El Sermón Dominical

Por: Carl Sagan

DE “EL CEREBRO DE BROCA”

En la cuna de toda ciencia yacen teólogos extinguidos,
como las serpientes estranguladas junto a la cuna de Hércules.

T. H. HUXLEY (1860)

Hemos visto el círculo superior de la espiral de poderes.
Hemos llamado Dios a ese círculo.
Le hubiésemos podido dar cualquier otro nombre:Abismo, Misterio,
Oscuridad absoluta, Luz absoluta,Materia, Espíritu, Esperanza última, Silencio
.
NIKOS KAZANTZAKIS (1948)

En estos días suelo dar conferencias científicas ante audiencias populares. En algunas ocasiones me preguntan sobre la exploración planetaria y la naturaleza de los planetas; en otras, sobre el origen de la vida y la inteligencia en la Tierra; en otras todavía, sobre la búsqueda de vida en cualquier lugar; y otras veces, sobre la gran perspectiva cosmológica. Como esas conferencias ya las conozco por ser yo quien las doy, lo que más me interesa en ellas son las preguntas.
Las más habituales son relativas a objetos volantes no identificadosy a los astronautas en el principio de la historia, preguntas que en mi opinión son interrogantes religiosos disfrazados. Son igualmente habituales, especialmente después deuna conferencia en la que hablo de la evolución de la vida o de la inteligencia, las preguntasdel tipo:

«¿Cree usted en Dios?».

Como la palabra Dios significa cosas distintas para distintas personas, normalmente pregunto qué entiende mi interlocutor por «Dios».Sorprendentemente, la respuesta es a veces enigmática o inesperada: «¡Oh! Ya sabe Vd.,Dios.Todo el mundo sabe quien es Dios», o bien, «Pues una fuerza superior a nosotros yque existe en todos los puntos del universo». Hay muchas fuerzas de ese tipo, contesto.Una de ellas se llama gravedad, pero no es frecuente identificarla con Dios. Y no todo elmundo sabe a lo que se hace referencia al decir Dios. El concepto cubre una amplia gama de ideas. Alguna gente piensa en Dios imaginándose un hombre anciano, de grandes dimensiones, con una larga barba blanca. sentado en un trono en algún lugar ahí arriba en el cielo, llevando afanosamente la cuenta de la muerte de cada gorrión. Otros —porejemplo, Baruch Spinoza y Albert Einstein— consideraban que Dios es básicamente la suma total de las leyes físicas que describen al universo. No sé de ningún indicio de peso en favorde algún patriarca capaz de controlar el destino humano desde algún lugar privilegiado oculto en el cielo, pero sería estúpido negar la existencia de las leyes físicas. Creer o no creer en Dios depende en mucho de lo que se entienda por Dios.
A lo largo de la historia, ha habido posiblemente miles de religiones distintas. Hay tambiénuna piadosa creencia bien intencionada, según la cual todas son fundamentalmente idénticas. Desde el punto de vista de una resonancia psicológica subyacente, puede haber efectivamente importantes semejanzas en los núcleos de muchas religiones, pero en cuantoa los detalles de la liturgia y de la doctrina, y en las apologías consideradas autenticantes,la diversidad de las religiones organizadas resulta sorprendente. Las religiones humanasson mutuamente excluyentes en cuestiones tan fundamentales como: un dios o muchos, el origen del mal, la reencarnación, la idolatría, la magia y la brujería; el papel de la mujer,las proscripciones dietéticas, los ritos mortuorios, la liturgia del sacrificio, el acceso directo o indirecto a los dioses, la esclavitud, la intolerancia con otras religiones y la comunidad de seres a los que se debe una consideración ética especial.
Si despreciamos esas diferencias,no prestamos ningún servicio a la religión en general, ni a ninguna doctrina en particular.Creo que deberíamos comprender los puntos de vista de los que hacen las distintas religiones e intentar comprender que las necesidades humanas quedan colmadas con esas diferencias.
Bertrand Russell fue arrestado en una ocasión por protestar pacíficamente en ocasión del ingreso de Gran Bretaña en la Primera Guerra Mundial. El funcionario de la prisión preguntó a Russell cual era su religión, lo que era una pregunta rutinaria por aquel entonces en todoslos ingresos.
Russell respondió «Agnóstico» y tuvo que deletrearle la palabra. El funcionario sonrió afablemente, movió la cabeza y dijo: «Hay muchas religiones distintas, pero supongo que todos adoramos al mismo Dios». Russell comentó que esa observación le mantuvo alegre durante semanas.
Y no debía haber muchas cosas que lo alegraran en la cárcel,aunque consiguió escribir toda laIntroducción a la filosofía matemática y empezó a leer para su trabajo El análisis de la mente, todo ello dentro de sus limitaciones.
Muchas de las personas que me preguntan por mis creencias lo que en realidad quieren es confirmar si su sistema de creencias particular es coherente con el conocimiento científico moderno.
La religión ha salido dañada de su confrontación con la ciencia, y mucha gente —pero no todo el mundo— se muestra reacia a aceptar un cuerpo de creencias teológicas que entre en conflicto frontal con lo que conocemos.
Cuando el Apollo 8 cumplía la primera navegación tripulada alrededor de la Luna, en un gesto más o menos espontáneo losastronautas a bordo leyeron el primer versículo del Génesis en un intento, a mi criterio, de tranquilizar a los contribuyentes norteamericanos en cuanto a que no existía incoherencia entre las consideraciones religiosas tradicionales y un vuelo tripulado a la Luna.
Los musulmanes ortodoxos, por su parte, se sintieron ultrajados por los astronautas del Apollo11, ya que para el Islam la Luna posee un significado especial y sagrado. Después delprimer vuelo orbital de Yuri Gagarin, y en un contexto religioso muy distinto, Nikita Kruschev, presidente del Consejo de Ministros de la URSS, afirmó que Gagarin no había encontrado ni dioses ni ángeles allá arriba; es decir, Kruschev tranquilizó a su “feligresía”en el sentido de que el vuelo orbital tripulado no entraba en contradicción con suscreencias.En los 50 una revista técnica soviética llamada Vo-prosy Filosofii (Problemas de Filosofía) publicó un artículo que sostenía —muy poco convincentemente, a mi criterio— que el materialismo dialéctico exigía la existencia de vida en todos los planetas.
Algo más tarde, apareció una triste refutación oficial en la que se marcaban las distancias entre el materialismo dialéctico y la exobiología.

