“Los escépticos paraguayos cuestionan todo”

“Los escépticos paraguayos cuestionan todo”

Según el presidente de APRA, Ricardo Montanía, los escépticos paraguayos cuestionan todo y no aceptan liderazgos fuertes. Sin embargo, sostiene, que aunque la individualidad es una característica de los librepensadores, el trabajo en conjunto a favor de la razón y el escepticismo ayudaron a visibilizar a los compatriotas que no siguen religiones, deidades ni pseudociencias.

Por Eduardo Quintana
@edquintana

En el año 2006, cuando comenzó a popularizarse el Nuevo Ateísmo, en el mundo anglosajón, con los Cuatro No Jinetes del Apocalipsis, en Asunción se reunían tres amigos para encausar un movimiento atípico en una sociedad históricamente conservadora: una organización atea, racionalista y escéptica. Meses después de los primeros encuentros, nacía la Asociación Paraguaya Racionalista, APRA. En el 2007 aceptó a sus primeros miembros.

Históricamente, según el historiador y aprano Claudio Fuentes, a inicios del siglo XX, hubo en Paraguay un medio de prensa librepensador, que defendía principios racionalistas. El periódico se llamaba “La Voz del siglo” y estaba dirigido por Ramona Ferreira. El diario el Porvenir también asumía posiciones escépticas y críticas. El debate del pensamiento estuvo muy presente en conferencias o discusiones que se tenían tanto en la academia como en los medios de prensa de la época.

Hasta 1992, Paraguay fue un Estado católico y el presidente de la República tenía la obligación de pertenecer a la religión oficial. Es en esta apertura democrática que los ateos, agnósticos o no religiosos comenzaron a visualizarse más, pero recién en el siglo XXI se llegó al movimiento organizado.

Según un estudio de 2010 del Centro de Investigaciones Pew, de Estados Unidos, el 1,1% de la población paraguaya era no religiosa, alrededor de 70.000 personas y que esa tendencia se mantendría por lo menos por cuatro décadas más. El único estudio a nivel local es una encuesta realizada por el diario La Nación, que sitúa a los ateos y agnósticos de Asunción y Central en el 4% de la población de capital y área metropolitana.

El estudio de Pew asegura que la tendencia del 1,1% de no religiosos en Paraguay se mantendrá.

El estudio de Pew asegura que la tendencia del 1,1% de no religiosos en Paraguay se mantendrá.

APRA llegó a tener más de 100 miembros hace algunos años, incluso contó con escépticos de otros países americanos. Actualmente, los miembros activos de la asociación suman 30 personas. Los dos miembros honoríficos de la organización son el filósofo y científico Mario Bunge y el científico y pensador Antonio Cubilla.

En este extensa entrevista realizada hace unos meses al ingeniero Ricardo Montanía, que ya tuvo la presidencia en otras oportunidades, se resaltan los orígenes de la agrupación racionalista y las ideas que defiende. Incluso, hace una caracterización de los escépticos locales.

-¿Es válida la encuesta que publicó La Nación años atrás sobre que el 4% de los asuncenos y centralinos son ateos o agnósticos?

-No tengo motivos para dudar que sea consistente con la realidad, hay numerosos estudios que apuntan en esa dirección al señalar que los países menos desarrollados y pobres tienen un alto nivel de religiosidad. En efecto, el Paraguay presenta los caracteres de país pobre, con indicadores de desarrollo social paupérrimos y todos los inconvenientes del subdesarrollo que son usuales en los países con mayor índice de religiosidad.

Los países más desarrollados tienen altos porcentajes de ateísmo, como puede comprobar cualquiera que desee hacerlo. Si el Paraguay tuviera un alto porcentaje de ateos, con el nivel pobrísimo de desarrollo que tiene sería una verdadera anomalía estadística.

-¿Cómo un ciudadano paraguayo se hace ateo?

-Decir que se “convierte” al ateísmo da la impresión de que el ateísmo es otra adscripción religiosa, y no es así. En países como el nuestro el ateísmo es el resultado de un proceso lento y sistemático de incorporación del conocimiento científico a nuestras vidas, de suerte tal que se hace posible comprender que el universo no requiere de una explicación metafísica o sobrenatural.

Encontrar un paraguayo ateo es altamente improbable, tal y como se refleja en los estudios antes mencionados, es porque el método por el cual las creencias religiosas se perpetúan en el tiempo está plenamente vigente en nuestro país.
Si miramos a los católicos que son absoluta mayoría vemos que operan sobre los niños, ellos son bautizados a tierna edad y en la ceremonia se encomienda, literalmente. a un ejército de personas, velar porque la fe de sus ancestros le sea inculcada.

Todo lo que ve y oye tanto en el colegio, la calle o su casa en ese sentido son manifestaciones teístas y crece con el convencimiento de que la fe es una gran virtud y no el vicio del carácter como en realidad es.

Entonces al llegar a cierta edad, de no mediar circunstancias muy especiales, el joven es ya un teísta cuyas capacidades críticas están convenientemente atenuadas o apagadas y es presa fácil de todo tipo de supercherías religiosas o no.

Los ateos paraguayos que conozco, y conozco a muchos, lo son porque lograron pasar indemnes por ese mecanismo perverso o porque tenían un amor especial por el conocimiento que los llevaron a desapegarse de los dogmas tan eficientemente inculcados y con la lectura y el apego a la ciencia lograron darse cuenta que la visión teísta del Universo es, sin dudas, falsa y sin sustento racional y que la única posición razonable de un ciudadano libre e informado del siglo 21 es la del ateísmo.

-¿Cómo se puede saber el número de no creyentes que hay hoy en Paraguay? Pew apunta al 1,1% de la población.

-Es difícil definir con claridad esa cuestión, ocurre que es muy escaso el número de personas que tenga una posición “ortodoxa” en cuanto a sus creencias, es escaso el número de personas que crea, por ejemplo que la hostia consagrada sea el cuerpo de un carpintero judío que murió hace dos milenios, como exige el dogma Católico.

Sostengo que la mayoría de creyentes en este país es gente que cree que hay “algo” superior allá arriba y que relacionan de alguna manera indefinida con Jesucristo o alguna de sus variantes.

-Pero también hay variantes entre los ateos…

-Aún los ateos menos crédulos o dados a las fantasías, tienen enormes dificultades para tener una visión totalmente materialista del Universo, como es la del ateísmo de nuestros días. Se trata de un problema de falta de conocimiento de los últimos avances científicos en cosmología que nos muestran que lo más probable es un Universo totalmente natural, que no necesita de un ser transcendente que lo rija ni de un creador omnipotente que le haya dado origen.

Si la pregunta será tal que “no creyente” significa una visión totalmente naturalista del Universo, como la que APRA propugna, sin dudas que el resultado será de muy pocos ateos o agnósticos, en concordancia con la catástrofe educativa en que nuestro país se debate.

-APRA cumple su primera década de existencia, ¿por qué aparece recién en el siglo XXI una asociación escéptica en el país?

-El tipo de asociación escéptica que APRA pretende ser llega a nuestro país con unos treinta años de retraso, los escépticos existieron siempre, desde los griegos, pasando por aquel gran crítico de la religión y el estado Jean Meslier y los de la Ilustración, pero hablamos ahora de organizaciones escépticas racionalistas que pretenden someter a todo tipo de cosas al rigor del análisis escéptico racionalista, es decir exigiendo para todas las cuestiones del devenir humano una justificación adecuada racionalmente acerca de su grado de verdad.

Es de suponer que para un país, muy conservador como el Paraguay, tan poco dado a aceptar cuestionamientos frontales como es propio de este tipo de organizaciones, la aparición de una organización como APRA sea tardía y su supervivencia incierta. El hecho que aún persista un núcleo importante de racionalistas dispuestos a llevar adelante la organización es muy significativo y permite suponer que es posible su continuidad.

-¿Fue difícil organizar y representar a los ateos y escépticos paraguayos?

-Es muy difícil la organización y el desarrollo de este tipo de asociación por las propias características de las personas que adhieren a las ideas que le son propias, en su mayoría gente muy poco dada a aceptar liderazgos fuertes, cuestionadoras de absolutamente todo, o que son ellas mismas líderes en su campo.

Entonces es difícil y hasta repulsivo para esta clase de gente actuar en forma colectiva, pues la individualidad es el sello que los caracteriza.

Apostasía colectiva, en diciembre de 2010, frente a la Catedral de Asunción.

Apostasía colectiva, en diciembre de 2010, frente a la Catedral de Asunción.


