La familia Keller del siglo XXI: Craig y Sandi aparecen sentados en el centro, con sus hijas Kristy Harden (izquierda) y Rachel (derecha). En la fila de atrás, de izquierda a derecha, aparecen Kim Werk, hermana de Craig; Dennis, su hermano, y Priscilla Keller Reynolds, su madre. (NYT)
por Gina Kolata para el New York Times
Domingo 30 julio de 2006
En 1862 Valentin Keller, se alistó en la unidad “Alemana” del Ejército de la Unión en Hamilton (Ohio). Tenía 26 años y era un hombre pequeño y esbelto que medía 1,62 metros y que acababa de nacionalizarse. Su ocupación era la de sastre.
Un año más tarde, Keller fue dispensado del servicio con honores, enfermo y quebrado. Tenía achaques en un pulmón y estaba tan lisiado a causa de la artritis de sus caderas que apenas podía caminar.
En los registros de su pensión se relata su sufrimiento: “Su reumatismo es tal que es incapaz de trabajar sin la ayuda de muletas y aún así, solo lo logra con grandes dolores”. Sus pulmones y sus articulaciones nunca mejoraron, y Keller no volvió a caminar.
Murió a la edad de 41 años a causa de la “hidropesía”, lo cual probablemente significa que sufrió un fallo cardíaco por obstrucción, una condición no asociada al período en que permaneció en la armada. Su viuda de 39 años de edad, Otilia, falleció un mes después que su esposo a causa de “agotamiento”, según figura en su certificado de defunción.
Se esperaba que la gente, en los tiempos de Valentin Keller, al igual que los que les precedieron, desarrollasen enfermedades crónicas cuando cumplían los 40 o 50. Los descendientes de Keller padecieron problemas pulmonares, cardíacos y de hígado. Murieron a los 50 o 60 y tantos años.
Sin embargo, ahora la vida ha cambiado, los miembros de la familia que nacieron durante el boom de natalidad de la década de 1950 o después, lo están haciendo bien.
“Me siento bien”, dice el tátara-tátara-tátara-nieto de Keller, Craig Keller. A los 45 años, el Sr. Keller afirma no tener problemas de salud, y lo mismo le ocurre a su esposa Sandy, de la misma edad.
La familia Keller ilustra lo que parece ser uno de los avances más espectaculares en la existencia humana – un cambio que partiendo de gente pequeña, relativamente débil y enfermiza, condujo a humanos que son tan grandes y robustos que sus propios antecesores parecen casi irreconocibles.
Nuevas investigaciones realizadas alrededor de todo el mundo han comenzado a revelar una fotografía de los humanos de hoy en día que difiere tanto de lo que fueron en el pasado, que los científicos dicen estar asustados. A lo largo del pasado siglo, comenta el investigador Robert W. Fogel, de la Universidad de Chicago, los humanos en el mundo industrializado han experimentado “una forma de evolución que es única, no solo para la humanidad, sino única entre las aproximadamente 7.000 generaciones de humanos que han habitado la Tierra desde siempre”.
La diferencia no tiene que ver con un cambio genético, tal y como lo conocemos, sino con cambios en la forma humana. Esto se demuestra en varias formas, que van desde aquellas bien conocidas y que casi se dan por supuestas, como el aumento en la altura media o en la esperanza de vida, hasta otras que emergen solo gracias a las comparaciones de los registros sanitarios.
La mayor sorpresa desprendida de los nuevos estudios es que muchos males crónicos, como las enfermedades cardíacas, las pulmonares o la artritis, aparecen una media de entre 10 a 25 años mas tarde de lo que lo solían hacer. También existen menos minusvalías entre las personas mayores de hoy en día, según un estudio federal que mide directamente su incidencia. Y todo esto no se debe solo al buen funcionamiento de ciertos tratamientos médicos como el de las cataratas. Simplemente los cuerpos humanos no se rompen en la forma en que antes lo hacían.
Incluso la mente humana parece haber mejorado. El cociente intelectual medio lleva incrementándose durante décadas. Y al menos un estudio descubrió que las opciones para que un individuo desarrolle demencia en la tercera edad, parecen haber disminuido durante los últimos años.
Las razones propuestas para explicar este fenómeno son tan inesperadas como los propios cambios. La mejora en el cuidado sanitario es solo parte de la explicación; los estudios sugieren que los efectos parecen haberse iniciado a causa de los eventos experimentados en las primeras fases de la vida, e incluso en el útero, y cuyos resultados comienzan a mostrarse en la madurez y senectud.
