Nuestra Ética Sexual
Por: Bertrand Russell
La sexualidad, más que ningún otro aspecto de la vida humana, sigue siendo abordada de modo irracional aún por la mayoría de nosotros.
El homicidio, la peste, la locura, el oro y las piedras preciosas (todas esas cosas, en fin, que son objeto de la esperanza y las pasiones humanas) han sido contemplados en el pasado con ojos mágicos o mitológicos.
El sol de la razón ha logrado ya disipar muchas zonas nebulosas, pero no ha alcanzado aún algunos rincones. Los nubarrones más densos se concentran en el terreno de la sexualidad, algo que tal vez sea bastante comprensible si consideramos que el sexo es un aspecto que despierta las pasiones de la mayoría de las personas.
Pero cada vez es más evidente que las circunstancias actuales del mundo están provocando un cambio en la actitud de la gente hacia el sexo.
No se puede prever con certeza qué cambio o cambios van a producirse, pero sí podemos distinguir algunas de las fuerzas que ahora están actuando y discutir los posibles resultados que pueden provocar en la estructura de la sociedad.
En lo que respecta a la naturaleza humana, no puede asegurarse que sea imposible implantar una sociedad en la cual haya muy poco trato sexual fuera del matrimonio; sin embargo, en la vida moderna sería muy difícil conseguir las condiciones necesarias para alcanzar ese objetivo.
Consideremos cuáles son.
Un factor esencial que favorece la monogamia es la inmovilidad en una zona donde haya pocos habitantes. Si el hombre no tiene apenas ocasiones de salir, y rara vez ve a otra mujer que no sea su esposa, le resulta fácil ser fiel; pero si viaja sin ella o vive en una ciudad populosa, le será proporcionalmente mucho más difícil.
Otra influencia para lograr la monogamia es la superstición; quienes creen sinceramente que el pecado lleva al castigo eterno pueden intentar evitarlo, y lo consiguen hasta cierto punto, aunque no tanto como podría esperarse.
El tercer factor que favorece la virtud es la opinión pública; en las sociedades agrícolas, donde los vecinos saben todo lo que uno hace, hay motivos poderosos para no romper los convencionalismos.
Pero hoy en día estos motivos tienen mucha menos fuerza de la que solían tener: la gente no vive tan aislada, la creencia en el fuego del infierno ha ido desapareciendo y en las grandes urbes nadie sabe lo que hace su vecino.
De modo que no es tan sorprendente que, tanto los hombres como las mujeres, sean menos monógamos de lo que eran antes de la moderna era industrial.
Algunos afirmarán que, aunque un numero cada vez mayor de gente deje de observar estas leyes morales, eso no es motivo para que nosotros también alteremos nuestras normas, ya que de por sí ese código ético es igual de bueno, aunque se haya hecho más difícil de cumplir.
Yo respondería que un código ético es bueno o malo según fomente o no la felicidad humana.
Muchos adultos conservan en lo profundo de sus corazones las enseñanzas que recibieron en la niñez y se sienten pecadores cuando sus vidas no siguen el rumbo que les fue indicado en la escuela dominical. El daño que se produce no es únicamente la escisión que provoca entre la personalidad razonable consciente y la personalidad infantil inconsciente; reside también en el hecho de que, junto con las partes no válidas de la moral tradicional, se desacreditan también los aspectos válidos, y se llega a pensar, por ejemplo, que si el adulterio es excusable lo son también la ociosidad, la deshonestidad o la crueldad.
Este peligro está estrechamente relacionado con un sistema que enseña a los jóvenes un conjunto de creencias que tienen que desechar en bloque cuando son adultos; cuando entran en la fase de rebeldía social y económica es muy probable que desechen tanto lo bueno como lo malo.
El conflicto que existe entre los celos y la tendencia a la poligamia es una de las principales dificultades para alcanzar una ética sexual viable.
No hay duda de que los celos, aunque tengan algo de instintivo, son convencionales en muy alto grado.
En los grupos humanos donde el hombre es objeto del ridículo social si su mujer le es infiel, el marido se sentirá celoso aunque no la quiera.
De este modo, los celos van íntimamente unidos al sentido de propiedad, y disminuyen cuanto más se carece de dicho sentido; si la fidelidad no fuera convencional, los celos serían menos frecuentes.
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