Embaucados por las fantasías de las hadas
Por: Richard Dawkins
Extraído de “Destejiendo el Arcoíris”
La credulidad es la debilidad del hombre, pero es la fuerza del niño.
Charles Lamb, Essays of Elia [Ensayos de Elia] (1823)
Tenemos apetito de maravillas, un apetito poético que la auténtica ciencia debiera alimentar, pero que está siendo secuestrado, con frecuencia por el afán de lucro, por los proveedores de la superstición, lo paranormal y la astrología.
Frases resonantes del estilo de «la cuarta casa de la era de Acuario», o «Neptuno retrocedió y se desplazó a Sagitario» excitan falsas ideas románticas que, para los ingenuos e impresionables, son apenas distinguibles de la auténtica poesía científica, de la que son buenas muestras frases como,
«El universo es generoso más allá de lo imaginable», de Sombras de antepasados olvidados, de Carl Sagan y Ann Druyan (1992) o, del mismo libro (después de describir de qué manera el sistema solar se condensó a partir de un disco en rotación),«El disco se agita repleto de posibles futuros».
En otro libro, Carl Sagan señalaba:
¿Cómo es que apenas ninguna de las principales religiones ha considerado la ciencia y ha llegado a la siguiente conclusión: «¡Esto es mejor de lo que pensábamos! El universo es mucho mayor de lo que dijeron nuestros profetas, más grandioso, más sutil, más elegante»? En vez de eso dicen: «¡No, no, no! Mi dios es un dios pequeño, y quiero que siga siéndolo». Una religión, vieja o nueva, que resaltara la magnificencia del universo tal como la revela la ciencia moderna podría ser capaz de movilizar reservas de reverencia y admiración que las confesiones convencionales apenas han explotado.
Un punto azul pálido (1995)
La decadencia de las religiones occidentales tradicionales ha creado un vacío que parece estar siendo ocupado no por la ciencia, con su visión más clarividente y grandiosa del cosmos, sino por lo paranormal y la astrología. Cabía esperar que, a finales del siglo xx, el más fecundo de todos desde el punto de vista científico, la ciencia se hubiera incorporado a nuestra cultura y nuestro sentido estético se hubiera ampliado para ir al encuentro de su poesía.
Sin revivir el pesimismo de C.P. Snow en los años cincuenta, veo con disgusto que, a las puertas del fin de siglo, estas esperanzas no se han materializado. Los libros de astrología se venden más que los de astronomía. La televisión allana el camino a magos de segunda categoría que se hacen pasar por médiums y clarividentes. Este capítulo intenta explicar la superstición y la credulidad, así como la facilidad con que pueden explotarse. A continuación,el capítulo 7 aboga por el simple pensamiento estadístico como antídoto para la enfermedad paranormal.
Empecemos por la astrología.
El 27 de diciembre de 1997, uno de los periódicos británicos de mayor circulación, el Daily Mail, dedicaba su principal noticia de portada a la astrología, con el siguiente titular a toda plana: «1998: El alba de Acuario».
Uno casi se siente agradecido cuando el artículo prosigue admitiendo que el cometa Hale Bopp no fue la causa directa de la muerte de la princesa Diana. El astrólogo del periódico, muy bien pagado por cierto, nos dice que «el poderoso y lento Neptuno» está a punto de unir sus «fuerzas» con el igualmente poderoso Urano a medida que se desplaza hacia Acuario. Esto tendrá consecuencias espectaculares:… el Sol se elevará. Y el cometa ha venido a recordarnos que este Sol no es un sol físico, sino un sol espiritual, psíquico, interior. Por lo tanto, no tiene por qué obedecer a la ley de la gravedad. Puede elevarse sobre el horizonte de forma más célere si suficiente gente se levanta para darle la bienvenida y animarlo. Y puede disipar la oscuridad en el momento en que aparece.
¿Cómo puede la gente encontrar atractivas estas simplezas, especialmentecuando se las compara con el universo real revelado por la astronomía?
En una noche sin luna, cuando «las estrellas parecen muy frías en el cielo», y las únicas nubes visibles son las manchas relucientes de la Vía Láctea, vayámonos a un lugar alejado de la contaminación lumínica de las calles, tendámonos sobre la hierba y contemplemos el cielo. Superficialmente se aprecian constelaciones, pero la pauta de una constelación apenas tiene más significado que una mancha de humedad en el techo del cuarto de baño. Adviértase, en consecuencia, el escaso contenido de frases como «Neptuno se desplaza hacia Acuario». Acuarioes un conjunto heterogéneo de estrellas, todas ellas a distancias variables de nosotros y desconectadas entre sí, excepción hecha de que constituyen un dibujo (sin sentido) cuando se las contempla desde cierto lugar (no particularmente especial) de la galaxia (aquí).
Una constelación no es una entidad en absoluto y, por lo tanto, no es la clase de cosa hacia la que Neptuno, o lo que sea, puede decirse con propiedad que «se desplaza».Además, el trazado de una constelación es efímero. Hace un millón de años, nuestros antepasados Homo erectas miraban con curiosidad durante la noche (entonces no había contaminación lumínica, a menos que procediera de la brillante innovación de aquella especie, el fuego de campamento) a un conjunto de constelaciones muy distintas. Dentro de un millón de años, nuestros descendientes verán otras formas en el cielo, y ya sabemos exactamente qué aspecto tendrán.
Este es el tipo de predicción detallada que los astrónomos, pero no los astrólogos, pueden hacer. Y, a diferencia de las predicciones astrológicas, será correcta.Debido a la velocidad finita de la luz, cuando miramos la nebulosa de Andrómeda la estamos viendo tal como era hace 2,3 millones de años, cuando Australopithecus cazaba al acecho en pleno veldt, la antigua sabana del África austral. Estamos mirando al pasado. Si desplazamos nuestros ojos unos pocos grados para contemplar la estrella brillante más cercana de la constelación de Andrómeda, Mirach, la estaremos viendo tal como era cuando quebró Wall Street. El Sol está a sólo ocho minutos en el pasado. Pero si apuntamos un gran telescopio a la galaxia del Sombrero estaremos contemplando un billón de soles tal como eran cuando nuestros antepasados rabudos atisbaban tímidamentea través del dosel arbóreo y la India colisionaba con Asia creando la cordillera del Himalaya. Una colisión a mayor escala entre dos galaxias en el Quinteto de Stephan se nos muestra tal como era en una época en la que en la Tierra alboreaban los dinosaurios y los trilobites acababan de desaparecer.
Nómbrese cualquier acontecimiento histórico y encontraremos una estrella cuya luz nos proporcione un vislumbre de algo que ocurrió durante aquel año. A menos que uno sea un niño muy pequeño, en algún lugar del cielo nocturno uno puede encontrar su estrella natal personal. Su luz es un resplandor termonuclear que proclama el año de nuestro nacimiento. En realidad, podemos encontrar unas cuantas de tales estrellas(unas 40 si uno tiene 40 años; unas 70 si uno tiene 50; unas 175 si uno tiene 80 años de edad). Cuando observamos una de las estrellas de nuestro año de nacimiento, nuestro telescopio es una máquina del tiempo que nos permite contemplar acontecimientos termonucleares que tuvieron lugar en el año en que nacimos. Una fatuidad agradable, pero eso es todo. Nuestra estrella de nacimiento no se dignará decirnos nada acerca de nuestra personalidad, nuestro futuro o nuestras compatibilidades sexuales.
Las estrellas tienen órdenes del día mayores, en los que no figuran las insignificantes preocupaciones humanas.Obviamente, nuestra estrella de nacimiento sólo es nuestra durante este año. El año próximo deberemos mirar hacia la superficie de una esfera mayor situada a un año luz más de distancia. Piénsese en esta esfera en expansión como un radio de buenas noticias, la noticia de nuestro nacimiento que se emite constantemente hacia el exterior. En el universo einsteniano en el que la mayoría de científicos cree hoy que vivimos, no hay nada en principio que pueda viajar más deprisa que la luz. De modo que, si el lector tiene 50 años de edad, dispone de una burbuja personal de noticias con un radio de 50 años luz. Dentro de esta esfera (que contiene algo más de mil estrellas) es en principio posible(aunque evidentemente no en la práctica) que se hayan infiltrado las noticias de su existencia. Fuera de esta esfera el lector no existe en un sentido einsteniano. Las personas mayores tienen esferas de existenciamás grandes que las más jóvenes, pero no hay nadie cuya existencia se extienda más allá de una minúscula fracción del universo.
El nacimiento de Jesucristo nos puede parecer un acontecimiento antiguo y trascendental, ahora que llegamos a su segundo milenario. Pero la noticia es tan reciente a esta escala que, incluso en las circunstancias más ideales, en principio sólo podría haber sido proclamada a menos de la mitad de una cienbillonésima de las estrellas del universo.