Sin embargo también son gente razonable y si hay un hecho que hemos constatado con claridad acerca de estas cuestiones es que la acción individual en pro de la racionalidad y el escepticismo, aunque loable y en ocasiones destacada, tiende a perderse y ser poco fructífera.

En otras palabras, quienes integramos APRA, llegamos al convencimiento de que si queremos influir en la sociedad de manera efectiva, no tenemos otra sino renunciando en parte al individualismo que nos caracteriza como personas y actuando en forma conjunta y organizada.

-¿Cuáles son las ideas generales que defiende la Asociación?

-APRA defiende la idea que la razón es la que debe primar en la resolución de los problemas humanos, esto es, decimos que la ciencia es el mejor método para conocer el mundo y el parámetro que se debe utilizar para guiar nuestra moralidad, que no existen autoridades o “vacas sagradas” o “libros sagrados” que deban ser seguidos irreflexiva y acríticamente.

Ese es el principal aspecto que la hace tan corrosiva para las ortodoxias, en APRA sostenemos que todas las creencias, opiniones e ideas pueden y deben ser sometidas al escrutinio escéptico para ser aceptadas. Y como sabemos, una conocida y muy querida tradición de los creyentes es la de pretender que su cuerpo de creencias dogmáticas sea apartada de la mesa de análisis, “de eso no se discute”, porque son cuestiones “sagradas” y la ira divina caerá sobre quienes osen someter al análisis de la razón a esos temas

-También se combaten las pseudociencias.

-Además de lo anterior, APRA pretende luchar contra el abuso de la credulidad pública, es decir contra los comerciantes de la ignorancia que tienen por víctimas a los que creen en sinrazones científicamente conocidas como falaces, tales como la astrología, la quiromancia, las medicinas alternativas, el psicoanálisis, la programación Neurolingüística y un enorme y preocupante número de etcéteras.

Otro aspecto importante es el que algunos autores escépticos mencionan en el sentido de ser “los caballeros andantes de la ciencia”, expresión que es importante aclarar. Los escépticos no somos necesariamente científicos, pero buscamos defender a la ciencia de los ataques del oscurantismo. Se debe a que ni el Estado, ni la universidad y ni aún los propios científicos se han mostrado aptos o interesados en defender a la ciencia del ataque constante a que es sometida. El movimiento escéptico racionalista mundial es el que levanta la voz en defensa de la ciencia.

-En Paraguay, la palabra “ateo” estuvo asociada en la dictadura stronista a apátrida, comunismo, homosexualidad, ¿se tiene este preconcepto en plena democracia en el país?

-Quizás a la palabra “ateo” ya no se la relacione con los términos mencionados, pero el prejuicio de que el ateo pueda encarnar una suerte de inmoralidad, aquello de que sin Dios todo está permitido, sigue presente. Asegurar que no se cree en un ser supremo y que no se tiene fe en un ser que crea e interviene en el Universo, sigue convirtiendo en sospechosa a la gente.

También se relacionaba al comunismo con el ateísmo dogmático propio de la doctrina materialista de la ideología Marxista, cosa que es radicalmente diferente del ateísmo racional que propugnamos.

Sin embargo, más allá de algunas escaramuzas absolutamente intrascendentes, no veo que eso sea un problema en el Paraguay de hoy día, al menos no en la escala en que lo era durante la dictadura.

-¿Qué hizo APRA en estos años de existencia?

-Pienso que, en ciertos ámbitos capitalinos sobre todo, logró instalar la idea de que el ateísmo no se trata de una suerte de satanismo misterioso en el que sus miembros se dedican a devorar infantes, sino de gente que pasando por las mismas circunstancias que los demás paraguayos, pretendemos una sociedad más racional.

Originalmente hemos surgido como intento de dar una visión racional de las cosas, y con nuestro programa de radio y nuestra participación en la prensa, oral, escrita y televisiva, a más de las redes sociales, hoy día los ateos y escépticos ya no son la “rara avis” de otros tiempos sino que somos “parte del paisaje” aceptado.

La tarea por delante es ciclópea, apenas hemos comenzado.

-¿Se sienten discriminados, insultados o dejados de lado los no creyentes la el Paraguay de hoy?

-Solo puedo responder por mí mismo y por la opinión mayoritaria de mis amigos de APRA, y la respuesta es que no, no sentimos tal circunstancia. Más allá de ciertas manifestaciones de inquietud y rechazo totalmente comprensibles, no tenemos ese problema.

-En 2010 APRA fue una de las impulsoras a nivel de América Latina de la campaña de Apostasía Colectiva, ¿por qué decide la gente salir de la Iglesia católica?

-La Iglesia católica es víctima de sus contradicciones internas y de su falta de liderazgo acorde a este tiempo, la aparición del papa Francisco ha sido una excelente medida proselitista que ya ha comenzado a dar resultados para revertir esa situación.

En nuestro país los obispos son tan pusilánimes que ni siquiera son capaces de reconocer que existimos y que queremos dejar de figurar como miembros de esa Iglesia como efectivamente ocurre en contra de nuestra voluntad.

Jamás se han dignado responder a nuestras solicitudes, en las cuales aclarábamos que apostatábamos de las creencias cristiano católicas y han pasado seis años desde entonces sin merecer una letra de respuesta, ¿no le importa a la “madre iglesia” que algunos de sus miembros tengan esta posición? ¿Tanto como para ni siquiera dar cuenta de haberse enterado de esto?

-¿Crecerá el número de ateos o agnósticos en Paraguay en los próximos años?

-Todo dependerá de la mejora o el empeoramiento de la educación en el país. Un país lleno de brutos ignaros no puede apreciar el conocimiento y será victima de la ignorancia que lo aplastará, muchos curas, pastores y políticos de todos los colores están ávidos por que se dé ese escenario.

En realidad se trata de la disyuntiva que se plantea a nivel mundial, o avanzamos hacia una sociedad con más ciencia y que promueva la mejora de la vida del ser humano o nos sumimos en la oscuridad que más de una vez ensombreció por largas centurias el devenir humano. Depende de todos nosotros como se resolverá esta cuestión.

 

Preguntas y Respuestas

Por: Richard Dawkins

ENTREVISTA A RICHARD DAWKINS.

por Richard Dawkins, traducido por Anahí Seri (originalmente para Rebelión)

En el principio fue ¿. . .?

La simplicidad.

¿En qué difiere su intolerancia de la de un fanático religioso?”

Yo sería intolerante si abogara por prohibir la religión, cosa que por supuesto jamás he hecho. Lo único que hago es expresar de forma contundente unos puntos de vista acerca del cosmos y de la moralidad con los que usted resulta que no está de acuerdo. Usted lo interpreta como “intolerancia” debido al curioso estatus privilegiado del que goza la religión, que consigue sus objetivos gratis, sin tener que defenderse. Si escribiera un libro titulado “El engaño del socialismo” o “El engaño del monetarismo”, usted nunca emplearía una palabra como intolerancia. Pero “El engaño de Dios” enseguida suena a intolerancia. ¿Por qué? ¿Dónde está la diferencia?

Yo deseo (y usted podría decir que es un deseo fanático) que la gente piense por sí misma y tome sus propias decisiones, basándose en las pruebas que están a la vista de todos. Los fanáticos religiosos quieren que la gente desconecte su propia mente, ignore las pruebas y siga ciegamente un libro sagrado basado en una “revelación” privada. Hay una diferencia enorme.

Usted no hace distinción alguna entre la religión organizada (que puede ser peligrosa) y la “creencia en Dios” de un individuo (que no perjudica a nadie). ¿A que se debe que usted parezca ser incapaz de establecer una diferencia?

Por supuesto que soy capaz de distinguir entre las dos cosas. Pero la cuestión de si las creencias son peligrosas o inocuas no es el único criterio de interés para distinguir entre ellas. Está, además, la pequeña minucia de si son ciertas. Los científicos se preocupan de esas cosas.

Se han cometido actos terribles en el nombre de Cristo, pero él siempre predicó la paz y el amor. ¿Qué tiene eso de malo?

La paz y el amor no tienen nada de malo. Tanto más lamentable es que haya tantos seguidores de Cristo en desacuerdo. Escribí una vez un artículo titulado “Ateos a favor de Jesús” (véasehttp://www.RichardDawkins.net) y estuve encantado de lucir una camiseta con ese lema.

¿Considera usted que el hecho de que los padres obliguen a sus hijos a aceptar su religión es una forma de maltrato infantil?