Una predicción clara en un área que está siendo estudiada a fondo permite que las doctrinas sean objeto de refutaciones. La situación en la que menos desea encontrarse una religión burocrática es la de la vulnerabilidad ante larefutación, es decir, que pueda llevarse a cabo una experiencia en la que la religión pueda tambalearse. Así, el hecho de que no se haya encontrado vida en la Luna no ha modificado en nada las bases del materialismo dialéctico. Las doctrinas que no hacen predicciones son menos consistentes que las que hacen predicciones correctas; éstas a su vez tienen más éxito que las doctrinas que hacen predicciones falsas.Pero no siempre. Una prominente religión norteamericana predicaba resueltamente que el mundo finalizaría en 1914. Ahora bien, 1914 ha llegado y se ha ido y, aun a pesar de que los acontecimientos de ese año fueron verdaderamente importantes, el mundo no parece haberse acabado. Son tres las respuestas que pueden ofrecer los seguidores de una religión organizada ante un fracaso profético tan notorio como ése. Podrían haber dicho: «¿Dijimos1914? Lo sentimos, queríamos decir 2014. Un pequeño error de cálculo; esperamos que no les haya causado ningún perjuicio». Pero no lo hicieron. Podrían haber dicho: «El mundo se habría acabado en 1914, pero rogamos tan intensamente e intercedimos tanto ante el Señor, que eso evitó el fin de la Tierra». Pero tampoco lo hicieron. En lugar de ello, hicieron algo más ingenioso. Anunciaron que el mundo se había acabado realmente en 1914 y que si los demás no nos habíamos dado cuenta, ese era nuestro problema.
Ante tamañas evasivasresulta sorprendente que esa religión tenga todavía adeptos, pero las religiones son duras de roer.
O bien no hacen ninguna propuesta que pueda refutarse, o bien revisan rápidamente la doctrina después de una refutación. El hecho de que las religiones sean tan descaradamente deshonestas, tan despreciativas de la inteligencia de sus adeptos y de que a pesar de ello todavía florezcan no dice nada bueno en favor del vigor mental de suscreyentes. Pero también pone de manifiesto, como si ello necesitase una demostración, que cerca del núcleo de la experiencia religiosa existe algo que se resiste a la racionalidad.