Muchas de las estrellas que vemos, si no todas, estarán orbitadas por planetas.La cifra es tan enorme que es probable que muchos de ellos alberguenformas de vida, algunas de las cuales habrán desarrollado inteligencia y tecnología. Pero las distancias y los tiempos que nos separan son tan grandes que miles de formas de vida podrían evolucionar de manera independiente y extinguirse sin que fuera posible para ninguna de ellas saber de la existencia de ninguna otra.Para calcular el número de estrellas natales he supuesto que la separación media entre estrellas es de unos 7,6 años luz de distancia. Esto es aproximadamente lo que ocurre en nuestra región local de la Vía Láctea.Parece una densidad asombrosamente baja (unos 440 años luz cúbicos por estrella), pero en realidad es alta en comparación con la densidad de estrellas en el universo en su conjunto, donde el espacio entre galaxias está vacío. Isaac Asimov tiene una ilustración espectacular: es como si toda la materia del universo fuera un único grano de arena situado en el centro de una habitación vacía de 35 kilómetros de longitud, 35 de anchura y 35 de altura. Pero, al mismo tiempo, es como si este único grano de arena estuviera pulverizado en mil millones de millones de millones de fragmentos, porque éste es aproximadamente el número de estrellas que hay en el universo.
Éstos son algunos de los datos desapasionadosde la astronomía, y puede verse que son hermosos.La astrología, en comparación, es un insulto estético. Sus escarceos precopernicanos degradan y rebajan la astronomía, como cuando se utilizaa Beethoven para estribillos comerciales. También es una afrenta para la ciencia de la psicología y para la riqueza de la personalidad humana.Estoy hablando de la manera frivola y potencialmente perjudicial que tienen los astrólogos de dividir a las personas en 12 categorías. Los escorpio son tipos alegres y comunicativos, mientras que los leo, con sus personalidades metódicas, compaginan bien con los libra (o lo que quiera que sea). Mi mujer, Lalla Ward, recuerda una ocasión en la que una joven actriz norteamericana se acercó al director de la película en la que ambas trabajaban y le espetó: «¡Caramba!, señor Preminger, ¿de qué signo es usted?», para recibir el siguiente desaire inmortal, en un fuerte acento austríaco: «Soy del signo “no molestar-“».’
1. En inglés, sign admite varios significados, entre ellos «signo» (del zodíaco, en este caso) y «letrero o rótulo» (como el que se coloca en la puerta de la habitación de un hotel, en el ejemplo). (N. del T.)
La personalidad es un fenómeno real, y los psicólogos han desarrollado con cierto éxito modelos matemáticos para manejar su variación en muchas dimensiones. El número inicialmente grande de dimensiones puede reducirse matemáticamente, con una pérdida medible de poder predictivo. Este número menor de dimensiones derivadas corresponde a veces a las dimensiones que intuitivamente pensamos que reconocemos (agresividad, obstinación, afectuosidad, etcétera).
Resumir la personalidad de un individuo como un punto en un espacio multidimensional es una aproximación útil cuyas limitaciones pueden establecerse. Hay una gran diferencia entre esto y cualquier categoriza-ción mutuamente exclusiva, y más todavía la ridicula ficción de los 12 cubos de basura de la astrología de los periódicos. Se basa en datos genuinamente relevantes acerca de las personas, no en sus fechas de nacimiento. La escala multidimensional del psicólogo puede ser útil para decidir si una persona es adecuada para una determinada carrera, o si los miembros de una pareja de prometidos lo son el uno para el otro. Las 12 casillas del astrólogo son, en el mejor de los casos, una distracción costosa e irrelevante.Además, contrastan extrañamente con nuestros fuertes tabúes y leyes actuales contra la discriminación. Se inculca a los lectores de periódicos a verse a sí mismos, y a sus amigos y colegas, como escorpio o libra, o cualquier otro de los 12 «signos» míticos. Si se piensa en ello un momento, ¿no se trata de una forma de etiquetaje discriminador como los estereotipos culturales que muchos de nosotros encontramos hoy censurables?
Puedo imaginar una pieza corta de los Monty Python en la que un periódico publica una columna diaria con algo así:
Alemanes: Forma parte de tu naturaleza ser trabajador y metódico, lo que hoy te será útil en tu trabajo. En tus relaciones personales, en especialesta noche, tendrás que refrenar tu tendencia natural a obedecer órdenes.
Españoles: Tu caliente sangre latina puede conseguir lo mejor de ti, de modo que guárdate de hacer algo que puedas lamentar. Y mantente apartado del ajo a la hora de comer si tienes aspiraciones románticas para la noche.
Chinos: La inescrutabilidad tiene muchas ventajas, pero hoy puede ser tu ruina…
Ingleses: Tu obstinación puede servirte bien en los tratos comerciales, pero intenta relajarte y dejarte ir en tu vida social.
Y así sucesivamente a lo largo de 12 estereotipos nacionales. Sin duda las columnas de astrología son menos ofensivas, pero debemos preguntarnos dónde residen exactamente las diferencias. Ambas son culpables de discriminación fácil, al dividir a los seres humanos en grupos mutuamente excluyentes sin ninguna base. Aun en el caso de que hubiera indicios de algunos leves efectos estadísticos, ambos tipos de discriminación alientan el trato prejuicioso a las personas, al considerarlas como tipos y no como individuos. Ya se pueden ver anuncios en las columnas de corazones solitarios que incluyen frases tales como «Escorpios abstenerse» o «No hace falta que los tauro escriban». Desde luego, esto no es tan malo como los infames carteles que pregonaban«Negros no» o «Irlandeses no», porque el prejuicio astrológico no se ejerce de manera consistente sobre algunos signos zodiacales más que otros, pero el principio de creación y discriminación de estereotipos(en oposición a aceptar a las personas como individuos) persiste.
Puede que incluso haya tristes consecuencias humanas. El objetivo básico de anunciarse en las columnas de contactos es aumentar la superficiede captación de compañeros sexuales (y es cierto que el círculode los compañeros de trabajo y los amigos de los amigos suele ser escaso y necesita enriquecerse). A las personas solitarias, cuya vida podría verse transformada por una amistad compatible y largo tiempo deseada, se las anima a desechar, de manera injustificable y sin sentido, hasta once doceavas partes de la población disponible. Hay personas vulnerables ahí fuera, y debieran ser dignas de compasión, no objetode engaño deliberado.
Según una anécdota apócrifa, hace algunos años un ganapán de un periódico que, tras sacar la pajita más corta, tuvo que redactar los consejos astrológicos del día, alivió su aburrimiento escribiendo bajo un signo zodiacal las siguientes líneas siniestras: «Todas las penas del año pasado son nimiedades en comparación con las que hoy caerán sobreti». Fue despedido después de que la centralita del periódico quedara bloqueada por las llamadas de lectores presa del pánico, testimonio patéticode la candida confianza que la gente puede depositar en la astro-logia.
Además de la legislación contra la discriminación, tenemos leyes destinadas a protegernos de los fabricantes que hacen falsas afirmaciones acerca de sus productos. La ley no se invoca en defensa de la simple verdad acerca del mundo natural. Si así fuera, los astrólogos proporcionarían el mejor caso de prueba que pueda desearse. Afirman que pueden predecir el futuro y adivinar las flaquezas personales, y son pagados por ello, así como por su asesoramiento profesional a individuos en ocasión de decisiones importantes. Un fabricante de productos farmacéuticos que pusiera en el mercado una pildora anticonceptiva que no tuviera el menor efecto demostrable sobre la fertilidad sería procesado de acuerdo con la leyes de comercio y demandado por las dientas que quedaran embarazadas. De nuevo, aunque parezca una reacción excesiva, realmente no puedo entender por qué los astrólogos profesionales no son arrestados por fraude e incitación a la discriminación.
El Daily Telegraph del 18 de noviembre de 1997 informaba de que un supuesto exorcista, que había persuadido a una crédula joven para que tuviera relaciones sexuales con él so pretexto de expulsar espíritus malignos del cuerpo de la chica, había sido encarcelado para cumplir 18 meses de condena.
El hombre había enseñado a la joven algunos libros de quiromancia y magia, y después le dijo que estaba «aojada: alguien le había echado mala suerte». Con el fin de exorcizarla, le explicó,tenía que ungirla completamente con aceites especiales. Ella consintió en quitarse toda la ropa con este propósito. Finalmente, la convenció de que debía copular con él «para liberarla de los espíritus». Ahora bien, me parece que la sociedad no debería practicar este doble juego. Si es correcto encarcelar a este hombre por aprovecharse de una joven crédula (mayor de edad), ¿por qué no enjuiciamos de la misma manera a los astrólogos que aceptan dinero de personas igualmente crédulas, o a los adivinadores «psíquicos» que timan a compañías petroleras para que paguen, con el dinero de los accionistas, caras «consultas» sobre dónde perforar?