Sí. ¿Qué pensaría usted de unos padres que obligaran a sus hijos a aceptar sus ideas políticas, o sus gustos de arquitectura? ¿Alguna vez ha oído a alguien hablar de un “niño leninista” o un “niño posmoderno”? Por supuesto que no. Entonces, ¿por qué aceptamos lo del “niño cristiano” y “niño musulmán”? Ponerles a los niños la etiqueta de la religión de sus padres es maltrato infantil.

¿Se deleita usted discutiendo con creyentes?

No.

¿Su mujer alguna vez dice “Jesús” cuando usted estornuda, sólo para fastidiarle?

Dios, tendría que tener una mente horriblemente literal para que me molestara algo así. ¿Qué se piensa usted que soy, una de esas personas que envían felicitaciones navideñas a The Archers” ?

Soy ateo igual que usted, pero ¿podría haber en la vida humana un lugar para la metáfora que proporciona la religión y, en particular, la mitología?

Las metáforas están bien si fomentan la comprensión, pero a veces son un estorbo. Puede ser mejor tomar el atajo hacia lo real y obviar la metáfora.

Einstein, Newton, Bacon, Kepler, Pascal, Boyle y Faraday, todos ellos creían en Dios. ¿Le molesta a usted que estos eminentes científicos puedan haber sido víctimas de un “engaño”?

Era difícil ser ateo antes de El origen de las especies. Einstein es el único de su lista que nació en un mundo post-darwiniano, y no es casualidad que fuera además el único que no creía en Dios. Él declaró: “Lo que usted leyó sobre mis convicciones religiosas era, desde luego, mentira, una mentira que se repite sistemáticamente. Yo no creo en un Dios personal y nunca lo he negado, sino que lo he expresado con claridad.”

¿No le preocupa a usted que, en última instancia, la mayor parte de la humanidad no sea capaz de enfrentarse a la idea de que Dios no existe?

Ojalá se equivoque usted, pues parece un insulto bastante condescendiente hacia la humanidad. En cualquier caso, creo que hay mayor nobleza, y mayor consuelo en enfrentarse a la verdad, incluso si es algo que duele o da miedo.

Da la impresión de que su campaña por exponer la irracionalidad de la creencia religiosa le ha dado a su figura un mayor relieve que su trabajo en el campo de la biología evolutiva. Usted que preferiría, ¿llegar a ser conocido como Richard Dawkins el científico o Richard Dawkins el ateo militante?

Bertrand Russell se designó a sí mismo como el Escéptico Apasionado. Es apuntar muy alto, pero a eso aspiro.

¿Cómo debería un ateo responder con compasión a alguien que dijera que sin la creencia en una vida espiritual después de la muerte no habría sido capaz de soportar la muerte del hijo que tanto amaba?

Los médicos compasivos a veces mienten a sus pacientes acerca de la gravedad de su estado, y no siempre está mal hacerlo. Sin embargo, yo prefiero no seguir este precedente. En su lugar, yo señalaría la suerte que hemos tenido de haber vivido, por breve que sea nuestra vida. Desarrollé la idea en el prefacio de Destejiendo el arco iris, y espero que lo lean en mi funeral.

¿Qué cree usted que ocurrió con el cuerpo de Jesús, y cómo concuerda eso con los relatos de la resurrección?

Probablemente, lo que le ocurrió a Jesús es lo que nos ocurre a todos cuando morimos. Nos descomponemos. Los relatos sobre la resurrección y el ascenso de Jesús carecen de todo fundamento .

Nuestro equipo de “pub quiz” se llama La Iglesia de Richard Dawkins. En una reciente velada de “quiz” en Oxford, nos dijeron que cambiáramos de nombre en caso de que fuera considerado ofensivo para los cristianos practicantes que estuvieran presentes. ¿Se le ocurre a usted algún nombre “menos ofensivo”?

¡Y a mí me llaman intolerante! Me horroriza que esto haya sucedido precisamente en Oxford. Ojalá que ganéis el torneo de forma tan rotunda que podáis dictar vosotros las reglas y llamaros como queráis. Ofensivo, anda ya.

¿Son estúpidas las personas que propugnan el diseño inteligente, y piensa usted que la selección natural actuará y las eliminará de la generaciones futuras?

La mayoría son ignorantes, que no es lo mismo que estúpidos. La selección natural no eliminará la ignorancia de las generaciones futuras. Tal vez lo consiga la educación, y ésa es la esperanza a la que nos debemos aferrar.

La filósofa Mary Midgley le ha leído a usted la cartilla por utilizar palabras tales como “egoista” para describir la entidad inconsciente de un gen. ¿Tiene ella razón, y persiste todavía un resentimiento entre ustedes?

Oh, sí, cuánta razón tiene. ¿Y que hay de los físicos que hablan del “encanto” de los quarks? ¿No es eso terrible? ¿O los médicos que hablan de un cáncer “agresivo”? ¿O los economistas que hablan de la “serpiente monetaria” europea? Me ocupé de Mary Midgley en un artículo titulado En defensa de los genes egoístas en la misma revista que publicó su ataque no provocado. El texto está enhttp://www.royalinstitutephilosophy.org

Usted ha sido una fuerza increíble en cuanto a la popularización del Darwinismo. ¿Por qué investigación original le gustaría ser recordado?

El fenotipo extendido, aunque se podría decir que es investigación filosófica más que científica.

¿Cómo pudo un friki científico como usted conseguir una mujer tan atractiva?

Le sugiero que acuda a “The Sexiest Man Living” en salon.com y se coma sus palabras. Pero, hablando en serio, (claro, usted sabía que tendría que haber un “hablando en serio”) la ciencia tiene un problema de imagen con la gente joven, y términos como “friki científico” no ayudan. ¿No es un poco del estilo de “guiri” o “yanqui”?

Usted apoyó en las últimas elecciones al candidato que se oponía a la guerra. ¿Sería usted más feliz si Saddam Hussein estuviese aún en el poder?

Oh, que tonto fui. Tenía ese estúpido recuerdo de que a Saddam Hussein se le dio un ultimátum en la víspera de la guerra de que si entregaba sus armas de destrucción masiva se evitaría la guerra. Tonto de mí, pensaba que el objetivo de la guerra era eliminar estas armas de destrucción masiva. O sea que ahora lo entiendo. Desde el principio, el objetivo de la guerra fue eliminar a Saddam Hussein. Ahora los talibanes vuelven al poder porque Bush y Blair apartaron la vista de Afganistán y atacaron a Irak en su lugar. Sabe usted, por horrible que fuera Saddam Hussein, creo que lo prefiero a él antes que a los talibanes. La semana pasada en Afganistán destriparon a un profesor y lo descuartizaron con cuatro motocicletas por el crimen religioso de enseñarle álgebra a las chicas. No creo que Saddam Hussein ejecutara a la gente por enseñar álgebra a las chicas.

¿Constituye el calentamiento global una amenaza para la especie humana?

Sí. Se podría decir que la especie humana es una amenaza para la especie humana. Recomiendo la película de Al Gore sobre el calentamiento global. Es para verla y ponerse a llorar. No sólo por la especie humana. Lloremos por lo que podríamos haber tenido en 2000, si no hubiera sido por el fraude electoral en el Florida de Jeb Bush.

Celebro su coraje a la hora de cuestionar el cristianismo, pero ¿qué hace usted el día de Navidad cuando todo el mundo está de celebración? Imagino que usted no envía ni recibe tarjetas de felicitación ni regalos.

¿Por qué imagina usted eso? ¿Cree usted de verdad que todos, o incluso una mayoría de las personas que envían tarjetas y regalos son seguidores de Jesús? Pero si incluso la música que tenemos que soportar en las tiendas suele ser “White Christmas”, “Rudolph the Red-Nosed Reindeer” y el repugnante “Jingle Bells”. ¿Qué tiene eso de religioso?

Si usted muriera y llegara a las puertas del cielo, que le diría a Dios para justificar el ateísmo que ha preconizado a lo largo de su vida?

Citaría a Bertrand Russell: “No había pruebas suficientes, Señor, no había pruebas suficientes.”

Pero, ¿por qué se supone que Dios se preocupa tanto de si creemos en él? Tal vez él quiere que seamos generosos, amables, bondadosos y honrados, sin importarle nuestras creencias.