Andrew Dickson White fue la fuerza intelectual motora, el fundador y el primer presidente de la Universidad Cornell. Fue también uno de los autores de un libro extraordinario titulado The Warfare of Science with Theology in Christendom, que levantó un gran escándalo en la época de su publicación, hasta el punto de que el coautor solicitó que su nombre fuese omitido. White era un hombre de sólido sentimiento religioso.(*)
Pero escribió sobre lalarga y penosa historia de las erróneas posiciones que las religiones habían sostenido acerca de la naturaleza del mundo, y de cómo fueron perseguidos aquellos que investigaron y descubrieron que era distinta a los postulados doctrinales, y cómo sus ideas fueron suprimidas. El viejo Galileo fue amenazado por la jerarquía católica con ser torturado por elhecho de proclamar que la Tierra se movía. Spinoza fue excomulgado por la jerarquía judía. En realidad, difícilmente se encontrará alguna religión organizada, con un amplio cuerpo dedoctrina, que no se haya erigido en perseguidora, en algún momento, del delito deinvestigar abiertamente.
La misma devoción de Cornell por la investigación libre y no sectaria fue considerada tan objetable en el último cuarto del siglo xix que los sacerdotesrecomendaban a los graduados de la escuela secundaria que era preferible no recibireducación universitaria antes que matricularse en una institución tan impía. De hecho la capilla Sage fue construida para apaciguar a los píos, aunque es una satisfacción decir que,de vez en cuando, se han realizado serios esfuerzos en favor de un ecumenismo abierto..

–(*) White habría sido también el responsable de la ejemplar costumbre de no otorgar grados de doctor honoris causa por la Universidad de Cornell; le preocupaba un abuso potencial: la posibilidad de que esos grados honoríficos fuesen intercambiados por legados o donativos económicos. White era un hombre de convicciones éticas profundas y valientes.–

Muchas de las controversias descritas por White son discusiones sobre los orígenes. Se solía pensar que hasta el más trivial acontecimiento del mundo —la eclosión de una flor, por ejemplo— se debía a una microintervención directa de la Deidad. La flor era incapaz de abrirse por sí sola; Dios tenía que decir: «¡Eh, flor, ábrete!». Al aplicar esta idea a losasuntos del hombre, las consecuencias sociales han sido a menudo muy variables. Por un lado, pareciera indicar que no somos responsables de nuestras acciones. Si la representación teatral que es el mundo está producida y dirigida por un Dios omnipotente y omnisciente, ¿no puede deducirse acaso que cualquier mal que se produzca es una acciónde Dios? Me consta que esta idea resulta embarazosa para Occidente; los intentos por evitarla pretenden que lo que parece ser obra del demonio en realidad forma parte del PlanDivino, demasiado complejo para que podamos comprenderlo en toda su extensión; o que Dios prefirió ocultar su propia visión de la causalidad cuando se dispuso a hacer el mundo.
No hay nada totalmente imposible en esos intentos filosóficos de rescate, pero parecen tener un fuerte carácter de apuntalamiento de una estructura ontológica tambaleante.(*)
Además, la idea de una microintervención en los asuntos del mundo ha sido utilizada para prestar apoyo al statu quo social, político y económico. Por ejemplo, estaba la idea del«Derecho Divino de los Reyes», que fue teorizada por filósofos como Thomas Hobbes. Si alguien tenía pensamientos revolucionarios con respecto a Jorge III, por poner un ejemplo, entonces era condenado por los delitos religiosos de blasfemia e impiedad, así como porotros delitos políticos más vulgares, como la traición.-