Por el contrario, si se afirma que los necios deberían ser libres de dar su dinero a un charlatán si así lo desean, ¿por qué razón el «exorcista» sexual no podría aducir una defensa parecida, invocando la libertad de la joven de ofrecer su cuerpo en aras de una ceremonia ritual en la cual tenía una fe genuina en aquel momento?
No existe mecanismo físico conocido por el que la posición de cuerpos celestes distantes en el momento de nuestro nacimiento pueda ejercer influencia causal alguna sobre nuestra naturaleza o nuestro destino.Esto no descarta la posibilidad de alguna influencia física desconocida.Pero sólo tenemos que preocuparnos por ella si alguien puede aportar algún indicio de que los movimientos de los planetas contra el telón de fondo de las constelaciones tiene realmente una mínima influencia sobre los asuntos humanos. Ningún indicio de este tipo ha resistido nunca una investigación adecuada. La inmensa mayoría de estudios científicos de la astrología no ha producido ningún resultado positivo.
Unos (muy) pocos estudios han sugerido (débilmente) una correlación estadística entre el «signo» del zodíaco y el carácter. Estos pocos resultados positivos resultaron tener una interesante explicación. Muchas personas son tan versadas en el saber popular de los signos zodiacales que saben qué rasgos se esperan de ellas. Esto hace que tengan cierta tendencia a vivir de acuerdo con estas expectativas… no muy marcada, pero lo bastante para producir los ligerísimos efectos estadísticos observados.Una prueba mínima que cualquier método de diagnóstico o adivinación respetable debería pasar es la defiabilidad. No se trata de ver si el método realmente funciona, sino de confrontar a distintos profesionalescon la misma evidencia (o dos veces al mismo profesional con la misma evidencia) para ver si están de acuerdo. Aunque no creo que la astrología funcione, habría esperado notas altas de fiabilidad en este sentido de coherencia intrínseca. Después de todo, es presumible que los distintos astrólogos tengan acceso a los mismos libros. Incluso si sus veredictos son erróneos, uno podría pensar que sus métodos son lo bastante sistemáticos para, al menos, producir los mismos veredictos erróneos.
Pero, ¡ay!, como ha demostrado un estudio de G. Dean y otros, ni siquiera alcanzan este hito mínimo y fácil. A modo de comparación,cuando diferentes evaluadores juzgaron a personas de acuerdo con entrevistas estructuradas, el coeficiente de correlación fue superior a 0,8 (un coeficiente de correlación de 1,0 representa la concordancia perfecta, uno de -1,0 la disconformidad absoluta, y uno de 0,0 la alea-toriedad completa, o falta de asociación; 0,8 está muy bien). Frente a esto, en el mismo estudio, el coeficiente de fíabilidad para la astrología fue un mísero 0,1, comparable a la cifra para la quiromancia (0,11), lo que indica una aleatoriedad casi total. Por equivocados que estén los astrólogos, uno pensaría que representarían su papel al unísono, al menos para ser consistentes.Parece ser que no es así. Los análisis de la grafología (el análisis de la caligrafía) y de Rorschach (manchas de tinta) no son mucho mejores.El puesto de astrólogo requiere tan poco aprendizaje o experiencia que con frecuencia se adjudica a un periodista novato que disponga de tiempo. El periodista Jan Moir cuenta en el Guardian del 6 de octubre de 1994 que «El primer trabajo que tuve en el periodismo fue redactar horóscopos para un grupo de revistas femeninas. Era el trabajo de despacho que le tocaba hacer siempre a los recién llegados, porque era tan estúpido y fácil que hasta un novato como yo podía hacerlo». También el prestidigitador y racionalista James Randi ocupó en su juventud un puesto de astrólogo en un periódico de Montreal, bajo el seudónimo de Zo-ran. El procedimiento de Randi consistía en hacerse con revistas de astrología viejas, recortar sus previsiones, mezclarlas en un sombrero, pegarlas al azar en los 12 «signos» y después publicarlas como sus propias «predicciones».
Randi describe la conversación que oyó en un café entre una pareja de oficinistas que examinaban ansiosamente la columna de «Zo-ran» en el diario.
Emitían chillidos de gusto al ver su futuro tan bien explicado, y en respuesta a mi pregunta me dijeron que Zo-ran «las había acertado todas» la semana anterior. No revelé mi identidad… La reacción a la columna en el correo también había sido muy interesante, y suficiente para que yo decidiera que muchas personas aceptarán y racionalizarán casi cualquier afirmación hecha por alguien al que creen una autoridad con poderes místicos. En este punto, Zo-ran colgó sus tijeras, apartó el bote de pegamento y dejó el trabajo.
Flim-Flam (1992)
Hay evidencias, a partir de cuestionarios, de que muchas personas que leen diariamente los horóscopos en realidad no creen en ellos. Afirman que los leen sólo como «evasión» (está claro que su gusto en materia de literatura de evasión es diferente del mío). Pero hay un número significativo de personas que realmente cree en ellos y actúa en función de ellos, incluyendo, según informes alarmantes y por lo visto auténticos, a Ronald Reagan durante su mandato como presidente. ¿Por qué debería uno hacer caso de los horóscopos?
En primer lugar, las predicciones, o las reseñas de caracteres, son tan insulsas, vagas y generales que encajan casi con cualquier persona y circunstancia. Por lo general, la gente se limita a leer su propio horóscopo en el periódico. Si se obligara a leer los otros once, seguramente se impresionaría mucho menos por la coincidencia del propio. En segundo lugar, la gente tiende a recordar los aciertos y olvidar los fallos. Si en un horóscopo de un párrafo hay una frase que parece acertar, uno repara en esa frase concreta, mientras que los ojos pasan sin mirar por las frases restantes. Incluso si se da el caso de un pronóstico notoriamente equivocado, es muy probable que se atribuya a una interesanteexcepción o anomalía y no a una indicación de que todo el asunto podría ser una superchería. David Bellamy, popular científico televisivo (y un auténtico héroe del conservacionismo), confesaba a Radio Times (ese órgano antaño respetado de la BBC) que posee la «precaución de Capricornio» con respecto a determinadas cosas, pero que las más de las veces baja la cabeza y carga como una verdadera cabra.¿No es interesante? Esto confirma lo que siempre he dicho: ¡la excepción que confirma la regla! Es de suponer que Bellamy sabía que no es así, y que simplemente seguía la corriente entre personas cultas de considerar la astrología como una diversión inocua. Yo dudo que sea inocua, y me pregunto si la gente que la entiende como diversión se ha divertido realmente alguna vez con ella.«Una mamá da a luz un gatito de 3 kg» es un titular típico de un periódico llamado Sunday Sport que, como su equivalente norteamericanoel National Enquirer (con una circulación de 4 millones de ejemplares), se dedica enteramente a publicar relatos increíbles hasta el absurdocomo si fueran hechos probados. Una vez conocí a una mujer que trabajaba con dedicación exclusiva en la invención de este tipo de relatos para una publicación norteamericana, y me dijo que ella y sus colegas rivalizaban entre sí para ver quién conseguía las historias más ridiculas y extravagantes. Resultó ser una competición vacía, porque no parece haber límite alguno a lo que la gente está dispuesta a creer sólo con que lo vea impreso.
En la página siguiente a la del relato del gatito de 3 kg, el Sunday Sport publicaba un artículo acerca de un mago que no podía soportar las regañinas de su mujer, de modo que la convirtió en un conejo. Además de complacerse en el estereotipo pre-juicioso de la esposa molesta, el mismo ejemplar del periódico añadía un aderezo xenófobo a sus fantasías: «Griego loco convierte a un muchacho en kebab». Otras noticias muy queridas de estos periódicos incluyen «Marilyn Monroe vuelve en forma de lechuga» (completada con una fotografía de la malograda diosa de la pantalla coloreada en verde dentro del cogollo de una hortaliza fresca), y «Hallada una estatua de Elvis en Marte».Las visiones de un Elvis Presley resucitado son numerosas.
El culto a Elvis, con sus uñas de los dedos de los pies y otras reliquias guardadas como tesoros, sus iconos y sus peregrinajes, lleva camino de convertirse en una nueva religión con todas las de la ley, pero no deberá dormirse en sus laureles si no quiere que el culto a la princesa Diana, más reciente, le tome la delantera. Las multitudes que hacían cola para firmar en el libro de condolencia después de su muerte en 1997 informaron a los periodistas de que se podía ver claramente su cara a través de una ventana, mirando desde un viejo retrato que colgaba de una pared. Como en el caso del Ángel de Mons, que se aparecía a los soldados durante los días más oscuros de la primera guerra mundial, numerosos testigos presenciales «vieron» el espectro de Diana, y la noticia se extendió como un reguero de pólvora entre las multitudes enfervorizadas por la prensa sensacionalista.
