incluyendo a Newton, Einstein, Planck, etc., para convencer a la audiencia que la energía oscura y la materia oscura no solo son desconocidas sino también “incognoscibles” y que los científicos no deberían esconder la verdad. El videoclip en https://youtu.be/dA89wWI6ljo compara el mensaje de Chopra con otro poeta/profeta que también advertía sobre buscar la verdad y sirvió a los fines de pavimentar el camino hacia el Oscurantismo.
  2. Parece que el sabio estaba equivocado. Una técnica que de alguna manera está relacionada a la ciencia viene después de que se haya obtenido el conocimiento científico como prerrequisito. Uno nunca empieza con una técnica y luego solicita (o exige) una explicación científica. Es como si el papa le pidiera a un científico católico que ¡encuentre una base científica para el Ave María!
  3. No he visto la décimoquinta edición, así que no sé si el nombre del Maharishi está presente o no.
  4. Debido a que la “segunda edición” de La curación cuántica es solo una farsa, las fechas que aparecen en la página del copyright se refieren a la primera “edición”, o sea la de 1989 en tapa dura y la de 1990 para la edición comercial. Por lo tanto es difícil referir la “segunda edición” -que presumiblemente apareció en 1993 o 1994 luego de que Chopra rompiera con el gurú- de manera apropiada. Solo mirando el número de edición en la página del copyright uno puede anticipar si el libro contiene o no el nombre del Maharishi. En la trigésimo-cuarta edición que compré en 2013, Chopra no corrigió la bibliografía: todavía recomienda once libros y ¡hace una lista de nueve! Esta bibliografía se puede encontrar online enhttp://skepticaleducator.org/wp-content/uploads/2015/03/Chopras-bibliography.pdf.
  5. La fecha del post ha cambiado al menos una vez desde que la descubrí por primera vez el 2 de julio de 2011. El 18 de marzo de 2015, la fecha se cambió al 31/12/1969, 7:00 pm EST y el post parece haber sido actualizado el ¡17/11/2011! Hay una copia disponible en http://skepticaleducator.org/wp-content/uploads/2015/03/Deepak-Chopra-The-Maharishi-Years-The-Untold-Story-Recollections-of-a-Former-Disciple-.pdf) En mi opinión, 31/12/1969 7:00 pm EST es la época de algunas plataformas, y es el default al cual el sistema revierte cuando la fecha y hora de un archivo es ingresado incorrectamente.

Referencias

Chopra, D. 1989. Quantum Healing: Exploring the Frontiers of Mind/Body Medicine. New York: Bantam Books.

Einstein, A. 1952. The Principle of Relativity. New York: Dover Publications, Inc.

Hassani, S. 2010. From Atoms to Galaxies. Boca Raton: CRC Press.

Huizenga, J. 1992. Cold Fusion: The Scientific Fiasco of the Century. Rochester: University of Rochester Press.

Planck, M. 1918. Nobel lecture. Available at http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/physics/laureates/1918/planck-lecture.html.

Ilusiones de la memoria

Del Skeptical Inquirer

Elizabeth Loftus, Traducido por Alejandro Borgo

Julio 16, 2016

Artículo traducido por Alejandro Borgo, Director del CFI/Argentina.


El doctorado honorífico que recibí por parte de la Universidad Goldsmiths de Londres resulta muy significativo en este momento particular de mi vida.

Me da la oportunidad para hablar con ustedes acerca de mi trabajo sobre las ilusiones de la memoria -o los recuerdos que las personas a veces tienen de haber visto o hecho cosas que nunca vieron o hicieron.

Cuando comencé mi trabajo sobre las ilusiones de la memoria no me imaginaba que se iba a transformar en un tema tan relevante socialmente y tan políticamente explosivo. Por supuesto, las parejas y hermanos discuten interminablemente sobre quién tiene razón respecto de los recuerdos de hechos pasados -ese es un entretenido e irritante aspecto de la vida cotidiana de cualquier familia.

