La Biblia desenterrada.

Por: Osvaldo Meza. (osvaldomeza11@gmail.com)

Reseña de “La biblia desenterrada” De Israel Finkelstein y  Neil Asher Silberman

             Es increíble lo poco que puedes llegar a saber de un juego que has jugado toda tu vida’

Mickey Mantle (Beisbolista estadounidense)

 

Este libro publicado en 2001 originalmente en inglés y con edición en castellano de 2003 le deja a un lector la misma impresión que manifestó el beisbolista arriba mencionado, sobre todo si habla y lee en castellano.

Nací y mucho tiempo crecí como cristiano, y como testigo de Jehová que fui, leí como mínimo cinco veces la Biblia, de Génesis a Revelación o Apocalipsis. Si bien la lectura selectiva y explicada desde el púlpito cegaba por completo cualquier análisis crítico del libro más vendido todos los años, inevitablemente las cosas en el Génesis no cuadraban.

Ya fuera del ámbito religioso y desbancado por completo todo atisbo de veracidad del relato de la creación, nunca había considerado que lo después mencionado en la biblia no fuera verdad. Pensaba que tal vez había imprecisiones cronológicas en algunos años o tal vez siglos pero ya siendo crítico con los textos sagrados, jamás pensé que algunos pilares de la tradición bíblica pertenecieran nada más y nada menos que al terreno de la literatura más fantástica y mejor planeada del mundo antiguo, cuya fuerza e impacto en la vida real sigue vigente.

La lectura de la biblia, la doctrina de la Iglesia, la de los otros dos principales monoteísmos (judaísmo e islamismo) y las miles de referencias culturales que enmarcan nuestro aprendizaje están implícitos en nuestra sociedad occidental, y tal como manifestó el filósofo Lessing: ‘’ La superstición en la que fuimos educados conserva su poder sobre nosotros aun cuando lleguemos a no creer en ella’’. Nunca mejor dicho. Es por eso que este libro es de por más interesante.

¿Qué ocurre cuando el lector bienintencionado e imparcial pero educado en el seno de una cultura cristiana se entera que no hay evidencias que respalden la existencia de los patriarcas? ¿O que el Éxodo bíblico nunca existió? ¿O que la gloria del rey David y que las riquezas del rey Salomón no son tales?

Pues ocurre que experimenta un escepticismo intenso, producido por lo que en psicología se llama efecto Einstellung (del alemán que significa ‘’configuración’’). Básicamente significa que la primera impresión o idea que tenemos de un determinado fenómeno impide plantearse otras posibles concepciones de un determinado fenómeno. Es por este efecto que cuesta más reaprender algo de nuevo que aprender desde cero. Desde pequeños hemos incorporado muchas ideas y relatos bíblicos que no imaginamos otras explicaciones más allá de las que se encuentran en la biblia. Es por eso que siempre nos cuesta aceptar la idea de la verificación independiente respecto a los acontecimientos allí narrados.

Debe hacerse una aclaración. Este libro sirve como una introducción a los grandes temas de la biblia.

Si bien el título es amplio, en realidad abarca solamente al antiguo testamento (Léase desde Génesis hasta Malaquías) y se centra sobre todo en el período en que realmente fueron escritos y compilados los documentos que conocemos con ese nombre. Lleno de citas bíblicas, compara, analiza y explica la plausibilidad de los hechos narrados a la luz de las evidencias arqueológicas disponibles, fruto de los trabajos de arqueólogos (muchos de ellos israelíes modernos) en la península de Sinaí. Además explica porqué se había tardado tanto en la historia en hacer un abordaje secular, crítico y sobre todo científico de los sucesos bíblicos.

¿Fundó Abrahám una tribu de hebreos a través de Jacob, quien tras haber ‘’contendido con dios’’  se llamaría Israel,  sería el padre de las doce tribus que heredarían la ‘’Tierra prometida’’? ¿Qué necesidad había en explicar que Abrahám procedía de Ur o que la tumba de su esposa y la de él y la de su hijo Isaac y su nieto fuera en Macpelá? ¿Por qué insistir en que Esaú, hermano de Jacob, quien luego se llamaría Edom, despreció su ‘’herencia’’ por una sopa de lentejas e insistió en matar a su hermano una y otra vez?

La peculiaridad del libro es que transforma la lectura del relato bíblico en una trama política de lo más interesante, ofrece una reinterpretación de esas historias, desde la perspectiva de un pueblo, y más que nada, de una clase gobernante de una pequeña localidad en Oriente que hizo todo lo posible para mantener su individualidad y no ser engullida y asimilada por potencias circundantes.

En este libro el lector notará la elegancia en la creación de documentos y lo efectiva de esas tácticas para otorgar a un grupo de personas que habitan un determinado espacio (léase ‘’el pueblo de Israel’’), de una historia, tradición y costumbres que finalmente se utilizarían para legitimar pretensiones sobre objetos mucho más inmediatos y tangibles. Se conocerá la historia del rey Josías, quien, muy probablemente con ayuda de sus funcionarios de gobierno, lograron ‘’enlibrar’’ sus deseos e improntar en sus súbditos la idea de ser una nación especial, única y sobre todo favorecida por una alianza con el ‘’único dios verdadero’’.

Un dato interesante es que no se desacredita absolutamente toda la biblia, como podría pensar un escéptico radical, sino que también se la utiliza como referencia para enmarcar otros acontecimientos.

Como bien se explica en el libro, ese es precisamente el trabajo de un estudioso de la biblia:

La esencia misma de los estudios bíblicos consiste en separar las partes históricas del resto del texto en función de consideraciones lingüísticas, literarias y de la historia extrabíblica. Así pues, podemos dudar, por supuesto, de la historicidad de un versículo y aceptar la validez de otro, en especial en el caso de Omrí y Ajab, cuyo reino aparece descrito en textos contemporáneos asirios, moabitas y árameos

Una obra breve y densa, con sorpresas en cada capítulo para cualquier lector y en cada página para un lector asiduo de la biblia.

Considero un buen punto de partida para cualquiera que quiera profundizar sus conocimientos en la arqueología bíblica y en el análisis más pormenorizado de eventos puntuales, como la tan anhelada unificación de las doce tribus bajo el reinado de David y Salomón o los eventos posteriores a la destrucción del primer templo.

Lecturas como estas nos obligan a replantearnos cuestiones que creíamos sabidas y a respetar y admirar el trabajo de personas que, en busca de la verdad, desafían convenciones e instituciones.

 

 

La pandemia de la trascendencia

Por: Jorge Alfonso Ramírez

Publicado originalmente en Pensar Vol. 3, No. 4

Tratado de ateología. Física de la metafísica. Por Michel Onfray. Ediciones de la Flor, 2005. 269 páginas.