Manifiesto Ateo

Por: Sam Harris

TRADUCCIÓN DE FERNANDO G. TOLEDO Y J.C. ÁLVAREZ

En algún lugar del mundo un hombre ha secuestrado a una niña. Pronto va a violarla, torturarla y matarla. Si una atrocidad de este tipo no estuviera ocurriendo en este preciso momento, sucederá en unas pocas horas, como máximo unos días. Tanta es la confianza que nos inspiran las leyes estadísticas que gobiernan las vidas de 6 mil millones de seres humanos. Las mismas estadísticas también sugieren que los padres de esta niña creen que en este preciso momento un Dios todopoderoso y amoroso cuida de ellos y su familia. ¿Tienen derecho a creer esto? ¿Es bueno que crean esto?
No.
La integridad del ateísmo está contenida en esta respuesta. El ateísmo no es una filosofía; ni siquiera es una visión del mundo; es un rechazo a desmentir lo obvio. Desafortunadamente, vivimos en un mundo en el cual lo obvio es, por principio, pasado por alto. Lo obvio debe ser observado y reobservado y discutido. Ésta es una tarea ingrata. Se la toma con un aura de petulancia e insensibilidad. Es, más que nada, una tarea que el ateo no desea.
Aunque resulta menos notorio, nadie necesita identificarse a sí mismo como un no-astrólogo o un no-alquimista. Consecuentemente, no tenemos palabras para la gente que niega la validez de esas pseudodisciplinas. En el mismo sentido, «ateísmo» es un término que no debería existir. El ateísmo no es más que el ruido que la gente razonable hace cuando se topa con el dogma religioso. El ateo es simplemente una persona que cree que los 260 millones de estadounidenses (el 87% de la población) que dicen no tener dudas sobre la existencia de Diosdeberían estar obligados a presentar pruebas de su existencia, e incluso, de su benevolencia, dada la imparable destrucción de seres humanos inocentes de la que somos testigos a diario.
Nada más que el ateo advierte cuán sorprendente es nuestra situación: la mayor parte de los nuestros cree en un Dios que, bajo todo concepto, es igual de fantástico que los dioses del Olimpo; nadie, sea cuales fueren sus capacidades, puede ocupar un cargo público en los Estados Unidos sin suponer que ese Dios existe; y muchas de las cosas que pasan en la política pública en este país se deben a tabúes religiosos y supersticiones propias de una teocracia medieval. Nuestra realidad es abyecta, indefendible y horrorosa. Sería graciosa, si las consecuencias no fuesen tan graves.
Vivimos en un mundo donde todas las cosas, buenas y malas, acaban destruidas por el cambio. Los padres pierden a sus hijos y los hijos a sus padres. Los maridos y esposas se separan por un instante, y nunca se vuelven a ver. Los amigos se despiden con prisa, sin saber que será la última vez que lo hagan. Esta vida, cuando se la mira en su totalidad, se aparece como poco más que un vasto drama de la pérdida. La mayoría de las personas, sin embargo, imaginan que hay una cura para esto. Si vivimos correctamente –ni siquiera éticamente, sino dentro de los parámetros de ciertas creencias antiguas y conductas esterotipadas– obtendremos todo lo que queramos después de que hayamos muerto. Cuando caigan finalmente nuestros cuerpos, simplemente nos desharemos de nuestro lastre corporal y viajaremos a una tierra en la que nos reuniremos con todos los que amamos cuando estábamos vivos. Por supuesto, la gente demasiado racional y demás chusma quedará excluida de este sitio feliz, y aquéllos que suspendieron su increencia mientras vivían serán libres para disfrutar de sí mismos por toda la eternidad.
Vivimos en un mundo de sorpresas inimaginables –desde la energía de fusión que irradia el sol a la genética y las consecuencias evolutivas de estas luces que bailan por eones desde el Oriente– y todavía el Paraíso conforma a nuestros intereses más superficiales con la comodidad de un crucero por el Caribe. Esto es asombrosamente extraño. Alguien no lo conociera pensaría que el hombre, en su miedo a perder todo lo que ama, ha creado el cielo, junto con su Dios guardián, a su imagen y semejanza.
Considérese la destrucción que el huracán Katrina dejó en Nueva Orléans. Más de un millar de personas murieron, decenas de miles perdieron todas sus posesiones terrenas y cerca de un millón fueron desposeídas de su hogar. Con seguridad, se puede decir que casi todos los que vivían en Nueva Orléans en el momento del desastre del Katrina creía en un Dios omnipotente, omnisciente y compasivo. ¿Pero qué estaba haciendo Dios mientras un huracán devastaba su ciudad? Seguro que oía la plegarias de los viejos y las mujeres que huían de la inundación hacia la seguridad de sus azoteas, sólo para terminar ahogándose más lentamente. Eran personas de fe. Eran buenos hombres y mujeres que habían rezado durante todas sus vidas. Sólo el ateo ha tenido el coraje de admitir lo obvio: esa pobre gente murió hablándole a un amigo imaginario.
Claro, había advertencias de que una tormenta de proporciones bíblicas sacudiría Nueva Orléans, y el la respuesta humana al desastre posterior fue trágicamente ineficaz. Pero fue ineficaz sólo bajo la luz de la ciencia. Los indicios del avance del Katrina fueron sacados de la muda Naturaleza mediante cálculos meteorológicos e imágenes satelitales. Dios no le cuenta a nadie sus planes. De haberse confiado los residentes de Nueva Orléans en la caridad del Señor, no se habrían enterado de que un huracán asesino se abatiría sobre ellos hasta que hubieran sentido las primeras ráfagas del viento sobre sus rostros. A pesar de todo, según una encuesta del Washington Post, un 80% de los sobrevivientes del Katrina aseguraban que el suceso había reforzado su fe en Dios.
Mientras el Katrina devoraba Nueva Orléans, cerca de mil peregrinos chiítas morían al derribarse un puente en Iraq. No caben dudas de que esos peregrinos creían poderosamente en el Dios del Corán: sus vidas estaban organizadas alrededor del hecho indubitable de su existencia; sus mujeres caminaban con el rostro velado delante de él; sus hombres se mataban regularmente unos a otros en nombre de interpretaciones enfrentada de su palabra. Sería de destacar si un solo de los sobrevivientes de esta tragedia perdiera su fe. Lo más probable es que los sobrevivientes imaginen que han sido resguardados por la gracia de Dios.
Sólo el ateo reconoce el infinito narcisismo y el autoengaño de los que se salvaron. Sólo el ateo comprende cuán moralmente despreciable es que los sobrevivientes de una catástrofe se crean salvados por un Dios amoroso mientras que este mismo Dios ahogaba a los niños en sus cunas. Debido a que se niega a tapar la realidad del sufrimiento del mundo con el disfraz de una fantasía de vida eterna, el ateo siente hasta en los huesos cuán preciosa es la vida, y al mismo tiempo cuán desafortunados sos esos millones de seres humanos que sufren el más terrible ataque a su felicidad sin ninguna razón valedera.
Uno se pregunta cuán vasta y gratuita tiene que ser una castástrofe para que alcance a a sacudir la fe del mundo. El Holocausto no lo consiguió. Tampoco lo habría hecho el genocidio en Ruanda, ni aunque sus perpetradores fuesen sacerdotes armados con machetes. Quinientos millones de personas murieron deviruela durante el siglo XX, casi todos niños. Los caminos de Dios son, sin duda, inescrutables. Pareciera que cualquier hecho, no importa cuán infeliz sea, puede ser compatible con la fe religiosa. En materia de fe, hemos decidido no tener los pies en la Tierra.
Por supuesto, la gente de fe asegura que Dios no es responsable del sufrimiento de la humanidad. Pero, ¿cómo podemos entender que se afirme que Dios es a la vez omnisciente y omnipotente? No hay otro modo, y es tiempo de que los seres humanos razonables lo asuman. Es el viejo problema de la teodicea, claro, y deberíamos considerarlo resuelto. Si Dios existe, pues no puede hacer nada por detener las más descomunales calamidades o no le importa hacerlo. Dios, por consiguiente, o es impotente o es malvado. Los lectores piadosos ejecutarán ahora la siguiente pirueta: Dios no puede ser juzgado por las simples reglas humanas de moralidad. Pero, obviamente, las simples reglas humanas de moralidad son precisamente las que primero usan los fieles para establecer la bondad de Dios. Y cualquier Dios que se preocupara por algo tan trivial como un matrimonio gay o el nombre por el que debe ser mencionado en una plegaria, no es tan inescrutable después de todo. Si existiera, el Dios de Abraham no sería solamente indigno de la inmensidad de la creación, sería indigno de cualquier hombre.
Hay otra posibilidad, claro, y es la más razonable y la más odiosa: el Dios de la Biblia es una ficción. Como Richard Dawkins ha observado, todos somos ateos con respecto a Zeus y a Thor. Sólo el ateo ha concluido que el dios bíblico no es diferente. Consecuentemente, sólo el ateo es lo suficientemente compasivo como para tomarse en serio la hondura del sufrimiento mundial. Es terrible que todos vayamos a morir y perder cada cosa que amamos; es doblemente terrible que tantos seres humanos sufran sin necesidad mientras viven. Buena parte de ese sufrimiento puede ser directamente atribuido a la religión –a los odios religiosos, las guerras religiosas, las ilusiones religiosas (religious delusions) y las diversiones religiosas de escasos recursos–, y es lo que convierte al ateísmo en una necesidad moral e intelectual. Es una necesidad, de todos modos, que el desplaza al ateo hacia los márgenes de la sociedad. El ateo, por el mero hecho de estar en contacto con la realidad, termina lleno de vergüenza al no tener relación con la vida de fantasía de sus vecinos.