La televisión es un medio de comunicación aún más poderoso que la prensa, y estamos en las garras de lo que casi es una epidemia de propaganda paranormal en la televisión. En uno de los ejemplos más notorios de los últimos años en Gran Bretaña, un curandero aseguraba ser el receptáculo del alma de un médico muerto hacía 2000 años, llamadoPablo de Judea. Sin un solo murmullo de indagación crítica, la BBC dedicó todo un programa de media hora a promover esta fantasía como si fuera cierta. Posteriormente tuve un enfrentamiento con el editor delegado de este programa, en un debate público bajo el lema «Venderse a lo sobrenatural», en el Festival de Televisión de Edimburgode 1996. La principal defensa del editor era que el hombre estaba haciendo una buena labor curando a sus pacientes. Parecía creer verdaderamente que esto era todo lo que importaba. ¿Qué importa si realmente tiene lugar la reencarnación, mientras el curandero pueda ofrecer algún consuelo a sus pacientes? Para mí, la respuesta contundente llegó en un informe de prensa que la BBC repartió para acompañar el espectáculo. Entre la lista de personas a quienes se agradecía su asesoramiento por la supervisión de los contenidos estaba nada menos que… ¡Pablo de Judea! Una cosa es que a la gente se le muestren en sus pantallas las creencias excéntricas de un individuo psicótico o fraudulento.Quizá esto sea evasión, incluso comedia, aunque lo encuentro tan criticable como reírse ante un espectáculo de feria en el que se exhiben personas monstruosas, o como la última moda estadounidense de montar violentas trifulcas maritales en la televisión. Pero otra cosa muy distinta es que la BBC malverse el peso de una reputación conseguida a lo largo de muchos años dando a entender que acepta literalmente la fantasía en el anuncio de la farsa.Una fórmula barata pero efectiva de la televisión paranormal es emplear magos ordinarios, pero decir repetidamente a la audiencia que lo que está viendo es genuinamente sobrenatural. En una exhibición suplementaria de desprecio cínico para el coeficiente de inteligencia del espectador, estas actuaciones están sujetas a menos control y precauciónde lo que lo estarían normalmente en la actuación de un mago. Los prestidigitadores bona fide realizan al menos los movimientos oportunos para demostrar que no guardan nada bajo la manga, que no hay alambres bajo la mesa. Cuando un artista se anuncia como «para-normal», se le dispensa incluso de esta dificultad rutinaria.
Permítaseme describir un ejemplo real, un acto de telepatía, de la reciente serie televisiva de Carlton Beyond Belief [Más allá de lo creíble],producida y presentada por David Frost, una veterana personalidad de la televisión británica a quien algún gobierno consideró digno del título de caballero, y cuyo peso tiene su influencia en los televidentes.Los ejecutantes eran un equipo de padre e hijo venidos de Israel. El hijo, con los ojos tapados, podía ver «a través de los ojos de su padre». Se hizo funcionar un generador de números aleatorios, y salió un número. El padre lo miró fijamente, abriendo y cerrando los puños por la tensión, y preguntó a su hijo con un grito sofocado si podía hacerlo. «Sí, creo que sí», profirió el hijo. Naturalmente, adivinó el número. Rabioso aplauso. ¡Qué asombroso! Y no olviden, señores telespectadores, que esto es TV en directo, y que se trata de hechos objetivos, no ficción como en Expediente X.Lo que hemos presenciado no es más que un truco de magia familiar,bastante mediocre, favorito en los teatros de variedades y que se remonta al menos a un tal signor Pinetti, en 1784. Existen muchos códigos sencillos mediante los que el padre podía haber transmitido un número a su bien entrenado hijo. El número de palabras en su grito aparentemente inocente de «¿Puedes hacerlo, hijo?» es una posibilidad.En lugar de poner los ojos en blanco de asombro, David Frost podíahaber intentado el sencillo experimento de amordazar al padre al tiempo que vendaba los ojos del hijo. La única diferencia en relación a un espectáculo de magia ordinario es que una cadena de televisión respetablelo ha calificado de «paranormal».
La mayoría de nosotros desconocemos cómo hacen sus trucos los magos. A veces me dejan atónito. No comprendo cómo extraen conejos de sombreros o sierran cajas por la mitad sin dañar a la dama que está dentro. Pero todos sabemos que existe una explicación perfectamente lógica que el mago podría revelarnos si quisiera, cosa que, de manera harto comprensible, no hace. ¿Por qué, entonces, cuando el mismo truco ostenta la etiqueta de «paranormal» que le otorga una cadena de televisión, consideramos que se trata de un milagro genuino?
Después están aquellos actuantes que parecen «sentir» que alguien de la audiencia tenía un ser amado cuyo nombre empezaba por M, poseía un pequinés y murió de algo que tenía que ver con el pecho: «clarividentes» y «médiums» con un conocimiento que aparentemente «no pueden haber obtenido por ningún medio normal». No dispongo de espacio para entrar en detalles, pero el truco, conocido como «lectura en frío», es bien conocido por los magos. Se trata de una sutil combinación de saber lo que es corriente (muchas personas mueren de fallo cardíaco o cáncer de pulmón) y de ir pescando pistas (la gente descubre involuntariamente las cartas cuando la cosa se va calentando) ayudado por la propensión de la audiencia a recordar los aciertos y olvidar los fallos. Los lectores en frío suelen utilizar soplones que escuchan conversaciones cuando el público entra en el teatro, o incluso interrogan a la gente, y después informan al actuante en su camerino antes del espectáculo.Si un paranormalista pudiera efectuar realmente una demostración adecuadamente contrastada de telepatía (precognición, psicoquinesis, reencarnación, movimiento perpetuo, lo que sea) sería el descubridor de un principio totalmente nuevo, desconocido por la ciencia física. El descubridor del nuevo campo de energía que conecta una mente con otra en la telepatía, o de la nueva fuerza fundamental que desplaza los objetos sin truco por la superficie de una mesa, merece un premio Nobel, y probablemente lo obtendría. Si uno está en posesión de este revolucionario secreto de la ciencia, ¿por qué malgastarlo en entretenimientos televisivos amañados? ¿Por qué no demostrarlo adecuadamente y ser aclamado como el nuevo Newton?
La respuesta está muy clara. No puede hacerlo. Es un farsante. Pero, gracias a los productores de televisión, crédulos o cínicos, un farsante adinerado.
Dicho esto, algunos «paranormalistas» son lo bastante hábiles para engañar a la mayoría de científicos, de manera que las personas mejor cualificadas para desenmascararlos no son los científicos, sino otros magos. Por eso los espiritistas y médiums más famosos suelen dar toda clase de excusas y rechazan subir al escenario si se enteran de que la primera fila está llena de magos profesionales. Varios buenos magos, entre ellos James Randi en Estados Unidos y Ian Rowland en Gran Bretaña, montan espectáculos en los que duplican públicamente los «milagros» de famosos paranormalistas… y luego explican a la audiencia que sólo son trucos. Los Racionalistas de la India son jóvenes magos consagrados que viajan por los pueblos y desenmascaran a los llamados «hombres sabios» emulando sus «milagros». Por desgracia, algunas personas todavía creen en los milagros, aún después de conocer el truco. Otros caen en la desesperación: «Bien, quizá Randi emplea trucos», dicen, «pero esto no significa que los otros no hagan milagros auténticos».
Ante esto, Ian Rowland replicó de forma memorable:«Bueno, si de verdad hacenmilagros, ¡los hacen de la forma más complicada!».Se puede ganar mucho dinero engañando a los crédulos. Un mago normal y corriente no puede esperar, por lo común, salir del mercado de las fiestas para niños y llegar a la televisión de alcance nacional. Pero si hace pasar sus trucos como fenómenos genuinamente sobrenaturales,esto ya es otra cosa. Las compañías de televisión están dispuestasa colaborar en el engaño. Es bueno para los índices de audiencia.En lugar de aplaudir educadamente ante un truco de magia competente,los presentadores se quedan histriónicamente boquiabiertos e145inducen a los televidentes a creer que acaban de presenciar algo que desafía las leyes de la física. Personas desequilibradas explican sus fantasías de fantasmas y duendes pero, en lugar de enviarlas a un buen psiquiatra, los productores de televisión las fichan para su programa y después contratan actores para que efectúen reconstrucciones espectacularesde sus ilusiones… con efectos predecibles sobre la credulidad de grandes audiencias.Corro el peligro de ser malinterpretado, y es importante que lo arrostre. Sería demasiado fácil proclamar de forma autocomplaciente que nuestro conocimiento científico actual es todo lo que hay que saber,que podemos estar seguros de que la astrología y las apariciones son disparates, sin más discusión, simplemente porque la ciencia actual no puede explicarlos. Después de todo, ¿es tan evidente que la astrologíaes un montón de palabrería? ¿Cómo sé que una madre humana no puede parir un gatito de tres kilos? ¿Cómo puedo estar seguro de que Elvis Presley no ha ascendido en gloriosa resurrección, dejando una tumba vacía? Cosas más raras se han visto.