“No desprecio a los creyentes, no me parecen ni ridículos ni dignos de lástima, pero me parece desolador que prefieran las ficciones tranquilizadoras de los niños a las crueles certidumbres de los adultos. Prefieren la fe que calma a la razón que intranquiliza, aun al precio de un perpetuo infantilismo mental. Son malabares metafísicos a un costo monstruoso”.

Así, con este primer embate, el autor francés nacido en 1959, Michel Onfray, doctorado en filosofía, desembarca en territorio creyente en su magnífica obra Tratado de Ateología.

El filósofo anticipa su posición con un estilo franco y directo, sin tanto apego a los rebusques expresivos: “Mi ateísmo se enciende cuando la creencia privada se convierte en un asunto público y cuando, en nombre de una patología mental personal, se organiza el mundo también para el prójimo”.

Desnuda sin piedad las miserias de la mente beata sometida desde el fondo de los siglos por el peso asfixiante de los tres monoteísmos. Mentes disminuidas ante la mirada pueril de esos símbolos que hace mil años ya despedían el olor rancio de las antiguallas inservibles.

El autor —buscando las causas que dieron origen al opio de los pueblos— señala, entre otras cosas, a la muerte: “para conjurar la muerte, el homo sapiens la deja de lado. A fin de evitar resolver el problema, lo suprime. Tener que morir sólo concierne a los mortales. El creyente ingenuo y necio sabe que es inmortal, que sobrevivirá…”

Pinta el revelador cuadro de una escena primitiva intentando mostrar cómo lo divino surge de la angustia de una vida que termina: “Dios nace de la inflexibilidad, la rigidez y la inmovilidad cadavérica de los miembros de la tribu. Ante el espectáculo del cadáver, los sueños y los humos con que se alimentan los dioses adquieren cada vez más consistencia”.

Es el “imperio patológico de la pulsión de muerte”. Esta “neurosis que forja dioses” —dice Onfray— “no se cura con un esparcimiento caótico y mágico” y apunta sin dudar a la posibilidad de un desmontaje filosófico de esta ficción de ficciones a la que llaman Dios.

Hay páginas completas y sucesivas que deslumbran y atrapan por la lucidez de la crítica mordaz que hace Onfray, en especial al referirse a la reina absoluta de todos los absurdos: la Teología.

El autor se esmera en la autopsia del sinsentido diseccionando los disparates transformados en dogmas: la transubstanciación, la inmaculada concepción, la infalibilidad del Papa, y de todas las insustanciales conjeturas que como engendros sólo pueden incubarse en las estrambóticas mentes de los teólogos.

Las líneas dedicadas a la fábula de la transubstanciación son particularmente fulminantes: “los malabares con la sustancia y las especies sensibles son muy necesarios para convencer a los fieles de que lo que es (el pan y el vino) no existe y que lo que no es (el cuerpo y la sangre de Cristo) existe de verdad. ¡Prestidigitación metafísica sin igual! Cuando la teología se entromete, la gastronomía y la enología, incluso la dietética y la hematología, renuncian a sus pretensiones. Ahora bien, el destino del cristianismo se juega en esta lamentable comedia del bonneteau1 ontológico”. Aplaudo de pié.

Onfray no deja escapar la oportunidad de recuperar la memoria cuando repasa los ríos de sangre que tiñen a las santas religiones: “Millones de muertos, durante siglos, en el nombre de Dios, con la Biblia en una mano y la espada en la otra: la Inquisición, la tortura, el tormento; las Cruzadas, las masacres, los saqueos, las violaciones, el exterminio, el genocidio…” Todo, por amor al prójimo, escribe. “Detrás de todas esas abominaciones hay versículos de la Torá, pasajes de los Evangelios, suras del Corán que legitiman y bendicen…” señala con su habilidad de síntesis.

En su recorrida hacia atrás en el tiempo, detiene su atención en el paso del Jesús histórico al Cristo de la fe y sitúa el origen del mito cristiano en estrecho vínculo con los “delirios de un histérico”, como se refiere Onfray a Pablo de Tarso. La famosa escena de la conversión en el camino de Damasco pierde su encanto místico y Onfray nos muestra con crudeza la patología de un enfermo y su febril delirio evangelizador que terminó infectando toda la cuenca mediterránea.

En los Corintios (1 Cor 9:27), dice Onfray, Pablo confiesa: “Antes castigo a mi cuerpo y lo esclavizo”. “Sabemos que ahí se inicia el elogio del celibato, de la castidad y de la abstinencia. Jesús nada tiene que ver con esto; se trata más bien de la venganza de un aborto, como se nombra a sí mismo en la primera Epístola a los Corintios (15:8)”

“¿Incapaz de acercarse a las mujeres?” —se cuestiona el autor—, “Las detesta…¿impotente? Las desprecia.” A los ojos de Onfray, Pablo se convierte así en la palanca que remueve y renueva la misoginia del monoteísmo judío, heredado luego por el cristianismo y el Islam: “El Génesis condena de modo radical y definitivo a la mujer”, subraya, “primera pecadora y causa del mal en el mundo. Pablo adoptó esa idea nefasta, mil veces nefasta”.

Se vislumbra así́, según el autor, de donde provienen esas absurdas prohibiciones que afectan a las mujeres y que las condenan al silencio y la sumisión como puede comprobarse en Epístolas y Hechos, ambos de factura paulina. La bola de nieve mitológica puesta a rodar por la enfermedad del tarsiota significó para Onfray: “¡Dos milenios de castigos a las mujeres con el único fin de purgar la neurosis de un aborto!”

Pablo de Tarso —insiste el autor— como desequilibrado mental, encaja perfectamente en la categoría de “profetas furibundos, locos iluminados, histéricos convencidos de la superioridad de sus verdades grotescas y vaticinadores de múltiples Apocalipsis”

Envueltos en esa efervescencia milenarista en la que no se conocían aún la clozapina o el haloperidol, abundan los individuos de esta clase, como Teduas —sostiene Onfray—, que “se creía Josué, el profeta de las salvaciones anunciadas y también el étimo de Jesús… Procedente de Egipto, y con cuatro mil seguidores, quería destruir el poder romano y pretendía poseer la facultad, por medio de la palabra, de dividir las aguas de un río, con el fin de permitir el avance de sus tropas…Los soldados romanos decapitaron al Moisés de segunda clase antes de que pudiera demostrar su talento hidráulico”.

“El Jesús de Pablo de Tarso —apunta Onfray— obedece a las mismas leyes de género que el Ulises de Homero, el Apolunio de Tiana Filostrato o el Encolpio de Petronio: un héroe de película histórica…” Es decir, es el resultado de una ficción amplificada promovida por quien se interpreta como llamado a una causa trascendente. ¿No nos recuerda esto a muchos a quienes vemos hoy por televisión detentar semejantes pretensiones?