(*)Los teólogos han hecho muchas afirmaciones sobre Dios en materias que hoy nos parecen, como poco, engañosas. Tomás de Aquino pretendía demostrar que Dios no puede crear otro Dios, o suicidarse, o fabricar un hombre sin alma, o incluso fabricar un triángulo cuyos ángulos interiores no sumen 180 grados. Pero Balyai y Lobachevsky fueron capacesde hacer esto último (sobre una superficie curva) en el siglo XIX y ni siquiera se acercaban a ser dioses. Curioso concepto éste, el de un Dios omnipotente con una larga lista de cosas que le está prohibido hacer por mandato de los teólogos…—

 

Hay muchos debates científicos legítimos relacionados con orígenes y finales.
¿Cuál es elorigen de la especie humana? ¿De dónde vienen las plantas y los animales? ¿Cómo surgió lavida? ¿Y la Tierra y los planetas, el Sol y las estrellas? ¿Tiene origen el Universo y, en esecaso, cuál? Y también una pregunta más fundamental y poco frecuente, de la que muchos son como son?
La idea de que es necesario un Dios (o varios) para producir esos  orígenes ha sido atacada en repetidas ocasiones en los últimos mil años. Gracias a nuestros conocimientos acerca del fototropismo y de las hormonas vegetales, podemos explicar hoy  la eclosión la flor sin recurrir a una microintervención divina. Lo mismo pasa con la causalidad en el origen de las cosas.
A medida que vamos comprendiendo mejor eluniverso, van quedando menos cosas para Dios. La visión que tenía Aristóteles de Dios era la de un ser capaz de producir el primer movimiento sin moverse, un roi faineant, un rey perezoso que crea primero el universo y se sienta luego para observar cómo van tejiéndose las intrincadas y entremezcladas cadenas de la causalidad a lo largo de los tiempos. Pero esa idea parece abstracta y alejada de la experiencia cotidiana.
Es un tanto perturbadora ya viva la vanidad humana.  Los seres humanos parecen tener una aversión natural hacia la progresión infinita de las causas, y ese desagrado es precisamente el fundamento de las demostraciones más famosas y más efectivas de la existencia de Dios, formuladas por Aristóteles y Tomas de Aquino. Pero esos pensadores vivieron mucho antes de que las series infinitas se convirtiesen en un lugar común de las matemáticas. Si en la Grecia del siglo v a. J.C. se hubiese inventado el cálculo diferencial e integral o la aritmética transfinita, y no hubiesensido desestimados posteriormente, la historia de la religión en Occidente hubiese podido sermuy distinta, o por lo menos no hubiera existido la pretensión de que la doctrina teológica puede demostrarse mediante argumentos racionales a quienes rechazan la revelación divina, como intentó Tomas de Aquino en su Summa Contra Gentiles.Cuando Newton explicó el movimiento de los planetas recurriendo a la teoría de la gravitación universal, dejó de necesitarse que los ángeles empujasen los planetas. CuandoPierre Simon, marqués de Laplace, propuso explicar el origen del sistema solar —aunque noel origen de la materia— también mediante leyes físicas, la necesidad de un dios para losorígenes de las cosas empezó a ser profundamente cuestionada.
Se cuenta que Laplace presentó una edición de su trabajo matemático Mecanique céleste a Napoleón, a bordo delbarco que a través del Mediterráneo los llevaba a Egipto en su famosa expedición de 1798.Unos días más tarde, siempre según la misma versión, Napoleón se quejó a Laplace de queen el texto no apareciese ninguna referencia a Dios.(*) La respuesta fue: «Señor, nonecesito esa hipótesis». La idea de que Dios es una hipótesis en lugar de una verdadevidente es una idea moderna en Occidente, aunque ya fue discutida seria y torcidamentepor los filósofos jónicos hace unos 2.400 años.–