“Lo que nos sucede antes de cumplir los dos años, tiene un efecto duradero en nuestra salud, y eso incluye el envejecimiento”, comentó el Dr. David J. P. Barker, profesor de medicina en la Universidad de Ciencia y Salud de Oregón, en Pórtland, quien es además profesor de epidemiología en la Universidad de Southampton, en Inglaterra.
Cada suceso puede provocar otros. Por ejemplo, una menor incidencia de las enfermedades cardiovasculares puede implicar una menor demencia en edades avanzadas. La razón es que las enfermedades cardiovasculares pueden precipitar mini-infartos, que pueden causar demencia. Se sospecha además, que padecer estas enfermedades supone un factor de riesgo para el mal de Alzheimer.
Estos efectos no se dan solo en los Estados Unidos. Largos y cuidadosos estudios realizados en Finlandia, Gran Bretaña, Francia, Suecia y Holanda confirman que lo mismo sucede allí; y también comienza a suceder en los países en vías de desarrollo.
Por supuesto, en el pasado ha habido gente que vivió largos años y que tuvo una vida saludable, y en la actualidad hay personas cuyas vidas se ven pronto truncadas por las enfermedades, o que sufren durante años de males crónicos. Pero en conjunto y según los científicos, los cambios son enormes.
Incluso las diferencias más obvias sorprenden a los científicos, por la cuantía del cambio.
En 1900, el 13 por ciento de las personas que alcanzaban los 65 años, podían esperar cumplir los 85. Ahora, casi la mitad de las personas que tienen 65 años llegarán a vivir veinte años más.
Incluso el aspecto físico de las personas es diferente a día de hoy. Los hombres estadounidenses, por ejemplo, son casi 7,6 centímetros más altos que hace 100 años, y pesan 22,6 kilos más.
“Nos hemos transformado”, dice el Dr. Fogel.
¿Qué vendrá luego? se preguntan los científicos. La gente de mediana edad en la actualidad, es la primera generación que crece con vacunas infantiles y con antibióticos. Los primeros años para ellos han sido mucho mejores que para sus padres, quienes a su vez, disfrutaron de una infancia mejor que la de sus progenitores.
Y si la buena salud y la nutrición durante los primeros años de vida son factores importantes para determinar el nivel de salud durante la mediana y la tercera edad, entonces se presagia algo bueno para la gente de mediana edad de hoy en día. Los investigadores predicen que estas personas podrían vivir más tiempo y sufriendo menos dolores y miserias que ninguna otra generación anterior.
“¿Será la tercera edad de los representantes actuales del baby boom (nacidos en los 50) parecida a la tercera edad que creemos conocer a día de hoy?” Se pregunta el Dr. Barker. “La respuesta es no”.
Intentando cambiar un patrón
Craig Keller no sabe lo que le espera cuando sea anciano. Pero es optimista por naturaleza, y sabe que ya ha sobrepasado la esperanza de vida de su atribulado antecesor Valentin. Mide 1,75 metros, pesa 90,7 kilos y rebosa de exuberante salud.
Creció en Hamilton, la misma ciudad de la frontera de Kentucky donde vivió, trabajó y fue enterrado Valentin. Y aún vive allí, trabajando como alguacil en los juzgados, casado con Sandy, a quien conoció cuando cursaba el segundo grado. Ahora, tras 25 años de matrimonio, los Kellers tienen dos hijas criadas, un perro negro y juguetón y ninguna queja.
Craig y Sandy Keller disfrutaron de todas las ventajas de los norteamericanos de clase media de su generación: vacaciones escolares, abundancia de comida, antibióticos cuando enfermaban. Ahora, como desean mantenerse sanos, salen a caminar cada tarde, intentan comer bien y se apoyan en su fuerte fe, la cual según dicen, fortalece su salud. Y disfrutan la vida.
El Sr. Keller empuja el Chevrolet Malibú de su mujer por el camino de acceso a su pequeña e inmaculada casa, situada al borde de la acera de la calle. Es la misma casa en la que creció, él y su esposa se la compraron a sus padres hace 22 años. Mientras la Sra. Keller nos saca un aperitivo a base de queso de bola casero, galletas saladas, sándwiches, fruta y pastel de chocolate, el sr. Keller se maravilla al contemplar el contraste entre su confortable vida y la de sus antecesores.