De hecho, cosas que hoy aceptamos como cotidianas, como la radio, les habrían parecido a nuestros antepasados tan improbables como las visitas espectrales. Para nosotros, un teléfono móvil puede no ser más que un fastidio antisocial en los trenes, pero para nuestros antepasados decimonónicos, para quienes los trenes eran una novedad, un teléfono móvil habría parecido pura magia.
Como ha dicho Arthur C. Clarke, el distinguido escritor de ciencia ficción y evangelista del poder ilimitado de la ciencia y la tecnología: «Cualquier tecnología lo bastante avanzada es indistinguible de la magia». Esto ha recibido el nombre de Tercera Ley de Clarke, y volveré a ella.William Thomson, el primer Lord Kelvin, fue uno de los más distinguidos e influyentes físicos ingleses decimonónicos. Para Darwin fue una espina clavada, porque «demostró» (con gran autoridad pero, como ahora sabemos, con un error de bulto) que la Tierra era demasiado joven para que en ella pudiera haberse dado la evolución. También se le atribuyen las siguientes tres predicciones seguras:
«La radio no tiene futuro»;
«Las máquinas voladoras más pesadas que el aire son imposibles»;
«Se demostrará que los rayos X son un fraude».
He aquí un hombre que llevó su escepticismo hasta el punto de jugarse (y ganarse)el ridículo ante las generaciones futuras. El mismo Arthur C.146Clarke, en su visionario libro Perfiles del futuro (1982), cuenta relatos aleccionadores que advierten de los peligros del escepticismo dogmático.Cuando Edison anunció en 1878 que estaba trabajando en la luz eléctrica, se envió una comisión parlamentaria inglesa para que investigara si había algo de interés en ello. El comité de expertos informó que la fantástica idea de Edison (lo que ahora conocemos como bombilla eléctrica) era «bastante buena para nuestros amigos transatlánticos…, pero no merece la atención de los hombres prácticos o científicos».
Para que la cosa no parezca una antología de relatos antibritánicos, Clarke cita también a dos distinguidos científicos norteamericanos sobre el tema de los aeroplanos. El astrónomo Simón Newcomb tuvo la mala suerte de hacer la siguiente afirmación justo antes de la famosa hazaña de los hermanos Wright en 1903:La demostración de que no hay combinación posible de sustancias conocidas, formas de maquinaria conocidas y formas de fuerza conocidas,que puedan unirse en una máquina funcional con la que los hombres puedan cubrir largas distancias por el aire, le parece a este autor todo lo completa que puede ser la demostración de cualquierhecho físico.
Otro célebre astrónomo norteamericano, William Henry Pickering, afirmó categóricamente que, aunque las máquinas voladoras más pesadas que el aire eranposibles (tenía que admitirlo, porque los hermanos Wright ya habían volado), nunca se convertirían en una propuesta práctica seria:La mente popular se imagina a veces máquinas voladoras gigantescas que sobrevuelan el Atlántico transportando innumerables pasajeros de forma análoga a nuestros modernos buques de vapor… Parece prudente decir que tales ideas deben ser completamente visionarias, y aunque una máquina pudiera atravesar el océano con uno o dos pasajeros, el gasto sería prohibitivo… Otra falacia populares esperar que se consiga una velocidad enorme.Pickering continúa «demostrando», mediante rigurosos cálculos sobre los efectos de la resistencia del aire, que un aeroplano no podría viajar nunca más rápido que los trenes expresos de su tiempo. A primera vista, la observación que hizo Thomas J. Watson, gerente de IBM, en 1943, «Pienso que hay un mercado mundial para quizá cinco ordenadores», suena similar. Pero esto es injusto. Watson auguraba seguramente que los ordenadores se harían cada vez mayores, y en esto se equivocó; sin embargo, no estaba menospreciando la importancia del ordenador en el futuro, de la manera en que Kelvin y los otros desacreditaron los viajes aéreos.
Estas anécdotas de patinazos mayúsculos son, en realidad, avisos inquietantes de los peligros de un escepticismo en exceso celoso. La incredulidad dogmática ante cualquier cosa que parezca extraña o inexplicable no es una virtud.
¿Cuál es, pues, la diferencia entre ésta y mi escepticismo declarado ante la astrología, la reencarnación y la resurrección de Elvis Presley?
¿Cómo podemos diferenciar el escepticismojustificado de la miopía dogmática e intolerante?
Pensemos en un espectro de relatos que podrían contarnos y meditemos cuan escépticos deberíamos mostrarnos ante ellos. En el nivel más bajo están aquellas narraciones que podrían no ser ciertas, pero de las que no tenemos ningún motivo particular para dudar. En Hombres en armas (1952), de Evelyn Waugh, el personaje cómico, Apthorpe, suele hablarle al narrador, Guy Crouchback, de sus dos tías, una de las cuales vive en Peterborough y la otra en Tunbridge Wells. En su lecho de muerte, Apthorpe acaba confesando que, en realidad, sólo tiene una tía.
¿Cuál de las dos era la inventada?, pregunta Guy Crouchback.
«La de Peterborough, por supuesto.»
«Verdaderamente me engañaste por completo.»
«Sí, fue una buena broma, ¿no?»
No, la de Apthorpe no fue una buena broma, y es precisamente esto lo que hace que la broma de Evelyn Waugh a costa de Apthorpe sea divertida. Hay, sin duda, muchas señoras de edad que residen en Peterborough, y si un hombre nos dice que tiene una tía que vive allí, no hay razón para no creerle. A menos que tenga algún motivo específicopara mentirnos, bien podemos creerle, aunque si de ello dependen muchas cosas será prudente comprobar la evidencia. Ahora supongamosque alguien nos dice que su tía puede levitar por meditación y fuerza de voluntad. Se sienta con las piernas cruzadas, se nos dice, y piensa cosas bonitas, entona un mantra, se eleva sobre el suelo y permaneceflotando en el aire. ¿Por qué ser más escépticos de lo que seriamos si un hombre nos dijera simplemente que tiene una tía en Peter-borough, pues en ambos casos sólo tenemos la palabra de un testigo presencial?
La respuesta evidente es que la levitación por el poder de la voluntad no es explicable por la ciencia. Pero esto sólo vale para la ciencia de hoy. Esto nos lleva directamente a le Tercera Ley de Clarke, y al punto importante de que la ciencia de cualquier época no tiene todas las respuestas y acabará siendo reemplazada por otra.
Quizá, en algún momento del futuro, los físicos comprenderán completamente la gravedady construirán una máquina antigravitatoria. Es concebible que las tías levitantes puedan llegar a ser algo tan común para nuestros descendientes como los aviones a reacción lo son para nosotros.
¿Nos da derecho la Tercera Ley de Clarke a creer en todos y cada uno de los cuentos increíbles que la gente pueda urdir acerca de milagros aparentes?
Si un hombre afirma que ha visto a su tía levitando con las piernas cruzadas, o a un turco volando a gran velocidad entre los minaretes montado en una alfombra mágica, ¿habremos de tragarnos esa historia sobre la base de que aquellos de nuestros antepasados que dudaron de la posibilidad de la radio resultaron estar equivocados? No,por supuestoque éstos no son motivos suficientes para creer en la levitación o las alfombras mágicas.
Pero ¿por qué no?La Tercera Ley de Clarke no funciona a la inversa. De «cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia» no se sigue que «cualquier afirmación mágica que pueda hacer cualquiera en cualquier momento es indistinguible de un avance tecnológico futuro». Sí, ha habido ocasiones en las que escépticos autorizados han terminado con huevos en su cara pontificadora. Pero es mucho mayor el número de afirmaciones mágicas que nunca han sido vindicadas. Unas cuantas cosas que nos sorprenderían en la actualidad probablemente se harán realidad en el futuro. Pero muchas más cosas que nos sorprenderían hoy no se harán realidad en el futuro. El truco consiste en separar la mena de la ganga de afirmaciones que permanecerán para siempre en el reino de la ficción y la magia.
Si nos topamos con un relato asombroso o milagroso, podemos empezar preguntándonos si nuestro informante tiene algún motivo para mentir. También podemos evaluar sus credenciales de otras maneras. Recuerdo una divertida cena con un filósofo que me contó la siguiente anécdota: un día, en la iglesia, se dio cuenta de que un sacerdote que estaba arrodillado flotaba a un palmo de altura sobre el suelo de la iglesia. Mi escepticismo natural hacia mi compañero de cena aumentó cuando siguió relatando otras dos experiencias de las que había sido testigo presencial. Contó que, entre sus muchos cargos, una vez había sido director de un hogar para muchachos delincuentes, y descubrió que todos los chicos llevaban tatuada la frase «Quiero a mi mamá» en el pene. Una historia improbable por sí misma, pero no imposible. A diferencia del sacerdote que levitaba, la verdad de la segunda afirmación no cuestionaría grandes principios científicos. No obstante, parecía proporcionar una útil perspectiva sobre la credibilidad de mi vecino.En otra ocasión, dijo este prolífico narrador, había observado cómo un cuervo encendía una cerilla al tiempo que levantaba un ala para resguardarla del viento. He olvidado si el cuervo dio una calada a un cigarrillo, pero, en cualquier caso, los tres relatos en conjunto parecían establecer que mi compañero era un testimonio poco de fiar, aunque divertido. En palabras suaves, la hipótesis de que era un mentiroso (o un lunático, o un visionario que tenía alucinaciones, o que estaba investigandola credulidad de los catedráticos de Oxford) parecía más probable que la hipótesis alternativa de que sus tres relatos descabellados eran ciertos.