(*)Resulta encantadora la idea de que Napoleón se pasase realmente unos cuantos días abordo repasando un texto de matemáticas avanzadas como Mecanique céleste. Seinteresaba verdaderamente por la ciencia e hizo un intento serio por conocer los últimosdescubrimientos (ver The Society of Arcueil: A view of French Science at the Time ofNapoleon I, de Maurice de Laplace; Crosland, Cambridge, Harvard University Press, 1967).Napoleón no tuvo la intención de leer toda la Mecanique céleste y escribió a Laplace en otraocasión: «Los primeros seis meses que pueda, los dedicaré a leerlo». Pero también hizo lasiguiente observación, con motivo de otro libro de Laplace: «Sus libros contribuyen a lagloria de la nación. El progreso y la perfección de las matemáticas están íntimamenteligados a la prosperidad del estado».

–Normalmente se cree que al menos el origen del universo necesita de un Dios, según laidea aristotélica.(*) Vale la pena detenemos un poco más sobre este punto.
En primer lugar, es perfectamente posible que el universo sea infinitamente viejo, eterno, y por tantono requiera ningún Creador. Esta idea concuerda con nuestros conocimientos cosmológicos actuales, los que permitirían un universo oscilante en el que los acontecimientos desde el Big Bang no serían sino la última encarnación de una serie infinita de creaciones y185destrucciones del universo. Pero, en segundo lugar, consideremos la idea de un universo creado de la nada por Dios. La pregunta que aparece inmediatamente (de hecho, muchoscríos de diez años piensan espontáneamente en ella antes de ser disuadidos por losmayores) es: ¿de dónde viene Dios?
Si la respuesta es que Dios es infinitamente viejo y haestado presente en cualquier época, no hemos resuelto nada. Con ello nos habremoslimitado a retrasar un poco más el afrontar el problema. Un universo infinitamente viejo yun Dios infinitamente viejo son, a mi entender, misterios igualmente profundos. No hayevidencia de que uno de ellos esté más solidamente establecido que el otro. Spinoza pudohaber dicho que las dos posibilidades no se diferencian en nada en absoluto.–

(*)Sin embargo, a partir de consideraciones astronómicas, Aristóteles dedujo que en eluniverso existían varias docenas de seres capaces de producir el primer movimiento sin necesidad de moverse. Esos argumentos de Aristóteles parecen tener consecuencias politeístas que algunos teólogos occidentales pueden considerar peligrosas.–