Pero ¿quién podía prever, a fines del siglo XX, la “terapia de recuerdos recuperados”? ¿O que la gente iba a creer fervientemente que recordaba haber sido secuestrada por alienígenas o cultos satánicos? ¿Quién podía saber que en la primera década del siglo XXI nos encontraríamos con cientos de individuos presos inocentes -su inocencia probada por análisis de ADN- y que la principal causa de las injustas condenas que habían recibido se debía a recuerdos defectuosos?

Así, mientras progresaba mi investigación sobre los recuerdos, los descubrimientos se usaban cada vez más para servir a la Justicia.

Para decirlo brevemente, en esa investigación mis colaboradores y yo demostramos que uno puede alterar los recuerdos que las personas tienen sobre crímenes, accidentes y otros hechos. Usted podría hacerle creer a alguien muy fácilmente que un auto iba más rápido de lo que realmente iba o que el malhechor tenía pelo enrulado y no lacio. Luego demostraríamos que usted puede implantar eventos enteros en las mentes de personas comunes y saludables, haciéndoles creer que tuvieron experiencias que nunca ocurrieron -incluso experiencias que podrían haber sido muy traumáticas si hubieran ocurrido de verdad.

De manera que es posible advertir cómo estos descubrimientos podrían aplicarse para servir a la justicia. Nos ayudan a entender cómo un manejo inapropiado de los testimonios de testigos puede llevar a recuerdos falsos y a la condena de gente inocente. Nos ayudan a comprender cómo las terapias coercitivas o de sugestión pueden hacer que la gente desarrolle recuerdos de haber sido abusada en un culto satánico, acusaciones que pueden provocar una miseria indecible a personas inocentes y a sus familias.

Al mismo tiempo, esta investigación se transformó en una controversia emocional y en el foco de una tremenda hostilidad entre quienes no podían aceptar sus descubrimientos o implicaciones respecto del mundo real. En mi caso particular, personas muy disgustadas me escribieron incontables cartas amenazantes. Habían tratado de generar una campaña de cartas de lectores dirigidas al responsable de mi anterior departamento académico, el Presidente de la Universidad, e incluso al gobernador del Estado para que me expulsen. Amenazaron con tomar represalias violentas en los lugares donde había sido invitada a hablar, en varias ocasiones sugiriendo a las universidades que pusieran guardias armados para acompañarme durante los discursos. La gente divulgó insultos difamatorios en cartas individuales, en columnas de periódicos, y por supuesto, en Internet. Una persona llegó a denunciarme ante la justicia cuando publiqué un artículo que cuestionaba la veracidad de un estudio psiquiátrico sobre los recuerdos recuperados de abuso sexual maternal de una joven mujer. El litigio duró casi cinco años hasta que terminó.

A través de estas experiencias, aprendí de primera mano que la ciencia nunca es desapasionada, por lo menos si uno está estudiando algo que tenga implicaciones políticas, económicas, emocionales o financieras en la vida de la gente: testimonios de niños, sexo, falta de confiabilidad de tests proyectivos como el Rorschach, o en mi caso, ilusiones de la memoria. Podría haber elegido estudiar la memoria de una babosa marina -puesto que difícilmente alguien fuera experto en ello. Pero elegí estudiar la memoria humana, el testimonio de testigos, los falsos recuerdos, la confabulación en los adultos y niños, y los métodos terapéuticos dañinos. Y tuve grandes problemas.

Sin embargo estoy orgullosa del trabajo que logré hacer como psicóloga científica y de la gente que tuve la oportunidad de ayudar. He aprendido a aceptar las confusiones y el fastidio como el precio que todos los científicos pagan por hacer investigaciones que se ocupan o desafían creencias muy arraigadas.

Y todo esto me retrotrae a Goldsmiths: estoy especialmente agradecida por el doctorado honorífico que me otorgaron – donde un número de magníficos académicos están haciendo investigaciones que desafían las más profundas creencias, y también sobre lo que le preocupa a la gente. Es por ello que este honor tiene un significado más que especial, conmovedor y significativo para mí.

Elizabeth Loftus,

Elizabeth Loftus es Profesora Distinguida en Comportamiento psicológico y social y Criminología, Ley y Sociedad, en el Departamento de Ciencias Cognitivas de la Universidad de California, Irvine. Es miembro de la Academia Nacional de Ciencias y socia y miembro del Consejo Ejecutivo del Comité para la Investigación Escéptica (CSI).