Para él, la idea de caer enfermo al finalizar la década que va de los 20 a los 30, y no caminar jamás, es algo inimaginable. Su padre, Carl D. Keller, fumador durante toda su vida, desarrolló cáncer de próstata, luego enfisema y más tarde cáncer de pulmón, que finalmente acabó con él a los 65 años. El padre de su padre, Carl W. Keller, también fumador, murió de cáncer de esófago justo después de cumplir los 69. Su abuelo por parte materna murió de cirrosis hepática a los 55; su abuela murió a los 56 de cáncer de mama.
“Nunca superaron los 50 o 60 y tantos” comenta el señor Keller. “De modo que eso es algo que siempre está ahí, dentro de tu cabeza”. Se preocupa por sus pulmones, dado su historial familiar. Una vez tuvo neumonía y también tuvo bronquitis.
Pero Keller razona, es físicamente muy diferente a sus antecesores – nunca ha fumado y está mucho más sano y mejor alimentado – por lo que cree que superará este límite.
Y si el ejercicio es bueno para la salud, ciertamente los Keller se han ejercitado. El señor Keller nos muestra una estantería en su sótano en la que reposan todos sus trofeos atléticos. Los de la señora Keller son de batoneras, y los del señor Keller son de béisbol, baloncesto, sófbol y fútbol. Sus hijas, Raquel de 19 años y Kristy de 22, han sido animadoras.
La señora Keller dice que cuando tenía la edad de sus hijas “no pensaba demasiado en mi salud”.
“Pero más tarde, cuando cumplí 30 y me acercaba a los 40”, comentó, “empecé a pensar en ello. Intentas comer bien, hacer algo de ejercicio. Y ves a tus padres bregar con la enfermedad, por lo que te preguntas por ti mismo. A mi madre le hicieron un cuádruple bypass cuando cumplió los 75, y desde entonces tuvo que llevar marcapasos. Ahora tiene 80 años, pero te hace pensar”.
¿Qué causó la enfermedad cardiaca de su madre, razones genéticas o hábitos poco saludables? La señora Keller contesta por si misma. Su madre fumó durante más de una década, finalmente lo dejó con gran dificultad después de que la señora Keller naciera. “Dijo que el señor le ayudó a conseguirlo”, comenta la sra. Keller.
La señora Keller nunca ha fumado. Preocupada por las enfermedades del corazón controló sus niveles de colesterol hace unos pocos años, y tomó medicación para hacerlos descender. Camina durante la hora de la comida con las mujeres de su oficina, y después de cenar con su marido.
Su hija Rachel, pequeña y callada, de sonrisa rápida, también piensa en la historia médica de su familia. Se preocupa por las enfermedades coronarias y se preocupa también por las enfermedades pulmonares. Ya ha ido a comprobar su nivel de colesterol, y era normal. Y se asombra cuando ve a gente de su edad fumando.
“En el instituto ninguna de mis amigas fumaba”, comenta. “Cuando volvieron de su primer año en la universidad, todas ellas lo hacían”.
“Es dificil pensar en cómo envejecerás cuando eres joven”, añadió Rachel. “Pero cuando ves a miembros de tu familia – mi abuelo murió de cáncer de pulmón, mi otro abuelo también padeció cáncer. De modo que es algo que tengo en mente muy a menudo”.
Pero aún así, el futuro queda tan lejos que para ella es casi insondable. “Me pregunto cómo seremos cuando seamos viejos”, comenta divertida.
Vidas asoladas por la enfermedad
Los científicos suelen decir que la razón por la que la gente vive tanto hoy en día es porque la medicina les mantiene vivos, aunque debilitados. Pero estudios como el dirigido por el Dr. Fogel, en el que emplea los registros de los veteranos del ejército unionista, han hecho que muchos se replanteen esta noción.
El estudio involucra un muestreo al azar sobre 50.000 miembros de los veteranos del ejército de la Unión. El Dr. Fogel comparó aquellos hombres, la primera generación que alcanzó los 65 años en el siglo XX, con personas nacidas recientemente.
Los investigadores se centraron en las enfermedades comunes, que son diagnosticadas ahora en una forma realmente igual a como se hacía el pasado siglo. De modo que buscaron enfermedades como artritis, dolor de espalda y varias clases de enfermedades coronarias que pueden detectarse auscultando el corazón.
La primera sorpresa fue descubrir lo enferma que estaba la gente, y la duración de su mal.