Y en ese mismo sentido, pero desde una perspectiva más amplia incluye a los demás evangelistas: “Los evangelistas escriben una historia y en ella narran menos el pasado de un hombre que el futuro de una religión” Le llama a esto “Argucias de la razón: creen en el mito y éste los crea. Los creyentes inventan su criatura y luego le rinden culto: el principio mismo de la alienación…”

En su repaso del pasado, Onfray pone el foco en los momentos decisivos del expediente del cristianismo: la conversión de Constantino y sus oportunas habilidades políticas que le permiten manejar el crucial Concilio de Nicea, en el año 325, donde se proclama “décimotercer apóstol”, y otros eventos críticos y fundamentales para la irrupción del cristianismo en la historia, como el del año 380, cuando el emperador Teodosio impuso el catolicismo como religión del estado.

Corriendo más hacia el rojo del espectro, y con el subtítulo de El gusto musulmán por la sangre arranca Onfray una brutal síntesis del tercer monoteísmo por orden de aparición cronológica: “El Islam retoma por su cuenta los peores desatinos judíos y cristianos: el pueblo elegido, el sentimiento de superioridad, lo local convertido en global…el culto a la pulsión de muerte, la teocracia abocada al exterminio de lo diferente…”

Rápidamente, Onfray busca a la principal bestia conceptual parida por la teocracia musulmana al señalar que: “Cerca de doscientos cincuenta versículos —entre los seis mil doscientos treinta y cinco del Libro— justifican y legitiman la guerra santa, la jihad.”

La exacerbación de la sumisión y la obediencia hasta el paroxismo del holocausto, mezclada con la prohibición de la duda —de hecho, “musulmán” es una palabra árabe que significa “los que se someten a la voluntad de Dios”—, es una mezcla explosiva que, como señala el autor, se suma a “la negación de la cualidad existencial a toda persona que no sea musulmana, la justificación de la matanza de infieles, el respeto a los rituales y obligaciones del creyente, la condena al uso de la razón, etc.” “Así se justifican los kamikazes musulmanes. Teoría de la escatología existencial”.

Después de todo ¿Quién puede negarse a la tentación del paraíso? Comprendemos, dice Onfray, “que tentados por esas vacaciones de sueño perpetuo millones de musulmanes vayan a los campos de batalla desde la primera expedición del profeta en Najla hasta la guerra de IranIrak; que las bombas humanas terroristas palestinas desencadenen la muerte en las terrazas de los cafés israelíes; que piratas del aire lancen aviones de línea contra las Torres Gemelas…Aún se obedecen esas fábulas que dejan pasmada a la inteligencia más modesta…”

El autor, sin mostrar mucha preocupación por el antecedente de Salman Rushdie, se cuestiona sobre la ignorancia que agita la vida en este mundo. Resume su impresión del Corán diciendo: “un libro que data de los primeros años de 630, hipotéticamente dictado a un cuidador de camellos analfabeto, decide en detalle la vida cotidiana de millones de hombres en tiempos de la velocidad supersónica, la conquista espacial, la informatización generalizada del planeta, del descubrimiento de la secuencia del genoma humano…”

Como farmacopea para combatir tanto delirio, el autor propone la deconstrucción de los mitos monoteístas que han infectado la cultura de violencia, ignorancia y muerte. Y vislumbra la posibilidad de un desmontaje filosófico. “¿El desafío?” —se pregunta—, y responde: “Una física de la metafísica: por lo tanto, una verdadera teoría de la inmanencia, una ontología materialista”. Un enunciado complejo como ese, anticipa dificultades, pero la recompensa valdría la pena. Al menos, Onfray escribe: “El ateísmo no es una terapia, sino salud mental recuperada”.

Finalmente, debo decir que Onfray ensayó una suerte de reconocimiento, reconfortante, a mi juicio, al dedicar parte de su tratado al recuerdo de aquellos ateos olvidados. En un ameno e ilustrativo repaso encontramos los nombres del Barón Dietrich Von Holbach, el imprecador de Dios, Julien Ofray de La Mettrie, Adrien Helvetius, Jean Meslier, Ludwing Feuerbach y muchos otros. Onfray se queja —y con razón— de que no existe ningún término para calificar de modo positivo al que no rinde pleitesía a las quimeras “fuera de esa construcción lingüística que exacerba la amputación: a-teo”.

Pero Michel Onfray no se muestra optimista: “Dios no está muerto ni agonizante —afirma—, al contrario de lo que pensaban Nietzsche y Heine. Ni muerto ni agonizante porque no es mortal. Las ficciones no mueren, las ilusiones tampoco; un cuento para niños no se puede refutar. Ni el hipogrifo ni el centauro están sometidos a la ley de los mamíferos que al igual que Dios, provienen del bestiario mitológico”. Y más aún, agrega: “No se puede asesinar un subterfugio, no es posible matarlo. Más bien, será él quien nos mate; pues Dios elimina todo lo que se le resiste. En primer lugar, la Razón, la Inteligencia, el Espíritu Crítico. El resto sigue por reacción en cadena”, remata.

Ese Dios esculpido en la noche de los tiempos por una especie consciente de su abandono a la intemperie existencial, “sólo existe para facilitar la vida cotidiana a pesar del camino que cada cual ha de recorrer hacia la nada”, escribe, finalmente, no sin cierto dramatismo.

“El último de los dioses desaparecerá con el último de los hombres. Y con él, el miedo, el temor, la angustia, esas máquinas de crear divinidades”.


NOTAS

  1. Bonneteau: juego de prestidigitación callejera.

Ver introducción al Tratado de ateología escrita por Esther Díaz. En Internet: www.estherdiaz.com.ar/textos/on fray.htm.

William Wrede y su sorprendente “El Origen del Nuevo Testamento”

WilliamWrede.v2 Wrede - Origen del NT

Por Claudio Di Gregorio

Los racionalistas creemos, con alguna razón, que un teólogo o un clérigo es necesariamente un propagandista de su fe: que miente, o bien que por una visión sesgada, no puede ser objetivo. De un cristiano esperamos una apología, una defensa irrestricta, una muralla de dogma, ciega a toda evidencia. Decimos, como Borges, que “la teología pertenece al género de la literatura fantástica” o, como Jorge Alfonso Ramírez, que “es la reina indiscutida de la superchería; un agujero en el aire”.

Entonces un día alguien menciona al teólogo luterano alemán Georg William Wrede, quien murió en 1906 tras haber dejado una obra importante en apenas 47 años de vida. Y en la primera página de El Origen del Nuevo Testamento ––su muy breve pero contundente trabajo publicado póstumamente en 1909–– encontramos esta declaración, inusitada en un teólogo:

“No tengo el plan de defender el Nuevo Testamento contra objeciones, ni siquiera atacar y refutar ciertas ideas sobre el Nuevo Testamento, o su valor… Es privilegio legítimo de la ciencia real y genuina ignorar todo lo relativo a pasiones teológicas y controversias de época, y sin ambages apuntar a un solo fin: llegar al fondo de los hechos”.