La naturaleza de la creencia
Según varias encuestas recientes, el 22 % de los americanos están totalmente convencidos de que Jesús volverá a la Tierra algún día de los próximos 50 años. Otro 22% cree que lo anterior es bastante probable. Seguramente este mismo 44 % de americanos son los que van a la iglesia una vez por semana o más, que creen literalmente que Dios prometió la tierra de Israel a los judíos, y que quieren prohibir la enseñanza del hecho biológico de la evolución a nuestros hijos. Como bien sabe el Presidente George W. Bush, los creyentes de esta categoría constituyen el segmento más cohesionado y motivado del electorado americano. Por consiguiente, sus opiniones y prejuicios influyen en casi todas las decisiones de importancia nacional. Los políticos liberales parecen haber extraído una lección incorrecta de estos acontecimientos y han vuelto su mirada hacia las Escrituras, preguntándose cómo podrían congraciarse con las legiones de hombres y mujeres de nuestro país que votan en gran parte basándose en el dogma religioso. Más del 50 % de los americanos tiene una opinión «negativa» o «sumamente negativa» de la gente que no cree en Dios; el 70 % piensa que es muy importante que los candidatos a la presidencia sean «firmemente religiosos». La irracionalidad se encuentra ahora en ascenso en los Estados Unidos: en nuestras escuelas, en nuestros tribunales y en cada rama del gobierno federal. Sólo el 28 % de los americanos cree en la evolución; el 68 % cree en Satán. Una ignorancia de tal calibre, concentrada tanto en la cabeza como en el vientre de una superpotencia sin rival, representa actualmente un problema para el mundo entero.
Aunque sea bastante fácil para la gente de buen tono criticar el fundamentalismo religioso, la llamada «moderación religiosa» todavía disfruta de un prestigio considerable en nuestra sociedad, incluso dentro de la torre de marfil. Lo anterior resulta irónico, ya que los fundamentalistas tienden a hacer un uso de sus cerebros más basado en principios que los «moderados». Aunque los fundamentalistas justifiquen sus creencias religiosas con pruebas y argumentos extraordinariamente pobres, al menos intentan dar una justificación racional. Los moderados, en cambio, generalmente no hacen más que citar las consecuencias benéficas de la creencia religiosa. En lugar de decir que creen en Dios porque ciertas profecías bíblicas se han cumplido, los moderados dirán que ellos creen en Dios porque esta creencia «da sentido a sus vidas».
Cuando un tsunami mató a cien mil personas el día siguiente al de Navidad, los fundamentalistas interpretaron fácilmente este cataclismo como una prueba de la ira de Dios. Al parecer, Dios había enviado otro mensaje oblicuo a la humanidad sobre los males del aborto, la idolatría y la homosexualidad. Aunque moralmente obscena, esta interpretación de los acontecimientos es hasta cierto punto razonable, aceptando determinadas suposiciones (absurdas). Los moderados, en cambio, rechazan extraer cualquier conclusión sobre Dios a partir de sus obras. Dios sigue siendo un perfecto misterio, una mera fuente de consuelo que es compatible con la existencia del mal más desolador. Ante desastres como el tsunami asiático, la piedad liberal es apta para producir las mas afectadas y pasmosas tonterías imaginables. Así y todo, los hombres y mujeres de buena voluntad prefieren habitualmente tales vacuidades a la moralización y profetización odiosas de los creyentes auténticos. Ante las catástrofes, sin duda es una virtud de la teología liberal que ésta enfatice la piedad sobre la ira. Vale la pena señalar, sin embargo, que es la piedad humana lo que se revela –no la de Dios– cuando los cuerpos hinchados de los muertos son devueltos por el mar. Cuando miles de niños son arrancados simultáneamente de los brazos de sus madres y ahogados en el mar durante días, la teología liberal debe revelarse como lo que es –el más vacuo y estéril de los pretextos mortales. Incluso la teología de la ira tiene más mérito intelectual. Si Dios existe, su voluntad no es inescrutable. Lo único inescrutable en estos hechos terribles es que hombres y mujeres neurológicamente sanos puedan creer lo increíble y pensar que esto es la cumbre de la sabiduría moral.
Es completamente absurdo sugerir, como hacen los religiosos moderados, que un ser humano racional pueda creer en Dios simplemente porque esta creencia le hace feliz, porque alivia su miedo a la muerte o porque otorga sentido a su vida. La absurdidad se hace obvia en el momento en que cambiamos la noción de Dios por alguna otra proposición de consuelo: imaginemos, por ejemplo, que un hombre desea creer que existe un diamante enterrado en algún lugar de su patio trasero, y que este diamante es del tamaño de un refrigerador. Sin duda, se sentirá extraordinariamente bien al creer esto. Imaginemos qué pasaría entonces si ese hombre siguiera el ejemplo de los religiosos moderados y mantuviera dicha creencia en términos pragmáticos: cuando se le pregunta por qué piensa que hay un diamante en su patio trasero y que además ese diamante es miles de veces mayor que ningún otro que haya sido descubierto, el hombre dice cosas como las siguientes: «Esta creencia da sentido a mi vida», o «Mi familia y yo disfrutamos cavando para encontrarlo los domingos», o «Yo no querría vivir en un universo donde no hubiera un diamante enterrado en mi patio trasero y que fuera del tamaño de un refrigerador». Claramente estas respuestas son inadecuadas. Pero son peores que eso. Son las respuestas de un loco o de un idiota.
Aquí podemos ver por qué la apuesta de Pascalel «salto de fe» de Kiergegaard y otros esquemas epistemológicos fideístas no tienen el menor sentido. Creer que Dios existe es creer que uno se encuentra en alguna relación con su existencia, tal que dicha existencia es ella misma la razón de la creencia de uno. Debe haber alguna conexión causal, o al menos una apariencia de ésta, entre el hecho en cuestión y la aceptación de ese hecho por parte de la persona. De este modo, podemos ver que las creencias religiosas, para ser creencias sobre cómo es el mundo, deben ser tan probatorias en el ámbito del espíritu como en cualquier otro ámbito. Pese a todos sus pecados contra la razón, los fundamentalistas religiosos entienden lo anterior; los moderados –casi por definición– no lo entienden en absoluto.
La incompatibilidad entre la razón y la fe ha sido un rasgo evidente de la cognición humana y del discurso público durante siglos. Una persona debe tener buenas razones para sostener firmemente lo que cree o lo que no cree. Las personas de todos los credos generalmente reconocen la primacía de las razones, y recurren al razonamiento y a las pruebas siempre que pueden. Cuando la indagación racional apoya el credo, aquélla siempre es defendida; cuando representa una amenaza, es ridiculizada, a veces en la misma frase. Sólo cuando las pruebas favorables a una doctrina religiosa son escasas o inexistentes, o hay una evidencia aplastante en su contra, sus defensores invocan la «fe». Es decir, los fieles simplemente citan los motivos para defender sus creencias (por ejemplo, «el Nuevo Testamento confirma las profecías del Antiguo testamento», «yo vi la cara de Jesús en una ventana», «rezamos, y el cáncer de nuestra hija comenzó a retroceder»). Tales razones son generalmente inadecuadas, pero son mejores que ninguna razón en absoluto. La fe no es más que la licencia que la gente religiosa se otorga a sí misma para seguir creyendo cuando las razones fallan. En un mundo fragmentado por creencias religiosas incompatibles entre sí, en una nación que se encuentra cada vez más sometida a concepciones propias de la Edad de Hierro acerca de Dios, el final de la historia y la inmortalidad del alma, esta lánguida división de nuestro discurso en asuntos de razón y asuntos de fe es sencillamente inadmisible.