Como filósofo, tendría que haber conocido la prueba lógica expuesta por el gran filósofo escocés del siglo xvii David Hume, que para mí es irrebatible:… ningún testimonio es suficiente para establecer un milagro, a menos que el testimonio sea tal que su falsedad fuera más milagrosaque el hecho que trata de establecer.«De los milagros» (1748)
Seguiré hasta el final el propósito de Hume con respecto a uno de los milagros mejor certificados de todos los tiempos, uno que, se afirma, fue presenciado por 70.000 personas, y dentro de la presente generación. Se trata de la aparición de Nuestra Señora de Fátima. Cito a partir de un texto de una página de la Iglesia Católica Romana en la red mundial, que señala que, de las muchas apariciones mañanas, ésta es insólita porque ha sido reconocida oficialmente por el Vaticano.
El 13 de octubre de 1917, había más de 70.000 personas reunidas en la Cova da Iría en Fátima, Portugal. Habían acudido allí para observar un milagro que había sido vaticinado por la Santísima Virgen a tres jóvenes visionarios: Lucía dos Santos y sus dos primos,Jacinta y Francisco Marto… Poco después del mediodía, Nuestra Señora se apareció a los tres visionarios. Cuando la Señora estaba a punto de irse, señaló al Sol. Lucía repitió emocionada el gesto, y la gente miró al cielo… Entonces un resuello de terror surgióde la muchedumbre, pues el Sol pareció desgajarse de los cielos y empezar a caer sobre la multitud… Justo cuando parecía que la bola de fuego iba a caer sobre ellos y destruirlos, el milagro cesó, y el Sol recuperó su lugar normal en el cielo, resplandeciendo de nuevo tan apaciblemente como siempre.
Si el milagro del Sol en movimiento lo hubiera visto sólo Lucía, la joven responsable del culto de Fátima en primera instancia, poca gente lo hubiera tomado en serio. Hubiera sido muy fácil que se tratara de una alucinación privada, o de una mentira evidentemente motivada. Son los 70.000 testimonios lo que impresiona.
¿Acaso podrían 70.000 personas ser víctimas simultáneamente de la misma alucinación?
¿Podrían70.000 personas confabularse en la misma mentira?
Y si nunca hubo 70.000 testigos, ¿podría el informador del acontecimiento haberseinventado tantos testimonios y salirse con la suya?
Apliquemos el criterio de Hume.
Por un lado, nos piden que creamos en una alucinación colectiva, un efecto luminoso o una mentira masiva que implica a 70.000 personas. Hay que admitir que esto es improbable. Pero es menos improbable que la alternativa: que el Sol se movió realmente. El Sol que pendía sobre Fátima no era, después de todo, un sol privado; era el mismo Sol que caldeaba a los millones de personas restantes en el lado iluminado del planeta. Si el Sol se hubieramovido realmente, pero el acontecimiento lo hubieran visto únicamentelos presentes en Fátima, tendría que haberse consumado un milagro todavía mayor: tendría que haberse escenificado una ilusión de no movimiento para todos los millones de testigos que no estaban en Fátima. Y esto supone ignorar el hecho de que, si el Sol se hubiera movido realmente a la velocidad reportada, el sistema solar se hubieracolapsado. No tenemos otra alternativa que seguir a Hume, elegir la menos milagrosa de las alternativas posibles y concluir, en contra de la doctrina oficial del Vaticano, que el milagro de Fátima nunca sucedió. Además, no es en absoluto evidente que tengamos la obligación de explicar de qué manera se engañó a los 70.000 testigos presenciales.El de Hume es un razonamiento acerca del balance de probabilidades.Si nos desplazamos al extremo distante de nuestro espectro de supuestos milagros, ¿existen algunas especulaciones o alegaciones que podamos descartar de manera absoluta y para siempre?
Los físicos están de acuerdo en que si un inventor solicita una patente para una máquinade movimiento perpetuo, se puede rechazar con toda seguridad sin siquiera examinar su proyecto. Ello se debe a que cualquier máquina de movimiento perpetuo violaría las leyes de la termodinámica. Sir Arthur Eddington escribió:
Si alguien os dice que vuestra teoría preferida del universo no está de acuerdo con las ecuaciones de Maxwell… entonces tanto peor para las ecuaciones de Maxwell. Si resulta que la observación la contradice… bueno, estos experimentadores a veces hacen chapuzas.Pero si resulta que vuestra teoría va contra la segunda ley de la termodinámica, no puedo daros ninguna esperanza; no le queda más que hundirse en la humillación más profunda.
The Nature ofthe Physical World [La naturaleza del mundo físico] (1928)
Eddington se (techa hábilmente atrás para hacer concesiones abrumadoras en la primera parte del párrafo, de manera que su confianza en la segunda parte tenga más impacto. Pero si el lector todavía encuentra esto demasiado arrogante, si piensa que es una manera de buscarse el descrédito por obra de alguna tecnología futura hoy inimaginable,que así sea. No insistiré en el tema, pero me mantendré en mi postura más débil, con Hume, acerca de las probabilidades relativas. Fraude, ilusión, embuste, alucinación, error honesto o mentiras descaradas… la combinación suma una alternativa tan probable que siempre dudaré de las observaciones casuales o de los relatos de segunda mano que parecen sugerir el derrocamiento catastrófico de la ciencia actual.
No hay duda de que la ciencia actual será derrocada, pero no por anécdotas casuales o por actuaciones en televisión, sino por la investigación rigurosa, repetida, disecada y repetida de nuevo.
Volviendo a nuestro espectro de improbabilidades, las hadas se situarían entre la tía de Apthorpe y una máquina de movimiento perpetuo.Si mañana se descubrieran seres humanos minúsculos, del tamaño de mariposas, dotados de alas y portando ropas elegantes en miniatura, no se habrían violado grandes principios de la física.2 No sería tan revolucionariocomo una máquina de movimiento perpetuo. En cambio, los biólogos tendrían mucho trabajo intentando encajar las hadas en su esquema clasificatorio actual. ¿De dónde surgieron en la evolución? Ni el registro fósil ni la zoología actual nos muestran primate alguno dotadode alas batientes, y sería ciertamente sorprendente que hubieran evolucionado de forma súbita y única en una especie lo bastante cercana a la nuestra para haber elegido (como demostraban claramente unas famosas fotografías trucadas que impresionaron al notoriamente crédulo Sir Arthur Conan Doyle) una vestimenta á la mode de los años veinte.
Criaturas hipotéticas del estilo del monstruo del Loch Ness, el yeti o «abominable hombre de las nieves» del Himalaya, o el dinosaurio del Congo, se encuentran en el espectro en algún lugar más probable que las hadas de Conan Doyle. Realmente, no hay razón por la que una población relicta de plesiosaurios no pueda sobrevivir en el Loch Ness. No puedo decirle al lector lo encantado que yo, y todos los zoólogos, estaríamos si así fuera; o si se encontrara un dinosaurio auténtico río Congo arriba. Un tal descubrimiento no violaría principios biológicos, y ciertamente tampoco principios físicos. La única razón para pensar que es improbable es que el último dinosaurio conocido vivió hace 65 millones de años, y 65 millones de años es un tiempo muy largo para que una población reproductora haya permanecido escondida y sin fosilizar. En cuanto al yeti, la posibilidad de una población superviviente de Homo erectus, o deGigantopithecus, me llenaría de júbilo, si pudiera
creerlo. Deseo de todo corazón pensar que la idea es más probableque las alternativas humeanas: alucinaciones, cuentos de viajeros embusteros o interpretaciones honestas de huellas de animales en la nieve agrandadas por el sol.