Y el párrafo que lo sigue se descompone en nociones igualmente sorprendentes:

  • (a) La ciencia ha destruido la idea de que la Biblia, especialmente el Nuevo Testamento, tiene un origen sobrenatural (“La crítica reconoce que la vieja doctrina de la inspiración es insostenible”).
  • (b) Las narraciones de los cuatro evangelios están viciadas de múltiples contradicciones entre sí, que contribuyen a la idea de que se trata solo de obras humanas.
  • (c) La historia muestra que, al principio, la idea del origen sobrenatural de la Biblia no existía; que esa idea es solo un juicio posterior de la Iglesia sobre esos escritos.

Por si lo anterior no fuese suficientemente claro, Wrede reitera que:

  • (d) “los libros del Nuevo Testamento no fueron… dictados a los autores humanos por Dios… sino escritos por hombres de una manera completamente humana”.

No perdamos de vista que éste no es un texto de Bart Ehrman, de Nietszche o de otro ateo eminente, sino de un teólogo que hasta el fin creyó en la divinidad de Jesucristo, pero cuya integridad moral y raciocinio lo fuerzan a admitir la realidad y a argumentar con honestidad. No se lee todos los días un documento de tanto sentido común y franqueza.

Sin duda un espíritu independiente y alineado con el método científico, Wrede postula la libertad académica: “La investigación exige plena libertad; la línea de marcha no puede ser prescrita, o de lo contrario toda la investigación es mera ilusión y juego de niños”.

Ese mismo espíritu científico lo lleva a reconocer ––en contraste con la “certeza” de tantos creyentes–– que siempre habrá muchas lagunas en nuestro conocimiento de Jesús porque “sobre los orígenes de todos los grandes movimientos históricos suele haber alguna penumbra”. La opinión de Wrede, como la de los racionalistas, es tentativa y sujeta a corrección; no es dogma inmutable.

Wrede dedica la mayor parte de este breve trabajo de 50 páginas a indagar el origen de cada uno de los 27 escritos del actual Nuevo Testamento y reserva el capítulo final para explicar cómo esos 27 textos se integraron en un todo y cómo progresivamente los antiguos cristianos les fueron adjudicando divinidad, por encima de todos los demás documentos religiosos.

Pero en esta cronología resume su convicción de que el Nuevo Testamento no cayó del cielo completo el día siguiente a la partida de Jesucristo: “Una sociedad cristiana existió al menos dos décadas antes de la primera de las escrituras del Nuevo Testamento; alrededor de 100 años antes de que surgiera la última, unos 150 años antes del armado de alguna colección de escritos del Nuevo Testamento, y unos 300 o 400 años antes de que esa colección se completara en su forma actual y fuera universalmente reconocida”.

El paso del tiempo es crucial para Wrede ––y para nosotros–– porque demuestra que los documentos no pertenecen a testigos presenciales, y porque la precisión del contenido se hace dudosa: como observa el autor, nadie puede recordar con exactitud un texto largo como el Sermón de la Montaña, varias décadas después de haber sido pronunciado una sola vez y haber sido leído nunca.

De los 27 textos, el más antiguo es la Primera Epístola de Pablo, probablemente del año 54 de nuestra era, informa Wrede, pero no contiene datos sobre Jesucristo sino encara problemas de las incipientes comunidades cristianas. Recién alrededor del año 70 aparece el primer relato de la vida de Cristo: el llamado Evangelio de Marcos.

Wrede examina la posibilidad de que los evangelios de Mateo o Lucas fuesen anteriores y la descarta, porque ambos evangelistas se apoyaron en Marcos (y también en el documento perdido llamado Q, cuya existencia aun hoy debatimos).

El Evangelio de Juan pertenece ya a las postrimerías del siglo I; es inevitable la conclusión de que gran parte de la memoria de un Jesús histórico se perdió en esas décadas durante las cuales nadie pensó en preservar por escrito los dichos de Jesús, porque su regreso se juzgaba inminente. No es sólo eso; Wrede urge a sus lectores creyentes a “aceptar que las narraciones de la vida y las enseñanzas de Jesús experimentaron cambios importantes hasta que llegaron a los evangelios… en las décadas que mediaron entre sus diversos orígenes, vemos cómo se hicieron alteraciones, algunas pequeñas y insignificantes, otras más exhaustivas.”

Explica de este modo el proceso:

“Se corrige… cuando una expresión parece inquietante, cuando tal vez no parece adecuada a Jesús, o ya no corresponde a la creencia de un período posterior. Se puede demostrar que bajo el honesto convencimiento de que Jesús debe de haber dicho algo o relatado algo, se aseveraba que lo dijo…. La alteración debe de haber sido grande donde las ideas de la Iglesia se desarrollaron más… Fue así como comenzó un trabajo imperceptible de adaptar la imagen tradicional de Jesús a las creencias de un tiempo particular…”

Con igual eficacia y brevedad, Wrede demuestra que un buen número de las cartas de Pablo de Tarso (por ejemplo, 14 años de su correspondencia en Siria y Cilicia) y muchos documentos de otros Padres de la Iglesia se extraviaron, lo que refleja lo poco sagrados que esos escritos eran considerados en un principio. Las tradiciones eran juzgadas más valiosas.

William Wrede fue un experto en Pablo, a quien dedicó una obra monumental. Cree que sería exagerado afirmar que Pablo fue el “verdadero fundador del cristianismo”, aunque admite que la de Pablo no es una mera repetición del mensaje de Jesús: “Realmente hay una gran diferencia entre la enseñanza de Jesús y la de S. Pablo, y el apóstol ha puesto énfasis en pensamientos que no estaban presentes en la predicación original del Maestro”.

Racional y objetivo hasta el fin, Wrede declara interpolaciones fraudulentas esos mismos pasajes de Marcos, Juan y otros evangelistas que la crítica de hoy juzga falsos: “Si realmente hay motivos decisivos para suponer una falsificación, debemos reconocerlos honestamente”, admite.

Más aun, Wrede declara que los textos muestran que los evangelios no pertenecen a contemporáneos de Jesús sino a autores anónimos posteriores: “Ninguno de los tres (sinópticos) pretende seriamente haber sido un testigo presencial de la vida de Jesús. Ninguno de ellos narra de manera tal que implique que estaba hablando de sus propias experiencias. Nadie habla de su relación con Jesús, o usa en su historia el ‘nosotros’ personal. Además, Lucas positivamente niega ser un testigo ocular; él pertenece a una generación posterior,” dice, terminante, y similares criterios lo llevan a negar la autoría del evangelio llamado de Juan.

En la misma línea iconoclasta, no teme opinar que cinco de las cartas atribuidas a Pablo y las dos epístolas atribuidas a Pedro fueron escritas por otros, y lo fundamenta.

La parcialidad de los evangelistas es expuesta del mismo modo directo: “Nada podría ser más erróneo que considerar (a ellos) autores modernos de historia… no cuentan su historia simplemente como una historia sino que prefieren, como primera intención, propósitos prácticos y edificantes. No escriben objetivamente, o como personas desinteresadas o como meros cronistas; escriben para creyentes y como creyentes”.

