Por: Pepe Rodríguez

TOMADO DEL CAPÍTULO 16 DE MENTIRAS FUNDAMENTALES DE LA IGLESIA 

La «Inmaculada Concepción», un dogma de fe fundamental de la Iglesia católica… que no fue impuesto a los creyentes como tal hasta el año 1854.

El día 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX proclamó el decreto siguiente:

«Nos, por la autoridad de Jesucristo, nues­tro Señor, de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y por la nuestra propia, declaramos, promulgamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santa Virgen María, en el primer instante de su concepción, debido a un privilegio y una gracia singulares de Dios Omnipotente, en consideración a los meritos de Jesucristo, el Salvador de la humanidad, fue preserva­da libre de toda mancha del pecado original, ha sido revelada por Dios, y por lo tanto ha de ser firme y constantemente creída por todos los fieles.»

Diecinueve siglos después de su nacimiento y de su parto prodigioso, la honra de María era definitivamente puesta a salvo de dudas y murmuraciones afirmando oficialmente que su pureza no era ninguna suposición teológica sino una reve­lación de Dios.

La tardanza quizá fuese excesiva, pero cabe recordar que a Jesús, base del cristianismo, no le declararon oficialmente como consustancial con Dios hasta el año 325. La religión católica, como el vino, ha ido aumentando su gra­do de divinidad gracias al paso del tiempo. Según el Catecismo católico, «para ser la Madre del Salva­dor, María fue “dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante” (LG 56). El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como “llena de gracia” (Lc 1,28).

En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios».364 Parece obvio que estar «llena de gracia» divina debe significar algo notable, pero carece absolutamente de fundamento el deducir de Lc 1,28 que María «fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción»365 Desde la pésima traducción de la Vulgata, los. católicos reproducen el pasaje de Lc 1,28 como: «Presentándose a ella [el ángel Gabriel], le dijo: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo», pero la traducción correcta es la de: «… le dijo: ¡Te saludo, gran favorecida! El Señor esté contigo», que aporta un matiz bien distinto.

El sentido claro dc lo que la Iglesia ha traducido por «llena de gracia» es el dc mujer «muy favoreci­da» o especialmente escogida para lo que se le anunciará a continuación; y el ángel muestra su deseo cortés —habitual en los saludos hasta el día de hoy— de que el Señor «esté» con María, pero no afirma que ya «es» con ella. Leyendo todo el relato de la anunciación, no se encuentra en parte alguna que María «estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios». Lucas prosigue: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios,366 y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo. (…) El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra,367 y por esto ci hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,30-36). ¿Dónde se dice que concebirá sin mácula ninguna?

De hecho, el propio comportamiento de María después de parir a Jesús denota que ella misma fue la primera en creer que sí tenía mancha o pecado. «Así que se cumplieron los días de la purificación conforme a la Ley de Moisés, le lleva­ ron a Jerusalén para presentarle al Señor, según está escrito en la Ley del Señor que “todo varón primogénito sea consa­grado al Señor”, y para ofrecer en sacrificio, según lo prescri­to en la Ley del Señor, un par de tórtolas o dos pichones»(Lc 2,22-24); «al entrar los padres con el niño Jesús para cumplir lo que prescribe la Ley» (Lc 2,27) quedó demostrado que María fue al templo a ofrecer un sacrificio expiatorio porque se sentía impura según la Ley de Dios.368 Para analizar en su justa medida el personaje de María, hoy fundamental en la Iglesia católica, hay que tener en cuenta que su figura apenas tiene presencia en los textos del Nuevo Testa­mento. María sólo fue citada por su nombre 18 veces (dos en relatos referidos a la vida pública de Jesús y el resto en los epi­sodios de su infancia) y en 35 ocasiones fue mencionada como «madre» de Jesús.