Cuando se trata de afrontar misterios tan profundos, considero prudente adoptar unaactitud humilde. La idea de que los científicos y los teólogos, con el bagaje actual de conocimientos,todavía raquítico, acerca de este cosmos tan amplio y aterrador, puedencomprender los orígenes del universo es casi tan absurda como la idea de que losastrónomos mesopotámicos de hace 3.000 años —en quienes se inspiraron los antiguosHebreos, durante la invasión babilónica, para explicar los acontecimientos cosmológicos enel primer capítulo del Génesis— hubiesen comprendido los orígenes del universo.Sencillamente no lo sabemos. El libro sagrado Hindú, el Rig Veda (x: 129) presenta una visión mucho más realista sobre este asunto:¿Quién sabe con certeza? ¿Quién puede declararlo aquí?¿Desde cuándo ha nacido, desde cuándo se produjo la creación?Los dioses son posteriores a la creación de este mundo;¿Quién puede saber entonces los orígenes del mundo? Nadie sabe desde cuando surgió lacreación;Ni si la hizo o no;Aquel que vigila desde lo alto de los cielos, Solo él sabe —o tal vez no lo sabe.Pero la época en la que vivimos es muy interesante. Algunas preguntas sobre los orígenes,incluso algunas preguntas relacionadas con el origen del universo, pueden llegar a teneruna comprobación experimental en las próximas décadas. No existe una posible respuestapara las grandes preguntas cosmológicas que no choque con la sensibilidad religiosa de losseres humanos. Pero existe la posibilidad de que las respuestas desconcierten a muchasreligiones doctrinales y burocráticas. La idea de una religión como cuerpo de doctrina,inmune a la critica y determinado para siempre por algunos de sus fundadores, es a micriterio la mejor receta para una larga desintegración de esa religión, especialmente en losúltimos tiempos. En cuestiones de orígenes y principios, la sensibilidad religiosa y lacientífica tienen objetivos muy parecidos. Los seres humanos somos de tal forma quedeseamos ardientemente conocer las respuestas a esas preguntas —a causa quizá delmisterio de nuestros propios orígenes individuales. Pero nuestros conocimientos científicosactuales, aún siendo limitados, son mucho más profundos que los de nuestros antecesoresbabilonios del año 1000 a. J.C. Las religiones que no muestran predisposición poracomodarse a los cambios, tanto científicos como sociales, están sentenciadas de muerte.Un cuerpo de creencias no puede ser vivo y consistente, vibrante y creciente, a menos deser sensible a las criticas más serias que Le puedan ser formuladas.La Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos contempla la diversidad dereligiones, pero no prohibe la crítica religiosa. De hecho, protege y alienta la critica186religiosa. Las religiones tienen que estar sujetas, por lo menos, al mismo grado deescepticismo que, por ejemplo, las opiniones sobre visitas de OVNIs o sobre el catastrofismo de Velikovsky. Creo aconsejable que sean las propias religiones las quefomenten el escepticismo sobre los puntales fundamentales de sus propias bases. No secuestiona que la religión proporcione alivio y ayuda, que sea un baluarte siempre presentepara las necesidades emocionales y que pueda tener un papel social extremadamente útil. Pero eso no significa en absoluto que la religión tenga que ser inmune a la comprobación, alescrutinio critico, al escepticismo. Resulta sorprendente el bajo nivel de discusión escépticade la religión que se da en el país que Tom Paine, el autor de The Age of Reason,contribuyo a fundar. Sostengo que los sistemas de creencias que no son capaces de aceptarla critica no merecen ser. Aquellos que son capaces de hacerlo posiblemente tengan en suinterior importantes parcelas de verdad.La religión solía proporcionar una visión, normalmente aceptada, de nuestro lugar en eluniverso. Ese ha sido, con toda seguridad, uno de los objetivos principales de los mitos ylas leyendas, de la filosofía y la religión, desde que han existido los seres humanos. Pero laconfrontación entre las distintas religiones y de la religión con la ciencia ha desgastado esospuntos de vista tradicionales, por lo menos en la mente de muchos.(*) La forma deencontrar nuestro lugar en el universo se consigue examinando el universo yexaminándonos a nosotros mismos —sin ideas preconcebidas, con la mente lo más abiertaque podamos. No podemos empezar totalmente de cero, ya que afrontamos el problemacon ciertas inclinaciones, debidas a nuestro origen hereditario y ambiental; pero, una vezcomprendidos esos prejuicios artificiales, ¿no es posible arrancar de la Naturaleza nuestrosconocimientos?

–(*)El tema no deja de tener su ironía. Agustín nació en África en el año 354 a. J.C. y en sujuventud fue maniqueo, un adepto de la visión dualista del universo según la cual el bien yel mal están en conflicto en términos de igualdad, visión que más tarde fue condenada porherética por la ortodoxia cristiana. La posibilidad de que el maniqueísmo no estuvieseacertado se le ocultó a Agustín cuando estudiaba astronomía. Descubrió que incluso lasfiguras principales de la fe no podían justificar sus misteriosas nociones astronómicas. La contradicción entre teología y ciencia en materia astronómica constituyó el impulso inicialque le condujo hacia el catolicismo, la religión de su madre, la misma religión que siglosmás tarde persiguió a científicos como Galileo por mejorar nuestros conocimientosastronómicos. Agustín se convirtió posteriormente en San Agustín, una de las principalesfiguras de la historia de la Iglesia católica y su madre se convirtió en Santa Mónica, enhonor de la cual recibió su nombre uno de los suburbios de Los Angeles. Bertrand Russell sepreguntó cuál hubiese sido el punto de vista de Agustín en cuanto al conflicto entreastronomía y teología si hubiese vivido en tiempos de Galileo.–