En lugar de deducir el grado de salud, partiendo de las causas de fallecimiento que figuraban en los certificados de defunción, el Dr. Fogel y sus colegas buscaron el nivel de salud a lo largo de sus vidas. Emplearon el historial militar de cada regimiento en el que había servido cada uno de los veteranos, lo cual mostró quién estaba enfermo y durante cuanto tiempo; los censos manuscritos; los registros públicos de salud, los archivos de pensiones; los certificados médicos que mostraban los resultados de exámenes periódicos realizados a los pensionistas y los certificados de fallecimiento.
Descubrieron que casi todo el mundo en la generación de la guerra civil, se vio asolado por enfermedades debilitadoras, y que las sufrieron durante décadas. Y no hablamos de un subconjunto poco representativo de los hombres norteamericanos – el 65 por ciento de la población masculina con edades entre 18 y 25 años sirvió en el ejército de la Unión. “Presumiblemente pensaron que encajaban lo bastante como para servir en filas”, comentó el Dr. Fogel.
Hasta los adolescentes estaban enfermos. El 80 por ciento de la población masculina con edades comprendidas entre los 16 y los 19 años intentaron alistarse en el ejército de la Unión en 1861, pero uno de cada seis era rechazado por ser considerado no apto.
Y el ejército de la Unión no era muy melindroso. “La incontinencia urinaria no era motivo de rechazo”, comentó Dora Costa, economista del M.I.T. que trabaja con el Dr. Fogel, citando las regulaciones. Un hombre que era ciego de su ojo derecho fue deshabilitado del servicio porque ese era el ojo que se empleaba con el mosquete. Pero, la Dra. Costa añade, “ser ciego del ojo izquierdo no ocasionaba problemas”.
Después de que la guerra acabase, a medida que los veteranos entraban en la madurez, rara vez eran diagnosticados con enfermedades crónicas.
“En los archivos de pensiones existen descripciones de hernias tan grandes como uvas”, comenta la Dra. Costa. “Se las sostenían con bragueros. Estos chicos seguían trabajando aunque claramente debían sufrir grandes dolores. Simplemente tenían que arreglárselas”.
El ochenta por ciento sufrían enfermedades coronarias cuando cumplían los 60, en comparación a las cifras actuales, inferiores a un 50 por ciento. Entre los 65 y los 74 años, el 55 por ciento de los veteranos del ejército unionista tenían problemas de espalda. La cifra comparativa actual es del 35 por ciento.
La mejora constante en el nivel de salud de las generaciones recientes se muestra población tras población, país tras país. Pero estos hallazgos hacen surgir una cuestión fundamental, comentó la doctora Costa.
“La cuestión es, vale, existen estas diferencias, y si, son muy grandes, pero ¿por qué?” comentó ella.
“Esa es la pregunta del millón de dólares”, afirmó David M. Cutler, economista en temas de salud de Harvard. “Tal vez sea la pregunta del billón de dólares. Y nadie ha recibido una respuesta con la que todos estén de acuerdo”.
Conociendo el pasado
Don Hotchkiss, ingeniero civil en Las Vegas y descendiente de un veterano de la Guerra civil estadounidense, es un ávido revisionista de la guerra civil. En cuanto pudo, él y su hermano intentaron dormir en una réplica exacta de una de las viejas tiendas.
Era demasiado pequeña, comenta el señor Hotchkiss, que mide 1,82 metros. Su hermano, oficial de policía en Phoenix, es más delgado, pero mide 1,89 metros. Las tiendas estaban hechas para hombres con un tamaño estándar para aquel tiempo. “En los últimos 145 años nos hemos hinchado”, opina el señor Hotchkiss.
En una reunión reciente de Hijos de Veteranos Confederados, que tuvo lugar en Las Vegas, ocho fornidos hombres se encerraron en una sala de lectura de la biblioteca. Todos ellos habían experimentado el equivalente al problema de la tienda de la guerra civil.
“En las reuniones, todos los directores, que iban disfrazados de época, comentaron que los figurantes eran simplemente demasiado grandes”, comentó George McClendon, un fornido piloto aéreo retirado de 67 años.
El Sr. McClendon tiene razón. Los hombres que vivieron durante la época de la guerra civil medían una media de 1,69 metros y pesaban 66,7 Kilos. Eso, trasladado a masa corporal daría un índice de 23, bien dentro del rango denominado “normal”. Hoy en día, los hombres miden una media de 1,77 metros y pesan en torno a los 86,6 Kilos, lo cual les da un índice de masa corporal porcentual del 28,2 de sobrepeso, bordeando casi con la obesidad.