La fe y la sociedad buena
La gente de fe afirma regularmente que el ateísmo es responsable de algunos de los crímenes más espantosos del siglo XX. Aunque sea cierto que los regímenes de Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot eran irreligiosos en diversos grados, no eran especialmente racionales. De hecho, sus declaraciones públicas eran poco más que letanías de ilusiones: ilusiones sobre la raza, la identidad nacional, la marcha de la historia o los peligros morales del intelectualismo. En muchos sentidos, la religión fue directamente culpable incluso en estos casos. Consideremos el Holocausto: el antisemitismo que construyó pieza a pieza los crematorios nazis era una herencia directa del cristianismo medieval. Durante siglos, los alemanes religiosos habían visto a los judíos como la peor especie de herejes, y habían atribuido todos los males sociales a su presencia continuada entre los fieles. Mientras en Alemania el odio a los judíos se expresaba de un modo predominantemente secular, la demonización religiosa de los judíos continuó existiendo en Europa. (El propio Vaticano perpetuó el libelo de la sangre en sus publicaciones, en una fecha tan tardía como 1914.)
Auschwitz, el Gulag y los campos de la muerte no son ejemplos de lo que ocurre cuando la gente se hace demasiado crítica con las creencias injustificadas; al contrario, estos horrores son un testimonio de los peligros que conlleva el no pensar lo bastante críticamente sobre ideologías seculares específicas. Por supuesto, un argumento racional contra la fe religiosa no es un argumento para abrazar ciegamente el ateísmo como dogma. El problema expuesto por el ateo no es otro que el problema del dogma mismo (del que toda religión participa en grado extremo). No existe ninguna sociedad en la historia escrita que haya sufrido porque su gente se volviera demasiado razonable.
Aunque la mayor parte de los americanos creen que deshacerse de la religión es un objetivo imposible, la mayor parte del mundo desarrollado ya lo ha conseguido. Cualquier relato sobre un supuesto «gen divino», el cual sería responsable de que la mayoría de los americanos organicen desvalidamente sus vidas alrededor de antiguas obras de ficción religiosa, debe explicar por qué tantos habitantes de otras sociedades del Primer Mundo parecen carecer de dicho gen. El nivel de ateísmo existente en el resto del mundo desarrollado refuta cualquier argumento según el cual la religión es de algún modo una necesidad moral. Países como Noruega, Islandia, Australia, Canadá, Suecia, Suiza, Bélgica, Japón, Países Bajos, Dinamarca y el Reino Unido se encuentran entre las sociedades menos religiosas de la Tierra. Según el Informe de Desarrollo Humano 2005 de las Naciones Unidas, dichos países son también los más sanos, como indican las medidas de esperanza de vida, alfabetismo adulto, ingresos per cápita, desarrollo educativo, igualdad entre sexos, tasa de homicidios y mortandad infantil. A la inversa, las 50 naciones que ahora se encuentran en el escalafón más bajo en términos de desarrollo humano son fuertemente religiosas. Otros análisis reflejan la misma situación: los Estados Unidos son únicos entre las democracias ricas por su nivel de fundamentalismo religioso y por su oposición a la teoría evolutiva; también son únicos por las altas tasas de homicidio, abortos, embarazos de adolescentes, casos de SIDA y mortandad infantil. La misma comparativa es cierta dentro del territorio de los Estados Unidos: los Estados del Sur y del Medio Oeste, caracterizados por los niveles más altos de superstición religiosa y de hostilidad hacia la teoría evolutiva, están especialmente afectados por los mencionados indicadores de disfunción social, mientras que los estados relativamente seculares del Noreste se conforman más a los estándares europeos. Desde luego, los datos correlacionales de este tipo no resuelven las cuestiones de causalidad –la creencia en Dios puede conducir a la disfunción social; la disfunción social puede dar lugar a la creencia en Dios; cada factor puede fomentar el otro; o bien ambos factores pueden surgir de alguna fuente más profunda de disfuncionalidad. Dejando aparte la cuestión de la causa y el efecto, estos hechos demuestran que el ateísmo es absolutamente compatible con las aspiraciones básicas de una sociedad civil; también demuestran, de manera concluyente, que la fe religiosa no hace nada para asegurar la salud y el bienestar de una sociedad.
Los países con altos niveles de ateísmo también son los más caritativos en términos de prestación de ayuda extranjera al mundo en desarrollo. El dudoso eslabón existente entre el fundamentalismo cristiano y los valores cristianos también es refutado por otros índices de caridad. Consideremos la proporción entre los salarios de los altos ejecutivos y los salarios de los empleados medios: en Gran Bretaña es de 24 a 1; en Francia, de 15 a 1; en Suecia, de 13 a 1; en los Estados Unidos, donde el 83 % de la población cree que Jesús literalmente resucitó de entre los muertos, es de 475 a 1. Parece que aquí muchos camellos esperan entrar fácilmente por el ojo de una aguja.

La religión como fuente de violencia
Uno de los mayores desafíos afrontados por la civilización en el siglo XXI es que los seres humanos aprendan a hablar sobre sus intereses personales más profundos –sobre la ética, la experiencia espiritual y la inevitabilidad del sufrimiento humano– de un modo que no sea flagrantemente irracional. Nada obstaculiza más el camino de este proyecto que el respeto que concedemos a la fe religiosa. Doctrinas religiosas incompatibles han balcanizado nuestro mundo en comunidades morales separadas –cristianos, musulmanes, judíos, hindúes, etc.– y estos desacuerdos se han convertido en una fuente continua de conflicto humano. Ciertamente, la religión es hoy en día una fuente activa de violencia, tanto como lo fue en cualquier momento del pasado. Los conflictos recientes en Palestina (judíos contra musulmanes), los Balcanes (serbios ortodoxos contra croatas católicos; serbios ortodoxos contra musulmanes bosnios y albaneses), Irlanda del Norte (protestantes contra católicos), Cachemira (musulmanes contra hindúes), Sudán (musulmanes contra cristianos y animistas), Nigeria (musulmanes contra cristianos), Etiopía y Eritrea (musulmanes contra cristianos), Sri Lanka (budistas cingaleses contra hindúes tamiles), Indonesia (musulmanes contra cristianos timoreses), Irán e Irak (musulmanes chiítas contra musulmanes sunníes), y Cáucaso (rusos ortodoxos contra musulmanes chechenos; musulmanes azerbaijanos contra armenios católicos y ortodoxos) son simplemente algunos ejemplos. En estos lugares, la religión ha sido la causa explícita de literalmente millones de muertos en los últimos 10 años.
En un mundo dividido por la ignorancia, sólo el ateo se niega a rechazar lo evidente: la fe religiosa promueve la violencia humana a un nivel asombroso. La religión inspira la violencia en al menos dos sentidos: (1) a menudo las personas matan a otros seres humanos porque creen que el Creador del Universo quiere que así lo hagan (el corolario psicopático inevitable es que tal acto les asegurará una eternidad de felicidad después de la muerte). Los ejemplos de este tipo de comportamiento son prácticamente innumerables, siendo el más destacado el de los terroristas suicidas jihadistas. (2) Un número cada vez mayor de personas se encuentran inclinadas hacia el conflicto religioso, simplemente porque su religión constituye el corazón de sus identidades morales. Una de las patologías duraderas de la cultura humana es la tendencia a educar a los niños en el temor y a demonizar a otros seres humanos en base a la religión. Muchos conflictos religiosos que parecen motivados por intereses terrenales son, por lo tanto, de origen religioso. (Los irlandeses lo saben muy bien.)
A pesar de todos estos hechos innegables, los religiosos moderados tienden a imaginarse que el conflicto humano siempre puede reducirse a la carencia de educación, a la pobreza o a los agravios políticos. Ésta es una de las muchas ilusiones de la piedad liberal. Para disiparla, sólo tenemos que pensar en el hecho de que los secuestradores del 11-S eran universitarios de clase media-alta que no tenían ninguna historia conocida de opresión política. Sin embargo, habían pasado una cantidad de tiempo excesiva en su mezquita local, oyendo hablar de la depravación de los infieles y de los placeres que esperan a los mártires en el Paraíso. ¿Cuántos arquitectos e ingenieros aeronáuticos deberán volver a estrellarse contra una pared a 400 millas por hora, antes de que admitamos que la violencia jihadista no es un asunto de educación, política o pobreza? La verdad, bastante asombrosa, es la siguiente: una persona puede ser tan culta e instruída como para construir una bomba nuclear, y así y todo creer que obtendrá a 72 vírgenes en el Paraíso para toda la eternidad. Tal es la facilidad con que la mente humana puede ser alienada por la fe, y tal es el grado de acomodación de nuestro discurso intelectual a la ilusión religiosa. Sólo el ateo ha observado lo que ahora debería ser evidente para todo ser humano pensante: si queremos desarraigar las causas de la violencia religiosa debemos desarraigar las falsas certezas de la religión.