Los que propugnan religiones doctrinales —aquellas que priman un determinado cuerpo de creencias y que desprecian a los infieles— están amenazados por el valiente afán deadquirir conocimientos. Dicen que puede ser peligroso profundizar demasiado. Mucha gente ha heredado su religión al igual que el color de sus ojos: la consideran algo sobre lo que nohay que pensar con detenimiento y, en cualquier caso, algo que escapa a nuestro control.Pero aquellos que sienten en lo más profundo de su ser una serie de creencias, que han idoseleccionando, sin excesivos prejuicios, de entre los hechos y las alternativas, han desentirse atraídos por los interrogantes. El disgusto hacia las dudas relativas a nuestrascreencias es la señal de alerta del cuerpo: ahí se encuentra un bagaje doctrinal noexaminado y posiblemente peligroso.Christian Huygens escribió en 1670 un interesante libro en el que hacia una serie deespeculaciones atrevidas y premonitorias sobre la naturaleza de los demás planetas delsistema solar. Huygens era muy consciente de que muchos consideraban objetables susespeculaciones, así como sus observaciones astronómicas. «Pero tal vez dirán», pensabaHuygens, «que no nos corresponde a nosotros ser tan curiosos e inquisitivos en esas Cosasque el Supremo Creador parece haber conservado para su propio Conocimiento: Ya que alno haber deseado llevar más allá el Descubrimiento o Revelación de ellas, no parece sino187presunción investigar en aquello que ha considerado oportuno esconder. Pero hay que decira esos caballeros», proseguía atronadamente Huygens, «que es mucha su pretensión dedeterminar hasta que punto, y no más allá, debe caminar el Hombre en sus Búsquedas y lade imponer limites a la Actividad de los demás Hombres; como si conociesen los Limitesque Dios ha impuesto al Conocimiento; o como si los Hombres fuesen capaces de superaresos Limites. Si nuestros Antecesores hubiesen sido hasta ese punto escrupulosos, todavíaseriamos ignorantes de la Magnitud y la Figura de la Tierra, o de que existe un sitio llamadoAmérica.Si consideramos el universo como un todo, encontraremos algo sorprendente. En primerlugar, encontramos un universo que es excepcionalmente bello, construido de formaintrincada y sutil. Sobre si nuestra apreciación del universo se debe o no a que formamosparte de él —sobre si lo encontráramos bello, independientemente de como estuvieseconstituido el universo— no pretendo dar una respuesta. Pero no existe la menor duda deque la elegancia del universo es una de sus propiedades más notables. Al mismo tiempo, no puede cuestionarse que existen cataclismos y catástrofes que se repiten periódicamente enel universo y a la escala más temible. Se dan, por ejemplo, explosiones de quásares que posiblemente arrasen los núcleos de las galaxias. Parece probado que cada vez que explosiona un quásar, saltan por los aires más de un millón de mundos y que innumerables formas de vida, algunas de ellas inteligentes, quedan brutalmente destruidas. No es ese eluniverso tradicionalmente benigno de la religiosidad convencional de Occidente, construidopara el provecho de los seres vivos y, en particular, de los hombres. De hecho, las enormes dimensiones del universo —mas de cien mil millones de galaxias, cada una de las cuales contiene más de cien mil millones de estrellas— ponen de manifiesto la inconsecuencia de los acontecimientos humanos en el contexto cósmico. Vemos al mismo tiempo un universomuy bello y muy violento. Vemos un universo que no excluye al dios tradicional de Oriente u Occidente, pero que tampoco requiere uno.Creo intensamente que si existe un dios o algo por el estilo, nuestra curiosidad y nuestrainteligencia han de ser proporcionadas por ese dios. Seriamos desagradecidos para conesos dones (así como incapaces de emprender ese tipo de acción) si suprimiésemos nuestrapasión por explorar el universo y a nosotros mismos. Por otro lado, si ese dios tradicional no existe, nuestra curiosidad y nuestra inteligencia son las herramientas fundamentalespara procurarnos la supervivencia. En ambos casos la empresa del conocimiento es coherente tanto con la ciencia como con la religión y resulta esencial para el bienestar de la especie humana.