Estos cambios, junto a las grandes mejoras en la sanidad general y en la expectativa de vida en años recientes, intrigaron a la Dra. Costa. Las enfermedades crónicas comunes – problemas respiratorios, enfermedades relacionadas con las válvulas cardíacas, arteriosclerosis, y problemas en las articulaciones – han ido declinando en un porcentaje del 0,7 al año desde comienzos del siglo XX. Y cuando aparecen, lo hacen con menos virulencia y a edades más avanzadas.
Las razones que la Dra. Costa y otras personas están buscando, parecen tener mucho que ver con las condiciones en los primeros años de vida. Una pobre nutrición en este período de la infancia se asocia a una baja estatura y a la aparición de enfermedades de por vida, y hasta hace bien poco, la comida era cara en los Estados Unidos y en Europa.
El Dr. Fogel y la Dra. Costa observaron los datos de altura y el índice de masa corporal en los veteranos del ejército unionista, que tenían 65 años o más en 1910, y los compararon con los de los veteranos de la segunda guerra mundial, que tenían esa edad en la década de 1980. Los datos relativos al tamaño y al grado de salud les condujeron a una predicción: los veteranos de la segunda guerra mundial deberían haber padecido un 35% menos de enfermedades crónicas de lo que lo hicieron los veteranos unionistas. Eso, comentan ambos, fue exactamente lo que sucedió.
También descubrieron que las enfermedades infantiles dejan a las personas predispuestas a las enfermedades crónicas cuando se hacen mayores.
“Suponte que has sobrevivido al tifus y a la tuberculosis” comenta el Dr. Fogel. “¿Cómo afectará esto a tu envejecimiento?” Parece ser, comentó, que el número de enfermedades crónicas que padecerás cuando tengas 50 años será mucho mayor si perteneces a este grupo. “Estamos descubriendo algo”, dijo. “Hasta los porcentajes del cáncer eran mayores. ¡Dios mío! Nunca hubiéramos sospechado esto”.
Los hombres que padecían infecciones respiratorias o sarampión durante su niñez tendían a desarrollar enfermedades crónicas del pulmón unas décadas más tarde. La malaria, a menudo conducía a la artritis. Los hombres que habían sobrevivido a las fiebres reumáticas, desarrollaron más tarde enfermedades relacionadas con las válvulas cardíacas.
Y las ocupaciones estresantes añadían más carga al cuerpo.
Las personas trabajaban hasta que morían o hasta que estaban tan discapacitadas que no podían continuar. El Dr. Fogel añadió “En 1890, prácticamente todo el mundo moría trabajando, y si vivían lo bastante como para no morir en el tajo, la edad media de jubilación era de 85 años”. Ahora la media es de 62.
Hace un siglo, casi todo el mundo era granjero, jornalero o artesano y todos se veían expuestos constantemente al polvo y al humo, dice la Dra. Costa. “Creo que esto simplemente dejaba señales a largo plazo”.
Buscando respuestas
El Dr. Barker, de la Universidad de Ciencia y Salud de Oregón está intrigado por el rompecabezas de descubrir quién enfermó de qué enfermedad y cuándo.
“Por qué algunas personas contrajeron enfermedades cardíacas y sufrieron infartos y otras no?” se pregunta. “Está muy claro que las ideas actuales sobre los estilos de vida en la edad adulta solo explican parcialmente este fenómeno. Si lo prefieres, puedes decir que está en los genes y dejar de pensar en ello. O puedes decir ¿en qué momento durante su desarrollo se hicieron vulnerables? Una vez que hayas pensado esto, se abre ante ti un mundo completamente nuevo.
Es un mundo que obsesiona al doctor Barker. Los estudios con animales y los datos que él y otros han venido recopilando le han convencido de que la salud en la madurez viene determinada por la vida fetal y por los dos años que siguen al nacimiento.
Su trabajo ha sido controvertido. Algunos dicen que otros factores, como la pobreza, podrían ser realmente los responsables, pero el doctor Barker también ha conseguido imponerse sobre muchos científicos.
En un estudio, examinó los registros sanitarios de 8.760 personas nacidas en Helsinki desde 1933 a 1944. Aquellos cuyo peso natal estaba por debajo de aproximadamente 2,95 Kilos y que fueron delgados durante los dos primeros años de vida, con un índice de masa corporal de 17 o menor, padecieron más enfermedades cardíacas cuando fueron adultos.
En otro estudio, realizado sobre 15.000 hombres y mujeres suecos nacidos desde 1915 a 1929, descubrió lo mismo. Y lo mismo sucedió cuando estudió a los bebés nacidos de madres que se quedaron embarazadas durante la hambruna holandesa (conocida como el invierno del hambre) que tuvo lugar en la segunda guerra mundial.