Cuando la religión pisa el césped de la ciencia.

religiones por pais©

María Antonia Sánhez-Vallejo
Publicado en El País de Madrid

Algo más de 16 de cada 100 habitantes del mundo, exactamente 16,3, no se identifican con ninguna de las religiones existentes. Son el tercer grupo de población en el paisaje religioso global que ha diseñado el think tank estadounidense Pew Center. Se trata de un mapamundi con el tamaño y la distribución de decenas de confesiones que van desde el cristianismo o el islam —las dos principales, en ese orden— hasta los zoroástricos (o parsis), los jainistas y los seguidores de Tenrikyo, la secta más influyente de Japón, pasando por yazidíes, rastafaris o cienciólogos: en el informe Pew hay sitio para todos.

Los 1.100 millones de descreídos que hay en el mundo, casi tantos como católicos, no son necesariamente ateos, subraya el estudio, sino simplemente individuos que pueden albergar sentimientos espirituales o de trascendencia pero no se identifican con ninguno de los sistemas existentes. «Los límites entre creyentes, personas que se adhieren a los dogmas, los aceptan, y religiosos, gente con sentimientos espirituales o una cierta dimensión de profundidad, son difusos», señala el teólogo y filósofo Manuel Fraijó, que imparte Historia de las Religiones en la UNED. Abunda en la idea Juan José Tamayo, teólogo y profesor de la Universidad Carlos III de Madrid: «Se trata de una desafección institucional; no supone una renuncia a las creencias, la experiencia religiosa personal o las opciones éticas. Ese 16% de desafectos institucionales pueden experimentar sentido de la trascendencia, espiritualidad, actitudes religiosas y valores éticos de manera espontánea y gratuita, es decir, al margen de las instituciones, que son el fracaso de la religión porque dogmatizan mensajes éticos y los mercantilizan».

El estudio del Pew Forum on Religion & Public Life, que refleja el estado de la cuestión en 2010 y se basa en el análisis de más de 2.500 censos, investigaciones y registros de población, arroja los siguientes datos: los cristianos son mayoría en el mundo, el 31,5% de la población (2.200 millones, la mitad de ellos católicos), seguidos de cerca por los musulmanes (23,2%, 1.600 millones). Tras lo que el informe denomina «no afiliados» aparecen los siguientes grupos: hindúes (15% de la población mundial, o 1.000 millones); budistas (7,1%, 500 millones); seguidores de religiones populares (africanas o de tribus chinas, indios americanos y aborígenes australianos), el 5,9%, o 400 millones; otras religiones (taoísmo, sintoísmo, parsis, sijs, bahai’s, jainistas, seguidores de Tenrikyo, etcétera), el 0,8% (58 millones), y, finalmente, judíos, que solo suponen el 0,2% de la población mundial (14 millones, repartidos casi a partes iguales entre EE UU y Oriente Medio, es decir, Israel).

Aunque el informe Pew no precisa si los «no adscritos» son desencantados de alguna fe o si esta es su primera opción, Fraijó aventura la procedencia de parte de ellos: «Del islam no se sale nadie, porque es una forma de vida; salirse implica abandonar la sociedad. Pero del cristianismo sí se van muchos, hay una secularización muy fuerte. La religión donde más movimiento hay en Europa es el cristianismo». Un ejemplo: del 18% de españoles sin adscripción religiosa, según un estudio de 2008 de la Fundación Bertelsmann, «el 87% de ellos habían tenido una educación católica», subraya Fraijó. «Independientemente de lo que diga el informe, yo creo que el mayor grado de desafección se produce en Occidente y, más concretamente, en el catolicismo, una religión con una estructura jerárquica patriarcal inamovible», coincide Tamayo.