Wrede otra vez revela un racionalismo lúcido: “(En Marcos) se destaca… la curación de los llamados endemoniados, es decir, aquellos poseídos, o, como deberíamos decir, aquellos que sufren de perturbaciones mentales.” Wrede califica de “mitos” episodios como el encuentro de Jesús con el Diablo o el caminar de Jesús en el mar, o la alimentación de 5 mil personas con un poco de pan y pescado. Su religiosidad ––recordemos que no fue un ateo–– solo aparece cuando aventura que Jesús poseía “el don de curar”, pero a la vez niega que Jesús haya sido “un ser divino que podría hacerlo todo”.

Acerca del autor de Evangelio de Lucas a veces es implacable: “La crítica no puede, por supuesto, afirmar que las alteraciones de Lucas son realmente mejoras en la secuencia de la historia. El gran viaje, por ejemplo, que él inserta en los capítulos 9 a 18, como tal no es imaginable…”.

En Los Hechos de los Apóstoles, también de “Lucas”, observa: “Las marcadas similitudes entre las imágenes de Pedro y de Pablo… son en parte accidentales, y en parte se deben a que el autor no tenía conocimiento claro de las diferencias entre los dos hombres”. Con “las diferencias”, Wrede alude a la intención de Pedro de mantener al cristianismo dentro del judaismo, contra el plan de Pablo de “paganizar” o universalizar el culto a Jesús.

Respecto del Apocalipsis el juicio no es menos severo: “La impresión principal para un lector moderno es la de una fantasía extraña y salvaje… Lutero dijo: ‘Mi alma no puede reconciliarse con este libro’, y la mayoría de los lectores de hoy comparten ese sentimiento…. podemos decir sin exagerar que, excepto en los primeros días (y para ‘aquellos cristianos cuya piedad asumió formas fanáticas, o a quienes el esoterismo de este mundo fantasmal alimentó su fantasía’) este libro siempre ha sido uno por el cual sus lectores sintieron poca simpatía, y los teólogos menos que nadie”.

Wrede señala que al principio el Antiguo Testamento fue recibido con naturalidad y reverencia por los cristianos pero, con el paso del tiempo, “para el cristianismo el rasgo principal fue más y más el de la profecía. Todo fue tomado ––no solo los libros proféticos, sino también la ley y los Salmos–– como una colección de profecías sobre Cristo y sobre un ‘final de los tiempos’ que empezó cuando Jesús vino. Con esta interpretación, el Antiguo Testamento se convirtió en una obra apocalíptica mesiánica”.

Finalmente, Wrede explica que los evangelios, “depositarios de la tradición de la vida de Cristo… receptáculos en los que se almacenaba la costosa joya”, con los años pasaron a ser considerados como las joyas en sí mismos.

Admirable y personal como es, Wrede debe ser alineado en la lúcida y liberal escuela alemana de análisis del Jesus histórico, a la que pertenecen, entre otros, Rudolf Bultmann, Bruno Bauer, David Friedrich Strauss, Hermann Gunkel y Albert Schweitzer. La opus magna de Schweitzer, La búsqueda del Jesús histórico (1901 y 1913) lleva el revelador subtítulo “Estudio crítico de su progreso, de Reimarus a Wrede”.

Dios para niños

Por: Francisco Viturro

Hola, queridos niños.
Lo primero que quiero hacer es presentarme: Mi nombre es Dios.

Así es como me llaman ahora y aquí, porque como sabréis, en otras épocas tenía otros nombres (Yavé, Jehová, Zeus) y en otros lugares también (Alláh, Manitú…).

Pero lo importante es que todo el mundo me conoce.

Para que todos los hombres tuvieran noticias mías, se me ocurrió el método del “libro sagrado”.Consiste básicamente en hacerles creer a algunos pobres infelices que les estoy hablando.
De esa manera, se tragarán cualquier cosa que les cuenten, porque es una “revelación”.
Acordaos bien, ya que la revelación es el único modo en que dicto mis normas a los humanos.

Podría hacerlo de otras formas -como sabéis soy omnipotente- pero encuentro que así es muy divertido. Además, en cada tiempo y lugar imparto normas diferentes, para que se peleen entre ellos intentando averiguar quién tiene razón.
No sabéis qué bien me lo paso cuando se matan en mi nombre… A veces, algunas personas se niegan a creer en la “revelación” de otras. Quizá porque me paso en lo absolutamente estúpido de las normas que les dicto (¡y aún así las cumplen!), je, je, el caso es que se me rebelan contra la revelación.
Pues bien, nunca he tenido problemas con eso. Si tenéis curiosidad, leed las vidas de los Papas (mis representantes oficiales, como dicen ellos), o de muchos santos.
Veréis cómo hay que hacer para “convencer” a los que se muestran un tanto escépticos.

Pero eso es otra historia. Estamos aquí para que veáis quién soy en realidad, porque desde que envié a mi hijo –todos lo conocéis, se llama Jesús- la religión se ha convertido en cosa de flojos y debiluchos, todo el tiempo predicando chorradas como lo del amor al prójimo, la bondad, la piedad, la misericordia, y cosas así.
Es la parte de la Biblia que menos me gusta, el Nuevo Testamento.
Por culpa de esas ideas se me ha perdido totalmente el respeto.
Ya no se me teme, no se me hacen sacrificios decentes, ni se condena al infierno hasta el fin de la eternidad.
Así no hay quien gobierne un Universo.
Los viejos tiempos eran otra cosa. El Antiguo Testamento, ¡eso sí era orden divino!. Teníais que ver cómo se me obedecía, con qué fe. Y rapidito, no como ahora, que todo se pone en duda y se piensan las cosas dos veces (ay, esos ateos…).

Qué tiempos aquellos, en que exterminaba naciones enteras: [1] Yavé, tu Dios, te introducirá en la tierra adonde vas y que pasará a ser tuya; arrojará delante de ti a muchos pueblos, al heteo y al guergaseo, al amorreo y al cananeo, al fereceo, al jeveo y al jebuseo, siete naciones mucho más numerosas y poderosas que tú. [2] Cuando las entregue en tus manos y tú las derrotes, los exterminarás según la ley del anatema. No harás alianza con ellas ni les tendrás compasión. (Dt. 7) ¿Qué os parece?.

El problema era que yo les había prometido a mis elegidos (los judíos de entonces) unas determinadas tierras, y resulta que ya estaba ocupadas. Así que hubo que exterminar a unos cuantos miles de inocentes. ¿Y qué? Al fin y al cabo yo los creé, ¿no?.
Y Moisés, qué gran hombre. Los militares de ahora deberían aprender de él: Moisés les dijo: «¿Así, pues, han dejado con vida a las mujeres? [16] Precisamente ellas fueron las que, siguiendo el consejo de Balaam, indujeron a los hijos de Israel a que desobedecieran a Yavé (en el asunto de Baal-Peor) y una plaga azotó a la comunidad de Yavé. [17] Maten, pues, a todos los niños hombres, y a toda mujer que haya tenido relaciones con un hombre. [18] Pero dejen con vida y tomen para ustedes todas las niñas que todavía no han tenido relaciones. (Núm. 31)

En ocasiones, tenía que asesinar a tanta gente, que me era prácticamente imposible hacerlo en persona.