El 30 de agosto de 1938, la escenificación radiofónica todavía recordada que Orson Welles hizo de La guerra de los mundos, de H.G. Wells, provocó el pánico generalizado e incluso se rumoreó que hubo algunos suicidios entre los oyentes que creyeron que su escena inicial era (como pretendía ser) un auténtico boletín de noticias que anunciaba una invasión marciana. Este relato suele aducirse como prueba de la ridicula credulidad del pueblo estadounidense, lo cual siempre me ha parecido bastante injusto, porque una invasión procedente del espacio exterior no es imposible y, si ocurriese, un repentino avance informativo por la radio sería la forma más probable que tendríamos de enterarnos.Los relatos de platillos volantes tienen una popularidad perenne, pero la comunidad científica tiende a ser incrédula. ¿Por qué? No porqueuna visita procedente del espacio exterior sea imposible o improbable.La razón, de nuevo, es que las explicaciones alternativas de fraude o ilusión son más probables. De hecho, se han investigado a fondo numerosos relatos de platillos volantes, con un detallismo tedioso, por parte de equipos de investigadores concienzudos, tanto aficionadoscomo profesionales. Una y otra vez, dichos testimonios se vienen abajo después de investigados. Con frecuencia resultan ser fraudes directos (lucrativos para quienes los producen, porque los editores pagan un buen dinero por tales historias, aunque estén pobremente documentadas,y con ellas pueden sostenerse industrias enteras de camisetas y jarras de recuerdo), o bien los «platillos» resultan ser aparatos aéreos, aviones o globos, vistos, o iluminados, desde un ángulo peculiar.A veces son espejismos u otros efectos luminosos, o avistamientos de aviones militares secretos.Quizás un día nos visiten naves espaciales extraterrestres. Pero la probabilidad de que cualquier informe concreto sobre platillos volantessea genuino es baja comparada con la probabilidad de las alternativashumeanas de fraude o ilusión. En particular, lo que para mí resta verosimilitud a la mayoría de relatos de platillos volantes es el parecido casi cómico de los supuestos extraterrestres con los seres humanosordinarios, o las últimas criaturas televisivas de ficción. Muchos de ellos se parecen lo bastante a los machos humanos como para desear copular con hembras humanas, e incluso producir descendientes fértiles.Como Carl Sagan y otros han indicado, los alienígenas humanoides presa del furor de la abducción parecen ser el equivalente moderno de los demonios y brujas del siglo xvii.
Ayudados por el prestigio de la televisión y la prensa, la astrología, el paranormalismo y las visitas de extraterrestres gozan de una vía interna privilegiada hacia la conciencia popular. Si estoy en lo cierto en cuanto a que esta tendencia explota nuestro apetito natural y laudable de maravilla, tenemos aquí, paradójicamente, terreno para el estímulo. Debería confortarnos pensar que, puesto que el apetito de maravilla es alimentado de manera mucho más satisfactoria por la ciencia real, combatir la superstición tendría que ser un simple asunto de educación.Pero sospecho que existe una fuerza adicional operante que puede hacer las cosas más difíciles. Se trata de una fuerza psicológica interesante por derecho propio, y mi objetivo en lo que queda de capítulo será explicarla, porque comprenderla puede limitar su daño potencial.
La fuerza adicional de la que estoy hablando es una credulidad normal y, desde muchos puntos de vista, deseable en los niños, y que, si nos descuidamos, puede continuar en la edad adulta, con resultados catastróficos. Empezaré con una anécdota personal.
Hace mucho tiempo, cuando mi hermana y yo éramos niños, nuestros padres y tíos nos gastaron una inocentada un 1 de abril, el día de todos los tontos. Anunciaron que habían redescubierto en el desván un pequeño avión que les había pertenecido cuando eran jóvenes, y que nos iban a montar en él para que diéramos una vuelta. Volar no era tan corriente entonces, y estábamos emocionados. La única condición era que debíamos llevar los ojos vendados. Nos llevaron cogidos de la mano, mientras nos reíamos nerviosos, tropezando y cayendo en el césped, y nos ataron a nuestros asientos. Oímos el ruido del motor al arrancar, hubo una sacudida y empezamos a ascender para efectuar un vuelo que fue agitado: baches, inclinaciones, bamboleos. De vez en cuando era evidente que pasábamos a través de las altas copas de los árboles, porque notábamos que las ramas nos rozaban levemente y un viento agradable corría sobre nuestras caras. Finalmente «aterrizamos». El viaje lleno de sacudidas terminó en térra firma, nos quitaron la venda y entre risas todo se reveló. No había ningún avión. No nos habíamos movido del sitio. Habíamos estado simplemente sentados en un banco de jardín que nuestro padre y nuestro tío habían levantado y hecho girar y traquetrear para simular el movimiento aéreo. No había motor, sólo el ruidoso aspirador, y un ventilador para hacer soplar el viento sobre nuestras caras. Éstos, y las ramas de los árboles que nos rozaban, los habían manejado nuestra madre y nuestra tía, situadas junto al banco. Fue divertido mientras duró.Como niños crédulos y confiados que éramos, habíamos esperado durante días el vuelo prometido antes de que tuviera lugar. Nunca se nos ocurrió preguntarnos por qué teníamos que ir con los ojos vendados.¿No hubiera sido natural preguntarse qué objeto tenía hacer un viaje divertido si no podíamos ver nada? Pero no, nuestros padres simplementenos dijeron que, por alguna razón no especificada, era necesario taparnos los ojos; y así lo aceptamos. Puede que estuvieran recurriendoa la receta consagrada por el tiempo de «no echar a perder la sorpresa». Nunca nos preguntamos por qué nuestros mayores nos habían ocultado el secreto de que al menos uno de ellos debía ser un pilotoexperimentado; no creo que ni siquiera nos preguntáramos cuál de ellos era. Simplemente, no teníamos la disposición mental del escéptico. No teníamos miedo alguno de estrellarnos, tal era la fe que teníamos en nuestro padre y nuestro tío. Y cuando nos quitaron la venda y nos dimos cuenta de que habíamos sido objeto de una broma, aún así no dejamos de creer en Papá Noel, en el hada del diente, los ángeles, el cielo, los felices terrenos de caza y todos los demás cuentos que aquellos mismos mayores nos habían contado. Mi madre no recuerda el incidenteque acabo de relatar, pero sí la ocasión en que su padre les gastó una broma idéntica a ella y su hermanita. Las instrucciones de su padre fueron incluso más descabelladas, porque su aeroplano «despegó» desde el interior de la casa, y a las niñas se les dijo que «agacharanla cabeza mientras salían volando por la ventana». Tanto mi madre como su hermana siguen cautivadas por aquella experiencia.Los niños son crédulos por naturaleza. No podría ser de otra manera.Llegan a este mundo sin saber nada, y están rodeados de adultos que, en comparación, lo saben todo. Es absolutamente cierto que el fuego quema, que las serpientes muerden, que si andamos sin protección bajo el sol del mediodía nos cocemos hasta enrojecer y, como ahora sabemos, nos arriesgamos a un cáncer. Además, la otra manera, aparentemente más científica, de obtener conocimientos útiles, el aprendizaje mediante ensayo y error, suele ser una mala idea, porque los errores son a veces demasiado costosos. Si nuestra madre nos dice que no vayamos nunca a chapotear al lago porque hay cocodrilos, no es bueno adoptar una actitud escéptica, científica y «adulta» y responderle:
«Gracias, mamá, pero prefiero verificarlo experimentalmente».
Con demasiada frecuencia, tales experimentos serían terminales. Es fácil ver por qué la selección natural (la supervivencia de los mejor adaptados)podría penalizar una disposición mental experimental y escéptica y favorecer la credulidad ingenua de los niños.Pero esto tiene un inevitable y lamentable efecto secundario. Si nuestros padres nos dicen algo que no es cierto, también nos lo creemos.¿Cómo podríamos evitarlo? Los niños no están equipados para conocer la diferencia entre una advertencia verdadera sobre un peligro genuino y una advertencia falsa de que nos quedaremos ciegos o iremos al infierno si «pecamos», por decir algo. Si los niños estuvieran equipados para ello, no necesitarían ninguna advertencia. La credulidad, como dispositivo de supervivencia, viene en un solo lote. Creemos lo que se nos dice, sea verdadero o falso. Los padres y demás parientes adultos saben tanto que es natural suponer que lo saben todo, y es natural creerles. De modo que cuando nos cuentan que Papá Noel baja por la chimenea, y que la fe «mueve montañas», también nos lo creemos.Los niños son crédulos porque tienen que serlo para desempeñar su papel de «oruga» en la vida. Las mariposas tienen alas porque su papel es localizar miembros del sexo opuesto y diseminar su descendencia entre nuevas plantas comestibles. Tienen un apetito modesto, satisfecho por ocasionales libaciones de néctar. Ingieren poca proteína en comparación con las orugas, que constituyen el estadio de crecimiento en el ciclo biológico. En general, los animales en fase juvenil tienen que prepararse para convertirse en adultos reproductores. Las orugas están aquí para comer todo lo que puedan con el fin de transformarse en crisálidas, de las que saldrán los adultos reproductores alados. Por eso carecen de alas pero, en cambio, poseen robustas mandíbulas masticadoras y un apetito voraz e insaciable.Los individuos juveniles humanos deben ser crédulos por razones parecidas. Son orugas de información. Están aquí para convertirse en adultos reproductores dentro de una sociedad refinada, basada en el conocimiento; y la fuente principal de su dieta de información son sus mayores, sobre todo sus padres. Por lo mismo que las orugas poseen mandíbulas masticadoras córneas para ingerir la pulpa del repollo, los niños poseen ojos y oídos bien abiertos, y mentes receptivas y confiadas para absorber el lenguaje y otras formas de conocimiento. Son suéteres del saber adulto.