Esa hambruna duró desde noviembre de 1944 hasta mayo de 1945. Las mujeres ingerían apenas entre 400 a 800 calorías al día, y una sexta parte de sus bebés murieron antes de nacer o poco después de ello. Pero aquellos que sobrevivieron parecían estar bien, comenta Tessa J. Roseboom, epidemióloga en la Universidad de Ámsterdam, que estudió a 2.254 personas nacidas en un hospital antes, durante y después de la hambruna. Incluso sus pesos al nacer eran normales.
Pero ahora, la doctora Roseboom está descubriendo que aquellos bebés, que están a punto de abandonar su edad madura, comienzan a adquirir enfermedades crónicas a un ritmo mucho mayor de lo normal. El porcentaje de enfermedades cardíacas en ellos casi triplica al de los niños nacidos antes o después de la hambruna. Sufren más diabetes y más enfermedades renales.
Esto no me sorprende, comenta el Dr. Barker. Gran parte del cuerpo humano se completa antes de nacer, explica, de modo que un bebé nacido de una mujer que se vio privada de comida durante el embarazo, o que estuvo enferma, iniciará su vida con una predisposición a enfermedades que no emergen hasta la edad madura.
Las personas de mediana edad nacidas durante la hambruna dicen también que no se sienten bien. El 10% califican su estado de salud como pobre, un porcentaje que dobla al 5% de los que así lo evalúan entre los nacidos antes o después de la hambruna.
“Les preguntamos si se sentían con salud”, comentó la Dra. Roseboom. “La respuesta a esta pregunta suele servir de predicción altamente efectiva a las tendencias de futura mortandad”.
Pero no todo el mundo estaba convencido de lo que se ha venido a llamar, hipótesis de Barker, la idea de que los sucesos en las primeras fases de la vida afectan la salud y al bienestar en la madurez y tercera edad. Douglas V. Almond, economista en la Universidad de Columbia estaba entre los que la desaprobaban.
El Dr. Almond encontraba un problema en los estudios. No se habían hecho sobre poblaciones aleatoreamente seleccionadas, comenta, lo cual hacía difícil conocer si existían otros factores que pudieron contribuir a efectos de salud. Almond deseaba encontrar pruebas rigurosas – una enfermedad o privación que afectase a todo el mundo, ricos y pobres, con estudios o no, y que después desapareciera. Entonces se dio cuenta de que había existido algo así, la gripe española de 1918.
La gripe pandémica llegó a los Estados Unidos en octubre de 1918 y se fue en enero de 1919, afectando a un tercio de las mujeres embarazadas en los Estados Unidos. ¿Qué les sucedió a esos niños? Se preguntó el Dr. Almond.
Almond comparó dos poblaciones: aquellos cuyas madres estaban embarazadas durante la pandemia de la gripe y aquellos cuyas madres quedaron embarazadas poco antes o poco después de la epidemia.
Para su asombro, el Dr. Almond encontró que los niños de las mujeres que estaban embarazadas durante la epidemia tuvieron más enfermedades, especialmente diabetes, para la cual, la incendia era un 20% mayor que la habitual a la edad de 61 años. También tuvieron más problemas de educación – tenían un índice de probabilidad de graduación en el instituto un 15% inferior. Los ingresos económicos de estos hombres eran entre un 5 y un 7% inferiores, y sus familias tenían más probabilidad de recibir asistencia pública.
Los efectos, dice el doctor Almond, se daban en blancos y en los que no lo eran, en ricos y en pobres, en hombres y mujeres. Se convenció a si mismo, añadió, de que algo había de cierto en la hipótesis de Barker.
Craig Keller espera tener razón. Observa lo duras que fueron las vidas de sus antepasados, incluso las de sus bisabuelos y abuelos, que trabajaron como pintores y se vieron expuestas al humo. Y, por supuesto, ahí está el pobre Valentin Keller, su antepasado de la guerra civil, con su salud arruinada a la edad de 30 años.
Hoy, el señor Keller dice sentirse fuerte y saludable, casi a pesar de si mismo. A él le encantaría pensarlo porque intenta vivir bien, pero no está seguro, especialmente cuando oye hablar de lo que han descubierto los doctores Barker y Fogel. Tal vez su gran fortuna sea haber nacido de una madre saludable, y haber sido vacunado y bien alimentado.
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