Menos mal que tengo ayudantes: [36] Esa misma noche el Angel de Yavé hirió de muerte a ciento ochenta y cinco mil hombres del campamento asirio. A la hora de levantarse, en la mañana, no había más que cadáveres. (Is. 37)
Es posible que a estas alturas os estéis preguntando: Pero ¿qué Dios es éste, que mata a sus hijos como si fueran cucarachas?. ¿No era el Dios padre bueno, amoroso, misericordioso, bla, bla, bla?.

La respuesta es obvia: NO.

A ver si os enteráis de una vez, queridos niños.

Soy la creación de un grupo de nómadas primitivos, apenas unos criadores de cabras, que plasmaron en unos cuantos libros todas las leyendas que durante miles de años les contaron sus antepasados, que a su vez eran también criadores de cabras. Y me hicieron así de sanguinario, feroz, cruel, injusto, mentiroso y prepotente.

Las madres tuvieron que comerse a sus hijos, a sus niños de pecho. Fueron asesinados en el santuario de Yavé sacerdote y profeta. [21] Por tierra yacen en las calles niños y ancianos; mis vírgenes y mis jóvenes cayeron a cuchillo; mataste en el día de tu cólera, mataste sin compasión. (Lam. 2)

Qué le vamos a hacer. Claro que no todo va a ser enfados, cabreos y mala leche. Si queréis una prueba de mi sentido del humor, mirad lo que le hice a Abrahán, el padre de la patria israelita:
[1] Tiempo después, Dios quiso probar a Abrahán y lo llamó: «Abrahán.» Respondió él: «Aquí estoy». [2] Y Dios le dijo: «Toma a tu hijo, al único que tienes y al que amas, Isaac, y vete a la región de Moriah. Allí me lo ofrecerás en sacrificio, en un cerro que yo te indicaré.» [3] Se levantó Abrahán de madrugada, ensilló su burro, llamó a dos muchachos para que lo acompañaran, y tomó consigo a su hijo Isaac. Partió leña para el sacrificio y se puso en marcha hacia el lugar que Dios le había indicado. [4] Al tercer día levantó los ojos y divisó desde lejos el lugar. [5] Entonces dijo a los muchachos: «Quédense aquí con el burro. El niño y yo nos vamos allá arriba a adorar, y luego volveremos donde ustedes.» [6] Abrahán tomó la leña para el sacrificio y la cargó sobre su hijo Isaac. Tomó luego en su mano el brasero y el cuchillo y enseguida partieron los dos. [7] Entonces Isaac dijo a Abrahán: «Padre mío.» Le respondió: «¿Qué hay, hijito?» Prosiguió Isaac: «Llevamos el fuego y la leña, pero, ¿dónde está el cordero para el sacrificio?» [8] Abrahán le respondió: «Dios mismo proveerá el cordero, hijo mío.» Y continuaron juntos el camino. [9] Al llegar al lugar que Dios le había indicado, Abrahán levantó un altar y puso la leña sobre él.

Luego ató a su hijo Isaac y lo colocó sobre la leña. [10] Extendió después su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo, [11] pero el Ángel de Dios lo llamó desde el cielo y le dijo: «Abrahán, Abrahán.» Contestó él: «Aquí estoy.» [12] «No toques al niño, ni le hagas nada, pues ahora veo que temes a Dios, ya que no me has negado a tu hijo, el único que tienes.» (Gn. 22)
¿Os dais cuenta?.
Le pido al tío que mate a su hijo para ofrecérmelo en sacrificio (algo que me encanta) y ni siquiera protesta.
Eso es obediencia, y lo demás son tonterías.

Reconozco que ahí estuve sentimental y le paré la mano, pero os juro que su idea era matarlo para mí. Gran persona, este Abrahán… y muy leal.

Hasta hizo cargar a su hijo con la leña!!!.

Como veis, el asesinato y la masacre no es algo extraño ni anómalo en mi comportamiento.
Que los hombres me teman es muy productivo en determinadas circunstancias. Y no importa si son amigos o enemigos míos, todos deben estar bajo un horror tan agudo que les impida siquiera pensar en rebelarse contra Dios.
Una costumbre muy extendida entre las religiones actuales es sostener que las calamidades que ocurren en el mundo se deben a los hombres, que son pecadores, imperfectos, etc.
Cuando los ateos les dicen a los creyentes: ¿Porqué Dios no evitó tal o cual desgracia, siendo como es, omnipotente?, éstos responden muy serios algo referente al “libre albedrío” (o sea, la libertad de hacer lo que se quiera, bueno o malo).

Pues bien, recordad lo que dije hace ya muchos años: [7] Yo soy Yavé, y no hay otro más; yo enciendo la luz y creo las tinieblas, yo hago la felicidad y provoco la desgracia, yo, Yavé, soy el que hace todo esto. (Is. 45)

Después de haber provocado tantas muertes, exterminios, pestes y enfermedades en la antigüedad, no me importa nada seguir machacando a la humanidad, por mí creada. Los pobres judíos todavía se creen el pueblo elegido, y mira que les mando desgracias (lo de los nazis aún está reciente). ¿Qué tengo que hacer para que se decidan a repudiarme de una vez?.

Yo creo que son masoquistas, les gusta sufrir un montón. Y ante eso nada puedo hacer, la estupidez humana es lo único infinito de este Universo mío.
Si no, ved lo que dicen de mí, incluso después de achicharrarlos con azufre, matarlos y despedazarlos sin miramientos a miles, a millones: [8] El Señor es ternura y compasión, paciente y lleno de amor. [9] El Señor es bondad para con todos, sus ternuras están en todas sus obras. (Sal. 145)
¿Os dais cuenta, queridos niños?.

Mmmm, niños.

Eso me recuerda aquello que dijo Jesús: “Dejad que los niños se acerquen a mí”.
Deberíais tener en cuenta que yo no soy tan indulgente con vosotros, pequeñas criaturas indefensas.

Esto les pasó a los egipcios, por tener a los judíos como esclavos: [29] Sucedió que, a media noche, Yavé hirió de muerte a todo primogénito del país de Egipto, desde el primogénito del Faraón que está sentado en el trono, hasta el del preso que está en la cárcel, y a todos los primeros nacidos de los animales. [30] Faraón se levantó de noche, y con él toda su gente y todos los egipcios. Se oyó un clamor grande por todo Egipto, pues no había casa donde no hubiera algún muerto. (Ex. 12)
Una gran hazaña, lo reconozco.
Maté a todos los primeros hijos de cada familia y de cada animal en una sola noche.
Desde aquél día, los judíos celebran la Pascua sacrificando un cordero en mi nombre.