Mareas de datos, gigabytes de sabiduría, entran a raudales a través de los pórticos del cráneo infantil, y la mayor parte se origina en la cultura que han construido los padres y las generacionesde antepasados. Pero es importante no llevar demasiado lejos la analogía de la oruga. Los niños se transforman en adultos gradualmentey no de golpe como las orugas que se metamorfosean en mariposas.Recuerdo que una vez, en Navidad, intenté entretener a una niña de seis años calculando con ella el tiempo que tardaría Papá Noel en descender por todas las chimeneas del mundo. Si la altura media de una chimenea es de 6 metros y existen, pongamos por caso, 100 millones de casas con niños, ¿con qué rapidez, me preguntaba yo en voz alta, tendría que bajar zumbando por cada chimenea para poder terminar su trabajo en el amanecer del día de Navidad? Apenas tendría tiempo de entrar de puntillas y sin hacer ruido en la habitación de cada niño, porquenecesariamente tendría que romper la barrera del sonido. La niña comprendió y se dio cuenta de que había un problema, pero esto no la preocupó lo más mínimo. Dejó de lado el tema sin indagar más. Nunca pareció cruzar por su mente la posibilidad evidente de que sus padres le hubieran estado contando mentiras. Ella no lo habría dicho con estas palabras, pero la implicación era que, si las leyes de la física hacían imposible la hazaña de Papá Noel, tanto peor para las leyes de la física. Sus padres le habían dicho que bajaba por todas las chimeneas durante las pocas horas de la Nochebuena, y eso bastaba. Tenía que ser así porque papá y mamá lo habían dicho.
Pienso que la candidez confiada puede ser normal y saludable en un niño, pero puede convertirse en credulidad enfermiza y censurable en un adulto. Crecer y convertirse en adulto, en el sentido más pleno de la palabra, debería incluir el cultivo de un saludable escepticismo. La predisposición a dejarse engañar puede calificarse de infantil, porque es común (y defendible) en los niños. Sospecho que su persistencia en los adultos surge del deseo (en realidad, del anhelo vehemente) de las seguridades y comodidades perdidas de la niñez.
Este aspecto lo describió muy bien en 1986 Isaac Asimov, el gran escritor de ciencia ficcióny divulgador científico: «Inspecciónese cada una de las muestras de seudociencia y se encontrará una manta de seguridad, un pulgar que chupar, una falda que agarrar». La infancia es, para muchas personas, una Arcadia perdida, una especie de cielo, con sus certezas y sus seguridades,sus fantasías de volar al País de Nunca Jamás con Peter Pan, sus cuentos a la hora de ir a dormir, antes de vernos arrastrados hasta el País del Sueño en los brazos del Osito de Peluche. En retrospectiva, los años de la inocencia infantil pueden pasar demasiado deprisa. Quiero a mis padres porque me llevaron en un vuelo tan alto como el de un águila a través de las copas de los árboles; y por contarme las historias del Hada del Diente y de Papá Noel, de Merlín y sus hechizos, del Niño Jesús y los tres Reyes Magos. Todas estas historias enriquecen la niñez y, junto con muchas otras cosas, contribuyen a que la recordemoscomo una época fascinante.El mundo de los adultos puede parecer un lugar frío y vacío, sin hadas ni Papá Noel, sin País de los Juguetes ni la Narnia de los cuentos infantiles de C.S. Lewis, sin los felices terrenos de caza adonde van las mascotas que mueren, y sin ángeles (ni de la guarda ni de la variedad de jardín). Pero tampoco hay demonios, ni fuego del infierno, ni brujas malvadas, fantasmas, casas encantadas, posesión demoníaca, cocos ni ogros. Es cierto que ni el osito Teddy ni la muñeca Dolly están realmente vivos. Pero existen compañeros de cama adultos a los que asirse, cálidos, vivos, que hablan y piensan, y muchos de nosotros encontramosque éste es un tipo de amor más gratificante que la afección pueril por juguetes rellenos de paja, por blandos y mimosos que sean.
No crecer como es debido significa retener la calidad de «oruga» de la infancia (donde es una virtud) en la edad adulta (donde se convierte en un vicio). En la infancia nuestra credulidad nos es muy útil. Nos ayuda a llenar nuestro cráneo, de manera extraordinariamente rápida,con la sabiduría de nuestros padres y antepasados. Pero si no crecemospara salir de ella en la plenitud del tiempo, nuestra naturaleza de oruga nos convierte en un blanco fácil para astrólogos, médiums, gu-rúes, evangelistas y charlatanes. El genio del niño humano, oruga mental extraordinaria, le sirve para empaparse de información e ideas, no para criticarlas. Si más tarde aparecen las facultades críticas será a pesar de las inclinaciones de la niñez, y no debido a ellas.
El papel secante del cerebro del niño es el plantel poco prometedor, la base sobre la cual posteriormente quizá podrá desarrollarse la actitud escéptica, como una planta de mostaza que pugna por crecer. Necesitamos sustituir la credulidad automática de la niñez por el escepticismo constructivo de la ciencia adulta.Pero sospecho que hay un problema adicional. Nuestra visión del niño como oruga de información es demasiado simple. La programaciónde la credulidad del niño tiene una peculiaridad que resulta casi paradójica hasta que la comprendemos.
Volvamos a nuestra imagen del niño que necesita absorber información de la generación previa lo más rápidamente posible.
¿Qué ocurre si dos adultos, por ejemplo nuestro padre y nuestra madre, nos facilitan opiniones contradictorias?
¿Qué ocurre si nuestra madre nos dice que todas las serpientes son mortíferasy no debemos acercarnos nunca a ellas, y al día siguiente nuestro padre nos dice que todas las serpientes son letales excepto las verdes, y que podemos tener una serpiente verde como mascota?
Ambos ejemplosde consejos pueden ser buenos. El consejo materno tiene el efecto deseado de protegernos contra las serpientes, aunque la generalización no sea aplicable a las serpientes verdes. El consejo más discriminatorio del padre tiene el mismo efecto protector y es mejor en algunos aspectos,pero podría ser fatal si se trasladara, sin revisión, a un país lejano. En cualquier caso, para el niño pequeño la contradicción entre ambos consejos podría ser peligrosamente desconcertante.
Los padres suelen hacer denodados esfuerzos para no contradecirse, y probablemente hacenbien. Pero al «diseñar» la credulidad, la selección natural habría tenido que introducir una manera de habérselas con los consejos contradictorios.Quizás una regla sencilla tal como «Cree cualquier historia que oigas primero» o «Cree a la madre antes que al padre, y al padre antes que a otros adultos de la población».A veces el consejo de los padres advierte específicamente contra la credulidad hacia otros adultos de la población.
He aquí un ejemplo de consejo que los padres tienen que dar a sus hijos: «Si cualquier adulto os pide que vayáis con él y os dice que es amigo de vuestros padres, no lo creáis, por amable que parezca e incluso (o especialmente) si os ofrece caramelos. Id sólo con un adulto que vosotros y vuestros padres ya conozcáis, o bien que lleve un uniforme de policía».
(Recientemente apareció en los periódicos ingleses una historia encantadora: la reina Elizabeth, la Reina Madre, que tiene 97 años, le dijo a su chófer que detuviera el coche cuando advirtió que una niña, que aparentemente se había perdido, estaba llorando. La anciana y amable dama salió para confortar a la niña, y se ofreció a llevarla a su casa. «No puedo», sollozó la niña, «no se me permite hablar con extraños».)
Un niño tiene la obligación de ejercer, en determinadas circunstancias, lo opuesto a la credulidad: un tenaz apego a una afirmación previa de un adulto frente a una afirmación posterior contradictoria, por muy tentadoramente plausible que sea.
Así pues, los calificativos «ingenuo» y «crédulo» no son estrictamente aplicables a los niños. Las personas verdaderamente crédulas creen cualquier cosa que acaban de oír o leer, aunque contradiga lo que han oído o leído antes.
La cualidad infantil que intento describir no es la pura ingenuidad, sino una combinación compleja de credulidad combinada con su opuesta: el tozudo mantenimiento de una creencia, una vez adquirida. Así, la receta completa es una credulidad temprana extrema seguida de un inmovilismo igualmente obstinado. Es fácil ver lo devastadora que puede ser esta combinación.
Aquellos viejos jesuítas sabían lo que hacían: «Dadme al niño durante sus siete primeros años, y os devolveré al hombre»
- Excepto el de escala. No es posible la existencia de seres humanos del tamaño indicado,por la misma razón que no es posible la existencia de ratones del tamaño de elefantes ni de elefantes del tamaño de ratones. Sostener el peso de un cuerpo grácil como el de un elfo o muy pesado como el de un gigante (y mantenerlo en sus funciones vitales normales) demanda adaptaciones biológicas que no pueden producir, como resultado final, un ser humano en miniaturao gigantesco. (N. del T.)
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