Sin embargo, la distribución geográfica del grupo de no religiosos —son mayoría en China, República Checa, Estonia, Hong Kong, Japón y Corea del Norte, países en apariencia inconexos y ajenos a la tradición cristiana— no parece corroborar la desviación de la que hablan ambos expertos. «En China ha habido un abandono masivo del confucionismo, que es visto como la religión de los funcionarios, los políticos y las ciudades, más que del taoísmo, la religión del campo», explica Fraijó, en alusión a la vertiginosa transformación socioeconómica del gigante asiático en los últimos lustros. «Japón, por su parte, es muy refractario a las conversiones: pese a la importante presencia de los jesuitas en el país desde hace siglos, sólo un 1% de la población se ha convertido al cristianismo», puntualiza.

Del mapamundi de Pew puede inferirse que la región de Asia-Pacífico es la reserva espiritual del planeta: varios grupos tienen allí una poderosa presencia, incluida la aplastante mayoría de hindúes y budistas, con una población cercana al 90% del total. Paradójicamente, tres cuartas partes de los «no afiliados» (76%) también se concentran en esa región, y sólo en China son 700 millones (dos veces la población de EE UU).

Aunque la cristiana es la comunidad más dispersa geográficamente —está presente en todos los continentes—, el estudio de Pew señala que tres cuartas partes de la población mundial —el 73%— viven en países donde su confesión es mayoritaria, en especial hindúes y cristianos; estos últimos se concentran además en los 157 estados donde son mayoría. Un nada desdeñable 27% de los seres humanos pertenecen a minorías religiosas en los países donde viven, como los cristianos de Oriente Medio o los musulmanes en Europa, lo que a menudo es fuente de fricciones sectarias-políticas con la comunidad dominante, como demuestra el caso de Egipto o Siria.

Por tramos de edad, la religión con mayor número de seguidores jóvenes es el islam (23 años de media), frente a los judíos, que con 36 años son los mayores de los ocho grandes grupos estudiados. El informe no precisa la edad media del creyente católico, sólo la del cristiano: 30 años, un promedio que la pujanza de las confesiones evangélicas en América Latina, África y, en menor medida, en el Este de Europa rebaja al catolicismo tradicional en el Viejo Continente.

 

«Las religiones ganan por goleada a Dios»

«Hay unas 10.000 religiones en el mundo. Podríamos decir que las religiones están ganando por goleada a Dios», explica gráficamente Manuel Fraijó, catedrático de Filosofía Moral y Política de la UNED. La frase tal vez ayude a explicar por qué en el estudio de Pew figuran, junto a confesiones milenarias como el sintoísmo o el sijismo, o la amenazada comunidad parsi —cuyos ritos funerarios corren peligro por la contaminación y la disminución del número de buitres—, creencias tan curiosas y bisoñas como la wicca, una religión neopagana fundada en la primera mitad del siglo XX y que muchos relacionan con la brujería, o la discutida Cienciología. O infinidad de religiones tradicionales y paganas (animistas, totémicas, etcétera), que conforman nada menos que el 6% mundial (las profesan 400 millones de personas). El País contactó por correo electrónico con Pew para preguntar la inclusión de creencias como la wicca o los rastafaris, pero no recibió respuesta.

«En muchas zonas, las religiones se identifican con los sistemas filosóficos tradicionales que permean la civilización correspondiente; de ese sustrato tan enraizado también es difícil salirse. Pero el abandono de la religión ha perdido dramatismo. Se pasa de la creencia a la increencia sin traumas, ya no hay una guerra fría entre teísmo y ateísmo», explica Fraijó. Decía Hegel que lo importante no es ser creyente o no serlo, sino tener lucidez al respecto, pero si la claridad del razonamiento lleva a querer romper oficialmente el vínculo con la comunidad, el deseo se convierte a veces en pesadilla: la apostasía es una tarea ardua en España. Sin embargo, más de 100.000 católicos apostataron en Austria y Alemania en 2010 tras los escándalos de los abusos a menores por representantes de la Iglesia.

La diferencia generacional tiene su traslación en las creencias. Mientras los no creyentes tienen una edad media de 32 años en el mundo, entre los españoles, los jóvenes en torno a 20 años casi triplican a los mayores de 60: un 24% frente al 9%, según el estudio Bertelsmann. «En el grupo de no adscritos crece proporcionalmente el porcentaje de gente joven», subraya Fraijó