¡Sólo un cordero, con lo que me agrada un buen sacrificio de un niño pequeño, o de una virgen!. Pero las buenas costumbres se van perdiendo, como podéis ver.

Otro botón de muestra de cómo me las gasto yo con los niños, lo tenéis en la orden que le di a Samuel: Esta es la palabra de Yavé de los Ejércitos: [2] He decidido castigar a Amalec por lo que le hizo a Israel, puesto que no lo dejó seguir su camino cuando regresaba de Egipto. [3] Ahora, vete y castiga a Amalec; tú lo declararás anatema con todo lo que le pertenece. No le tendrás compasión, sino que matarás a todos, hombres y mujeres, jóvenes y niños, bueyes y ovejas, camellos y burros.» (I Sam 15)

¿Qué os parece?.

Impresionante, ¿verdad?.
Si es que no hay nada como ser Dios Todopoderoso, ya que nadie te protesta.
Y si lo hace, lo matas y “a otra cosa, mariposa”.
A él y a toda su descendencia, por supuesto.

Y para terminar con el asunto de los niños (que, reconocedlo, a veces sois muy pesaditos), leed este pequeño detalle de cómo reacciono cuando me enojo: [23] De allí subió a Betel. Iba subiendo (Eliseo) por el camino cuando unos niños pequeños salieron de la ciudad y se burlaban de él, diciendo: [24] «¡Sube, calvo! ¡Sube, calvo!» El se dio la vuelta, los vio y los maldijo en nombre de Yavé. Salieron dos osas del bosque y destrozaron a cuarenta y dos de ellos. [25] De allí Eliseo partió para el monte Carmelo, y regresó a Samaria. (II Re. 2)
Como si tal cosa.

Así que tened cuidadito de lo que decís y sobre todo de lo que pensáis sobre mí, vuestro Dios.

Porque si algo tengo claro, es que la mejor forma de que los niños aprendan respeto y buenas costumbres, es gracias al castigo duro.
Y no me refiero a quedaros sin postre, o no ver la tele. Mirad, mirad…

[24] No usar la vara es no amar al hijo: el que lo ama no demora en corregirlo.

(Pr. 13) [13] No vaciles en corregir a un niño: el haberlo azotado no lo hará morir.

(Pr. 23) [15] Los azotes y las correcciones llevan a la sabiduría, el niño que lo dejan hacer todo será la vergüenza de su madre.

(Pr. 29) [6] Una palabra dicha en mal momento es como música en momentos de duelo, pero los azotes y las sabias reprensiones convienen en cualquier momento.

(Ecl. 22) [1] El que ama a su hijo no le escatima los azotes, más tarde ese hijo será su consuelo. [2] El que educa bien a su hijo, tendrá sus satisfacciones; se sentirá orgulloso de él delante de sus parientes.

 (Ecl. 30) [9] ¿Quieres mimar a tu hijo? un día te hará temblar; juguetea con él, y te causará tristeza. [10] No te rías con él si no quieres un día afligirte con él y tener al fin que rechinar los dientes. [11] No le des rienda suelta en su juventud, [12] Pégale en las costillas cuando sea pequeño, no sea que se empecine y se te rebele. (Ecl. 30)

Pero a veces, los golpes no son suficientes.

Por ello doy el siguiente consejo:
[18] Si un hombre tiene un hijo rebelde y desvergonzado, que no atiende lo que mandan su padre o su madre, ni los escucha cuando lo corrigen, [19] sus padres lo agarrarán y llevarán ante los jefes de la ciudad, a la puerta donde se juzga, [20] y les dirán: «Este hijo nuestro es rebelde y desvergonzado, no nos hace caso, es un vicioso y un borracho.» [21] Entonces todo el pueblo le tirará piedras hasta que muera. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti, y todo Israel, al saberlo, temerá. (Dt. 21)

Creo haber dejado claro cuál es mi actitud con relación a la infancia.

En otro orden de cosas, para que podáis comprobar cómo cambian los tiempos, ahí va un ejemplo de legislación en materia de derechos humanos:
[44] Si quieres adquirir esclavos y esclavas, los tomarás de las naciones vecinas: de allí comprarás esclavos y esclavas. [45] También podrán comprarlos entre los extranjeros que viven con ustedes y de sus familias que están entre ustedes, es decir, de los que hayan nacido entre ustedes.
Esos pueden ser propiedad de ustedes, [46] y los dejarán en herencia a sus hijos después de ustedes como propiedad para siempre. (Lv. 25)

Con relación a la venta de esclavos, no hace falta que sean extranjeros. ¡Los familiares valen!.
[7] Si un hombre vende a su hija como esclava, ésta no recuperará su libertad como hace cualquier esclavo. [8] Si la joven no agrada a su dueño que debía tomarla por esposa, el dueño aceptará que otro la rescate; pero no la puede vender a un extranjero, en vista de que la ha traicionado. (Ex. 21)

Es posible que a estas alturas, después de lo que habéis leído (y que seguramente, nunca nadie os había contado) estéis algo asustados y confusos.

¿Dónde está aquél Dios bueno y justo del Catecismo?.

Si vuestro desasosiego os lleva a dirigiros a un cura, una monja, o un profesor cristiano practicante para preguntar si todo esto es cierto, con casi total seguridad os responderán:

“Si, pero eso eran otros tiempos, otras gentes y hoy en día las cosas son de otra manera…”.
O bien: “Bueno, la Biblia no hay que tratar de entenderla literalmente…”

Ni que decir tiene que tanto una cosa como la otra son falsas.

Mis leyes son eternas e inmutables, valen para allí y para aquí, para entonces y para ahora.
Y podéis estar seguros de que si digo “todo el pueblo le tirará piedras hasta que muera”, no quise decir “todo el pueblo le dirá que fue malo, malísimo”… ¿me habéis entendido?.

Ya para finalizar, os recomendaré que leáis mucho la Biblia –al fin y al cabo es mi Palabra- y que seáis muy buenos.
Aunque después de leer esto, entenderé que no deseéis estar conmigo en el cielo toda la eternidad…

La Ciencia busca a Dios… infructuosamente

 

RCiencia-DiosEFLEXIONES EN EL MARCO DEL DEBATE CIENCIA VS RELIGIÓN EN EL DIARIO ABC COLOR

 

En contra de las pruebas

La idea de que el debate entre Ciencia y religión tiene tendencia a atenuarse o desaparecer es errónea, muy por el contrario, es cada vez mayor, esta polarización se debe en parte al hecho de que la ciencia, a la luz de los nuevos descubrimientos, contrariamente a la mayoría de los antiguos científicos medievales y hasta principio del siglo XX, que veían el rostro del creador en cada aspecto del mundo material, no ha encontrado rastros de él en todo el universo y peor aún ninguna necesidad de que exista para que las cosas sean tal como son.

