Además de la crisis política y mediática, en las últimas semanas están abundando las denuncias por estafas en las universidades paraguayas.

Recientemente, el Consejo Nacional de Educación Superior (CONES) clausuró cuatro facultades de Medicina de las universidades Hispano-Guaraní, Tres Fronteras, San Sebastián y María Auxiliadora.

Días antes, el mismo CONES advirtió que la mayoría de las carreras de la Universidad del Sur (UNASUR) estarían inhabilitadas.

Cientos de estudiantes se encuentran a la deriva. Los más preocupados son los de los últimos años, ansiosos por graduarse. Los estudiantes alegan buena fe al haberse inscrito a los cursos de aquellos centros de enseñanza superior, cuyas autoridades aseguran que tienen todo en orden.

A esto se suma la denuncia de censura impuesta por las autoridades de la Universidad Católica de Asunción al sociólogo y politólogo argentino neomarxista Atilio Borón, cuya conferencia tuvo que trasladarse a la sede de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción.

El libre intercambio de ideas y la disputa por la búsqueda de la verdad son los ejes principales de una universidad. Prohibiendo discusiones se atenta contra el libre flujo del ejercicio crítico.

Se adhiere a este festival universitario de la vergüenza la defensa de una tesis homofóbica y pseudocientífica en la Universidad del Chaco, institución dirigida por una persona condenada a cuatro años de prisión por vaciamento del Banco Nacional de Trabajadores y que también fue denunciada por no pagar salarios de sus empleados.

El título de la tesis es “Características de las escrituras manuscrita de personas con trastorno homosexual”, así con errores de concordancia en el mismo título —impreso y supuestamente revisado— del trabajo monográfico.

Como si se tratara de un chiste, la tesis es de una carrera de Criminalística y Ciencias Forenses que no está habilitada por la Agencia Nacional de Evaluación y Acreditación (ANEAES) y mucho menos las maestrías que ofrece esa universidad.

¿Qué nos preocupa? ¿Que abunde pseudociencia en la universidad? ¿Que sea un trabajo sobre grafología? ¿Nos repele que se acepten trabajos homofóbicos? ¿Que se escriba mal un título? ¿Que se gradúen licenciados sin conocer metodología ni escritura científica?

Todo eso debe preocuparnos, porque en su conjunto es una señal de que las instituciones académicas no están funcionando.

En Paraguay, hasta hace poco era relativamente fácil abrir una universidad privada si se tenía los contactos o acuerdos necesarios con la clase política. Tanto es así, que algunos políticos se crearon sus propias universidades solamente con el aval de sus colegas parlamentarios.

En el país existen universidades que otorgan títulos impune e irresponsablemente a personas que no tienen condiciones básicas de comprensión lectora o análisis crítico, graduados que no diferencian teoría científica de mera especulación, ciencia de pseudociencia, universidad de estafa educativa.

Hay universidades que no tienen bibliotecas, que no publican revistas científicas, que no investigan, que no destinan fondos para actividades científicas; hay “altas casas de estudios” que ofrecen carreras que no están habilitadas, que solo dan fotocopias a sus estudiantes, o que les exigen una carga horaria de cuatro horas semanales (pero por largos y lucrativos cuatro o cinco años).

En síntesis, hay universidades que no deberían llamarse así.

Por su parte, la Universidad Nacional de Asunción (UNA), que aunque tenga 12 revistas científicas y la mayoría de los investigadores del PRONII y proyectos de ProCiencia, no se termina de despertar de “pesadilla oscurantista”.

Recordemos que su rector estuvo preso por corrupción en la principal penitenciaría del país. La reforma no ha llegado aún pese a los levantamientos estudiantiles del 2015.

El propio ethos de nuestro sistema universitario es el problema. Permitimos que sobresalga la mediocridad, nos aislamos del debate científico e intelectual de las universidades modernas extranjeras, copiamos modelos perimidos, fomentamos la endogamia, facilitamos la simplicidad académica y abogamos por el reduccionismo argumentativo. Las falacias son más rápidas de comprender que las teorías y leyes estudiadas y reanalizadas.

El trabajo “Caracterización de la ciencia en el Paraguay de la democracia (1989-2015). Aproximación a la historia de la ciencia paraguaya”, arroja datos concretos sobre la actividad investigativa en el país. Según estudios previos del profesor Antonio Cubilla, director del Instituto de Patología e Investigación (IPI) y miembro honorario de APRA, son cuatro los factores que imposibilitaron el surgimiento de una masa crítica de científicos e investigadores en el país:

  1. La exclusión histórica de la investigación en la universidad;
  2. La creencia falsa del elevado costo de la ciencia;
  3. Facilidad inmediata de transferencia o copia de tecnología externa; 
  4. La creencia de que la investigación científica solo es patrimonio de los países más ricos.

A esto le sumamos la falta de tradición científica, la falta de financiación de las ciencias básicas y la falta de escuelas de pensamiento científico.

Julio Rafael Contreras, pionero en estudios de historia y filosofía de la ciencia local, sostiene que no se llegó aún al punto en que la mayoría de las ciencias practicadas dentro de nuestras fronteras hagan “cuerpo en el sistema cognitivo, funcional y mental de la vida nacional”. Y va un poco más allá, pues postula que la investigación científica es un “problema de existencia real” para un país como el nuestro.

Y no es para menos. La Organización de Estados Iberoamericanos indica en su informe sobre “Ciencia, tecnología e innovación para el desarrollo y la cohesión social” del 2014 que “la brecha entre los países ricos y pobres no es solo la distribución de la riqueza, sino también la del conocimiento”.

Ya el filósofo Juan Andrés Cardozo, en su obra “La razón como alternativa histórica”, escribe que la ciencia “es un fenómeno sociocultural que interviene decisivamente en el destino de las sociedades contemporáneas”, metiéndose de lleno en la discusión actual sobre el rol de la ciencia, tecnología e innovación que cobra más protagonismo mientras más desarrollo haya. Y, al igual que Cubilla, Cardozo ve que la universidad paraguaya ignoró casi por completo a la investigación durante gran parte de la historia.

Hoy la universidad paraguaya da cabida a la estafa, a la censura, da espacios a la pseudociencia, a la reducción epistemológica y metodológica y posterga su transformación hacia una sociedad de la información y el conocimiento.

¿Podrá solucionarse pronto esta crisis educativa? No lo sabemos, pero en un momento de mucha oscuridad social, la universidad debe convertirse al menos en la defensa de la razón, del debate de ideas, la fortaleza del pensamiento crítico, de la disputa por el conocimiento y guardiana de la libertad intelectual.

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