¿Por qué la religión es una fuente tan poderosa de violencia humana?

  • Nuestras religiones son intrínsecamente incompatibles entre sí. Jesús resucitó de entre los muertos y volverá a la Tierra como un superhéroe, o no; el Corán es la palabra infalible de Dios, o no lo es. Cada religión hace afirmaciones explícitas sobre cómo es el mundo, y la profusión abrumadora de estas afirmaciones incompatibles –que además son dogmas de fe obligatorios para todos los creyentes– crea una base duradera para el conflicto.
  • No hay ninguna otra esfera del discurso en la que los seres humanos articulen de manera tan clara sus diferencias mutuas, o en la que expresen estas diferencias en términos de recompensas y castigos eternos. La religión es la única realidad humana en la que el pensamiento nosotros-ellos alcanza una importancia trascendente. Si una persona cree realmente que llamar a Dios por su nombre correcto puede marcar la diferencia entre la felicidad eterna y el sufrimiento eterno, entonces se hace bastante razonable tratar con rudeza a los herejes e incrédulos. Hasta puede ser razonable matarlos. Si una persona piensa que hay algo que otra persona puede decirles a sus hijos que podría poner en peligro sus almas para toda la eternidad, entonces el vecino hereje es en realidad mucho más peligroso que el más sádico violador infantil. Los estigmas de nuestras diferencias religiosas son enormemente más pronunciados que los nacidos del mero tribalismo, del racismo o de la política.

La fe religiosa es un poderoso obstáculo al diálogo. La religión no es más que el área de nuestro discurso donde las personas se protegen sistemáticamente de la exigencia de aportar pruebas en defensa de sus creencias firmememente sostenidas. Así y todo, estas creencias de las personas a menudo determinan para qué viven, para qué morirán, y –demasiado a menudo– para qué matarán. Éste es un problema muy grave, porque cuando los estigmas diferenciales son muy pronunciados los seres humanos sólo encuentran una opción entre el diálogo y la violencia. Sólo una buena voluntad fundamental de ser razonable –de manera que nuestras creencias sobre el mundo sean revisadas por nuevas pruebas y nuevos argumentos– puede garantizar que sigamos hablando entre nosotros. La certeza sin pruebas es necesariamente divisoria y deshumanizadora. Aunque no existe ninguna garantía de que la gente racional siempre vaya a ponerse de acuerdo, indudablemente la gente irracional siempre estará dividida por sus dogmas. Parece sumamente improbable que podamos curar los desacuerdos existentes en nuestro mundo simplemente multiplicando las ocasiones para el diálogo interconfesional.
El objetivo de la civilización no puede ser la tolerancia mutua ni la irracionalidad manifiesta. Aunque todos los partidarios del discurso religioso liberal han acordado pasar de puntillas por aquellos puntos en los que sus visiones del mundo chocan frontalmente, estos mismos puntos seguirán siendo fuentes de conflicto perpetuo para sus correligionarios. La corrección política, por lo tanto, no ofrece una base duradera para la cooperación humana. Si la guerra religiosa debe hacerse inconcebible para nosotros, del mismo modo que ya lo son la esclavitud y el canibalismo, es absolutamente necesario prescindir de todos los dogmas de fe.
Cuando tenemos razones para creer lo que creemos, no tenemos ninguna necesidad de fe; cuando no tenemos ninguna razón, o sólo tenemos malas razones, hemos perdido nuestra conexión con el mundo y con los seres humanos. El ateísmo no es sino un compromiso con el nivel más básico de honestidad intelectual: las convicciones de una persona deberían ser proporcionales a sus pruebas. Pretender estar seguro de algo cuando no se está –en realidad, pretender estar seguro sobre proposiciones para las que ni siquiera es concebible prueba alguna– es un defecto tanto intelectual como moral. Sólo el ateo ha comprendido esto. El ateo es simplemente una persona que ha percibido la mentira de la religión y que ha rechazado convertirla en una mentira propia.

 

Diez mitos -y diez verdades- acerca del Ateísmo

Por: Sam Harris

LOS ANGELES TIMES – 24 DE DICIEMBRE DE 2006

Traducción de Ricardo Montanía 

Varias encuestas indican que el término “ateo” ha adquirido un extraordinario estigma en los Estados Unidos de tal forma que ser un ateo es ahora un perfecto impedimento para una carrera en la política ( entendida de tal manera en que ser Musulmán u homosexual no lo es). De acuerdo a una reciente encuesta de Newsweek, solo el 37% de los Americanos votarían para presidente a un ateo, que sea calificado en otros aspectos.

A menudo se imagina a los ateos como intolerantes, inmorales, deprimidos, ciegos a la belleza de la naturaleza y dogmáticamente cerrados a la evidencia de lo sobrenatural.

Aún John Locke, uno de los grandes patriarcas de la iluminación, creía que al ateísmo no se debería “tolerar del todo”, porque, decía él, “promesas, acuerdos y juramentos, que mantienen juntas las sociedades, podrían no ser mantenidas por los ateos”.

Eso fue 300 años atrás. Pero en los Estados Unidos hoy, algo parece haber cambiado. Un destacado 87% de la población  afirma “nunca haber dudado” de la existencia de Dios; unos pocos 10% se identifican a sí mismos como “ateos”- y su reputación parece ir en deterioro.

Como es sabido que los ateos suelen estar entre la gente más inteligente y científicamente formada en cualquier sociedad, parece ser importante desinflar los mitos que les impiden jugar un papel mayor en el discurso nacional.

  1. Los ateos creen que la vida no tiene sentido.

Por el contrario, la gente religiosa suele quejarse de que la vida no tiene sentido e imaginan que solo pueden ser redimidos por la promesa de felicidad eterna más allá de la tumba. Los ateos tienden a ser bastante seguros de que la vida es preciosa. A la vida se imbuye de significado viviéndola plenamente. Las relaciones con aquellos que amamos son significativas ahora, no necesitan ser eternas para eso. Los ateos tienden a encontrar este miedo como una insignificancia… bueno… sin significado.

  1. El ateísmo es responsable por los más grandes crímenes de la historia.

La gente de fe suele afirmar que los crímenes de Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot fueron el producto inevitable de la no creencia. El problema con el fascismo y el comunismo, sin embargo, no es que sean muy críticos de la religión; el problema es que son demasiado parecidos a la religión. Tales regimenes son intrínsecamente dogmáticos y generalmente hacen surgir cultos a la personalidad indistinguibles de los cultos a los héroes religiosos.

Auschwitz, el GULAG y los campos de la muerte no son ejemplos de lo que pasa cuando los humanos rechazan el dogma religioso; son ejemplos de los estragos que causan los dogmas políticos, raciales y nacionalistas.

No hay sociedades en la historia humana que han sufrido porque su pueblo se haya vuelto demasiado razonable.

  1. El ateísmo es dogmático.

Judíos, Cristianos y Musulmanes afirman que sus escrituras son tan proféticas de las necesidades humanas que solo pudieron haber sido escritas bajo la dirección de una deidad omnisciente.

Un ateo es simplemente una persona que ha considerado esta afirmación, leído las escrituras y encontrado las afirmaciones ridículas. No es necesario tener fe en algo, o ser de alguna manera dogmático para rechazar creencias religiosas injustificadas. Como el historiador Stephen Henry Roberts (1901- 1971) dijo en una ocasión: “ Te reto a que ambos somos ateos. Solamente que yo creo en un dios menos que tú. Cuando entiendas porque desestimaste los otros posibles dioses, entenderás porque desestimo al tuyo”.

  1. Los ateos creen que todo en el universo surgió por azar.

Nadie sabe porqué el universo existió. En efecto, no está enteramente claro que podamos hablar coherentemente acerca del “comienzo” o de la “creación” del universo, estas ideas invocan el concepto de tiempo y aquí hablamos del origen del espacio-tiempo en sí mismo.

La idea que los ateos creen que todo fue creado al azar es también utilizada regularmente como crítica a la evolución darwinista. Como explica Richard Dawkins en su maravilloso libro “El espejismo de Dios”, “esto representa una absoluta mala interpretación de la teoría evolucionista.” Aunque no sabemos precisamente como la química temprana de la tierra engendró la biología, sabemos que la diversidad y la complejidad que vemos en el mundo viviente no es un producto del mero azar. La evolución es una combinación de mutación aleatoria y selección natural. Darwin utilizó la frase “selección natural” por analogía con “selección artificial”, utilizada por los criadores de animales. En ambos casos,  la selección ejerce un efecto altamente no aleatorio en el desarrollo de cualquier especie.