 

En realidad lo que la mayoría de las religiones desea es que  la ciencia dé una “validación”, a su cuerpo particular de creencias, cuando la ciencia realiza un descubrimiento que vaya en contra de alguna de estas, los fundamentos se tambalean y, casi siempre, las religiones se escudan en el sin sentido de “creer sin pruebas y aún en contra de las pruebas”, uno de los ejemplos más actuales, sobre todo en el mundo anglosajón, es el debate creacionismo vs. evolucionismo, la teoría de la evolución de Darwin es una de las teorías mas sólidamente establecidas  en la ciencia, en ese sentido, tiene un carácter similar a la teoría de la gravitación universal de Newton, se debe destacar que la palabra teoría, en ciencia, no tiene el carácter que generalmente se le da en el lenguaje coloquial en el que se la considera una hipótesis a ser demostrada, una teoría científica del orden que mencionamos es una formulación que relaciona una serie de hechos y observaciones y que es capaz de realizar predicciones, para que pueda adquirir su carácter de tal en el mundo científico es sometida a todo tipo de pruebas, y la sospecha sobre su validez es permanente, su bondad se mide por la exactitud de sus predicciones.

En ese sentido tanto la teoría de la evolución como la de la gravitación son resaltantes, las leyes de Newton lejos de ser “cómicas” son una gloria de la humanidad, base de la moderna ingeniería y caso particular para bajas velocidades de las leyes mas generales de la teoría de la relatividad, y se cumplen en todos los puntos del universo.
Las leyes de la evolución tienen este mismo carácter, aunque pueda tener fallas en su formulación y deba estar, como toda teoría científica, sometida a permanente duda, no es posible hoy afirmar razonablemente que la creación de acuerdo a la biblia sea una verdad objetiva. Las refutaciones usando términos como “entropía” y “termodinámica”, se basan en la ignorancia de lo que dichos términos significan (*).

Noventa y dos años de no-existencia

Otra de las teorías controvertidas que golpea los cimientos bíblicos es la teoría del Big Bang, que dice que el universo comenzó como un punto de densidad infinita que fue expandiéndose creando la materia y el espacio, ocurre que tal proceso, de acuerdo a las mediciones tiene una duración de unos quince mil millones de años, mientras que la edad de la creación bíblica es de sólo unos pocos miles de años, afirmación harto refutada por la arqueología y la paleontología.
El Big Bang es otra de las teorías de gran calado que explican el funcionamiento del mundo en forma racional, las predicciones que realiza se ajustan magníficamente a los hechos comprobados y NO esta sustentada en la fe, como se afirmara recientemente, sino en la razón.

 

Los teólogos que intentan dar un cariz racional a sus dogmas y mitos fundacionales caen en la desesperación cuando la ciencia, lejos de confirmar sus textos sagrados, los refutan, y las predicciones que realizan a la luz de sus textos y dogmas son generalmente fallidas; es conocido el caso de la religión de origen norteamericano que había predicho el fin del mundo para 1.914, como esto no ocurrió y aún pudiendo decir o que se equivocaron y que el año del fin era 2.014 o que rezaron tanto que Dios pospuso el final,  dijeron simplemente que el fin del mundo SI había ocurrido en 1.914, si alguien no lo percibió es su problema.
Pues bien, esta es generalmente la forma como las religiones reaccionan ante estas contradicciones.

Nos lo enseñaron de niños

Algunas religiones, como la católica, han aceptado muchas de estas teorías científicas, como por ejemplo la teoría del Big Bang o la de la evolución, (aunque aparecen preocupantes signos de regresión), y se sitúan en una prudente posición de no hacer afirmaciones susceptibles de ser refutadas por los hallazgos científicos, aunque mantiene dogmas como el de la eucaristía, cuya verdad objetiva podría estudiarse con un simple análisis histológico de la hostia.

Otras, mantienen que la Biblia debe ser interpretada literalmente y que Dios la ha preservado libre de error, sobre estas cae todo el peso de las innumerables refutaciones a lo mencionado en tal libro, la falacia del diluvio universal, la detención de la rotación de la tierra, la existencia de gigantes en tiempos antiguos, el caminar sobre las aguas y en realidad casi cada relato de la biblia son relatos fantásticos que consideraríamos frusleríassino fuera porque son “nuestros” relatos fantásticos, los que nos enseñaron a venerar cuando éramos niños impresionables.

Sobre esto invito a debatir en el sitio web de A.P.R.A (Asociación Paraguaya Racionalista) www.apra.org.py.

Si existiera…

Volviendo al tema central de la existencia de Dios debo decir que, “demostrar” su existencia utilizando las cinco vías de Tomas de Aquino, es una discusión medieval superada hace mucho tiempo, lo expresado allí no se sostiene lógicamente y creo que no es de interés    (a quien interese la refutación lo remito a nuestra web), por otro lado la demostración en estos casos se refiere a un ser absoluto creador del universo (**), mientras que el caso que nos ocupa la mayoría de las veces que tratamos el tema Dios hablamos del Dios Cristiano, y sucede que para este caso y aún no teniendo la carga de la prueba, es demostrable por medios lógicos la no-existencia de tal Dios, la demostración es extensa como para mostrarla aquí, pero básicamente y rigorismos aparte, muestra como la existencia del mal en el mundo es incompatible con la creación de todo lo que existe por un Dios Bueno y omnipotente.(Ver web de APRA).

 

Lo indicado es el fundamento de la posición de la  mayoría de los racionalistas sobre este problema de existencia, No encontramos a Dios, No creemos probable que exista, Si existiera, no actúa de una manera sensible, Si existiera el Dios de la Biblia, a juzgar por las atrocidades que allí se mencionan que comete, no quisiéramos pasar la eternidad a su lado.

 

(*) Termodinámica y entropía.

Cuando se realiza una transformación o transferencia de energía existe una parte de la energía libre que se pierde, a esto se llama entropía, en un sistema cerrado a medida que transcurra el tiempo realizándose estos intercambios energéticos la energía libre total del sistema disminuye y finalmente desaparece, el universo es un sistema “cerrado” y llegará el día en el cual el universo pierda toda su energía o muerte térmica del universo, este sí es un verdadero final en el cual no habrá siquiera la vibración de un átomo. Esto no es así cuando se consideran porciones del universo donde existen sistemas abiertos como por Ej. es la tierra donde constantemente entra energía al sistema (Ej. La energía solar) y permite la disminución de la entropía total del sistema, totalmente compatible con las leyes de la evolución.

(**) Dios: creador del universo, en comunicación intelectual y afectiva con la humanidad, es decir con quien se puede interactuar a través de la oración. Ser único, divino, infinito, eterno, perfecto, omnisciente, omnipotente y bondadoso, dotado de infinitos atributos de manera tal que la falta de uno solo de ellos, disminución o contradicción deriva en que no pueda ser considerado Dios.