  1. El ateísmo no tiene conexión con la ciencia.

Aunque es posible ser un científico y creer en Dios- como algunos científicos parecen decir- no hay dudas de que un involucramiento con el pensamiento científico tiende a erosionar antes que a apuntalar la fe religiosa. Si tomamos a USA como ejemplo: la mayoría de las encuestas hechas al público en general muestra un 90% de creencia en algún Dios personal; sin embargo el 93% de los miembros de la Academia Nacional de Ciencias no es creyente. Esto sugiere hay pocos modos de pensar menos adecuados a la fe religiosa que el pensamiento científico.

  1. Los ateos son arrogantes.

Cuando los científicos no saben algo- como porqué el universo empezó o como se formó la primera molécula auto-replicante – lo admiten. Pretender que se sabe cosas que en realidad no se saben implica una enorme negativa para la ciencia. Y sin embargo es la sangre que da vida de las religiones basadas en la fe. Una de las monumentales ironías del discurso religioso se ve en la frecuencia con que la gente de fe se auto alaban por su humildad, mientras afirman conocer hechos acerca de la cosmología, la química y la biología que ningún científico conoce. Cuando consideran cuestiones acerca de la naturaleza del cosmos y nuestro lugar en él, los ateos tienden a basar sus opiniones en la ciencia. Esto no es arrogancia; es honestidad intelectual.

  1. Los ateos son cerrados a la experiencia espiritual.

No hay nada que impida a un ateo experimentar el amor, el éxtasis, arrobamiento y sobrecogimiento; los ateos pueden dar valor a estas experiencias y buscarlas regularmente. Lo que los ateos no suelen hacer es hacer injustificadas (e injustificables) afirmaciones acerca de la realidad basados en esas experiencias. No hay dudas de que algunos Cristianos han transformado para mejor su vida leyendo la  Biblia y rezando a Jesús.

¿Qué prueba esto?

Prueba que ciertas disciplinas de atención y códigos de conducta pueden tener un profundo efecto en la mente humana. ¿Sugieren estas experiencias que Jesús es el único salvador de la humanidad? Ni remotamente- porque Hindúes, Budistas,  Musulmanes e incluso ateos tienen experiencias similares-.

No hay en efecto ningún Cristiano en la tierra que sepa si Jesús usaba barba más que si nació de una virgen o que si se levantó de entre los muertos. Estas simplemente no son la clase de cosas que una experiencia espiritual pueda autenticar.

  1. Los ateos creen que no hay nada más allá de la vida y el entendimiento humanos.

Los ateos son libres de admitir los límites del entendimiento humano de una manera en que los religiosos no pueden. Es obvio que no entendemos del todo el universo; pero es aún más obvio que ni la Biblia, ni el Corán reflejan un mejor entendimiento de él.

No sabemos si habrá vida compleja en algún otro lugar del cosmos, pero podría. Si la hubiera, tales seres podrían haber desarrollado un entendimiento de las leyes naturales que excedan vastamente a las nuestras. Los ateos pueden hacer esas suposiciones, incluso pueden admitir que si existieran brillantes extraterrestres, los contenidos de la Biblia y el Corán serían aun menos impresionantes que lo que son para los humanos ateos.

Desde el punto de vista ateo, las religiones del mundo trivializan completamente la belleza real de la inmensidad del universo. Nadie debe aceptar algo que no tenga suficiente evidencia para aceptar tal observación.

  1. Los ateos ignoran el hecho de que la religión es extremadamente beneficiosa para la sociedad.

Aquellos que enfatizan los buenos efectos de la religión parecen nunca percibir que tales efectos fallan en demostrar la verdad de cualquier doctrina religiosa. Es por eso que tenemos términos como “pensamiento deseoso” y  “auto-decepción”. Hay una profunda diferencia entre un espejismo consolador y la verdad.

En cualquier caso, los buenos efectos de la religión pueden ser discutidos. En la mayoría de los casos, parece que la religión da a la gente malas razones para comportarse bien, cuando hay buenas razones disponibles. Pregúntese a sí mismo, si qué cosa es más moral, ayudar a los pobres preocupados por su sufrimiento, o hacerlo así porque el creador del universo desea que lo haga, que lo recompensará por hacerlo o lo castigará si así no lo hiciere.

  1. El ateísmo no provee bases para la moralidad.

Si una persona aún no comprendió que la crueldad está mal, ciertamente no descubrirá eso leyendo la Biblia o el Corán—esos libros desbordan de crueldad humana y divina.

No obtenemos moralidad de la religión. Nosotros decidimos que es bueno en nuestros buenos libros recurriendo a las intuiciones morales que (en cierto nivel) están impresos en nosotros y que han sido refinados por miles de años de pensar acerca de las causas y posibilidades de la felicidad humana.

Hemos hecho un considerable progreso moral a través de los años y no lo hicimos leyendo la Biblia o el Corán más atentamente. Ambos libros condonan la práctica de la esclavitud— mientras todo humano civilizado reconoce que la esclavitud es una abominación. Cualquier cosa que sea buena en un escrito —como la regla dorada— puede ser valorada por su sabiduría ética sin que debamos creer que nos fue traída por el creador del universo.

Credo Ateo

Credo Ateo

Por: PZ Myers

Del blog Pharyngula, traducido por Ricardo Montanía

El Blog Pharyngula está descripto por su autor como “Evolución, desarrollo y eyaculaciones biológicas aleatorias de un ateo liberal”. 

Ateismo

Una de las razones por las cuales los ateos debemos ser enérgicos y firmes es que flotamos solos en un vasto mar de ignorancia.
El caso que nos ocupa es el de un artista que obviamente nunca conoció a un ateo
He aquí su descripción de la pintura de la derecha;

Estoy expresando mis sentimientos hacia la idea misma del Ateísmo. Casi tengo pena por aquellos que tienen tales creencias. No estoy diciendo que éstas sean erradas o correctas. Sólo digo que lo que creen es más deprimente que cualquier otra posibilidad.Así hice esta simple pintura, para expresar mis sentimientos por alguien que cree en nada.
Aquí vemos a una persona sentada en una habitación vacía, sin puertas ni ventanas. Lo que es más problemático es el hecho de que ésta persona desea estar ahí y no quiere abandonar su silla. Sólo, rechazado, y perdido en los recovecos del tiempo, sin nada a lo cual aferrarse o sostener como un símbolo de su propia identidad. Aquellos que buscan la nada como un premio deberían captar esto.
No creo que los ateos siquiera crean en el amor, lo que es la parte más triste.Si esta pintura lo ofende, recuerde que no está dirigida a usted. Incluso si es un ateo.

¿Los ateos no creen en el amor? ¿De dónde proviene este sinsentido?
Este tipo es un idiota que se sienta en solitario imaginando qué es lo que los ateos piensan y realiza su ridícula pintura basado en la idea que los ateos son solitarios nihilistas que no creen en nada. Conozco a muchos ateos y no, su descripción no es exacta
La pintura no me ofende, Solamente me enferma la petulante ignorancia de su creador. Se han hecho muchos comentarios, todos ellos han sido escondidos por el anfitrión….. lo cual nos dice quien ha tenido sus ojos fuertemente cerrados en este debate. Pienso que el autor necesita retitular su pintura como “Autorretrato”.
Este ateo, simplemente cree en todo lo que Es (lo cual es mucho) y no cree en lo que No Es ( cuya negación parece representar para algunos teístas una completa negación del universo…lo cual nos dice más acerca de sus elusivas mentalidades que de las nuestras).
Dado que el artista no entiende que creemos en algo (incluido el amor), aquí hay un corto y simple credo para los sindioses.

Un credo ateo

Creo en el tiempo,
la materia y la energía,
las cuales constituyen el mundo entero.

Creo en la razón, la evidencia y la mente humana,
las únicas herramientas que tenemos.
Ellas son el producto de fuerzas naturales
en un majestuoso pero impersonal universo
mayor y más rico que lo que podamos imaginar,
una fuente de interminables oportunidades de descubrimiento.

Creo en el poder de la duda.
No pido seguridades tranquilizadoras,
sino abarcar las preguntas
y poder enfrentar mis propias creencias.

Acepto la mortalidad humana.

Tenemos una sola vida;
breve y llena de conflictos,
con chispas de amor y comunión,
comprensión y exploración,
de belleza y creación de nueva vida,
de nuevo arte y nuevas ideas.

Me regocijo en esta vida que tengo
y en la grandeza del mundo que me ha precedido
y en una tierra que  persistirá después de mí.