Eso es todo. Y, tal como ya mostramos en el capítulo 3, no hay nada sólido en las Escrituras que permita tan siquiera suponer que la madre del nazareno le concibiese mi­lagrosamente y mantuviese su virginidad perpetuamente

¿Cómo es posible que Dios no inspirase la verdadera impor­tancia y virtud de María a los redactores de los Evangelios?
En este sospechoso silencio de Dios se fundamentó la opo­sición a la doctrina de la «inmaculada concepción» que mantu­vieron, entre otros, padres de la Iglesia tan importantes como san Bernardo, san Agustín, san Pedro Lombardo, san Alberto el Grande, santo Tomás de Aquino y san Antonio, o papas como León 1 (440)369, 369 Gelasio(492)370 o Inocencio III (1216).
La lenta carrera dc María hacia la gloria celestial tuvo su más poderoso y fundamental impulso en el siglo y, con la ve­hemente defensa que el patriarca Cirilo de Alejandría —tal como ya vimos en el capítulo 6— hizo de María como Theo­tákos —madre dc Dios o Dei genitrix—, una proposición que acabó siendo ratificada por la Iglesia católica al procla­marla como Mater Dei.
De modo oficial, sin embargo, María no fue «preservada libre de toda mancha del pecado original» hasta el año 1854, como ya señalamos, y no se aseguró su asunción a los cielos ¡hasta 1950! Casi un siglo después del celebrado pronunciamiento de Pío IX, otro pontífice homónimo, Pío XII, hablando ex ca­thedra, eso es de modo infalible, decretó, el 1 de noviembre de 1950, que:

«Por la autoridad de Jesucristo, nuestro Señor, de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y por la nuestra propia declaramos, promulgamos y definimos que es un dogma di­vinamente revelado: que la Inmaculada Madre de Dios, Ma­ría siempre virgen, al terminar su vida terrenal, fue elevada a la gloria celestial en cuerpo y alma.
Por tanto, si alguno se atreve (Dios no lo permita) a negar voluntariamente o a du­dar lo que ha sido definido por nosotros, sepa que ha aposta­tado completamente la fe divina y católica.»

Sin duda resulta chocante que Pedro y Pablo, cuya autoridad invocó Pío XII, no le dedicaran a María ni una sola línea —ya en la tierra como en el cielo— en sus escritos neotestamentarios.
Mircea Eliade y Joan P. Couliano, expertos mitólogos, han resumido el proceso evolutivo de la figura de María con estas palabras: «La posición que se impondrá está expresada, en el siglo u, por el Protoevangelio de Santiago:371 María permaneció virgo in partu y post partum, es decir, fue semper virgo.

En el conjunto de los personajes del escenario primor­dial cristiáno, María terminó asumiendo un papel cada vez más sobrenatural. Así, el segundo concilio de Nicea (789) la coloca por encima de los santos, a los cuales se les reserva simplemente la reverencia (douleia), mientras que a María se le debe tributar la “superreverencia” (hyperdouleia). Insensi­blemente María se convierte en un personaje de la familia di­vina: la Madre de Dios. La dormitio virginis se transforma en Maria in caelis adsumpta; María, a quien los franciscanos ex­cluyen del pecado original, termina convirtiéndose en Mater Ecclesiae, mediatrix e intercessor en favor del género humano ante Dios.
De esta manera el cristianismo instaura en ci cielo un modelo familiar mucho menos riguroso e inexorable que el patriarcado Solitario del Dios bíblico.»372 Pero este proceso no fue todo lo lineal ni limpio que pare­ce sugerir el párrafo anterior. En el siglo ni los padres de la Iglesia le habían reprochado a María pecados tan graves como «falta de fe en Cristo», «orgullo», «vanidad», etc.

Durante el siglo iv se valoró a María por debajo del más insignificante de los mártires; así, por ejemplo, en las oraciones litúrgicas cul­turales se veneraba a los santos citándolos por su nombre, pero María sólo fue incluida en esas prácticas a partir del siglo V. La primera iglesia dedicada a María no se construyó hasta finales del siglo IV, en Roma -ciudad en la que actual­mente hay más de ochenta consagradas a ella-, y no hubo señal alguna de culto mariano hasta pasado el concilio de Éfeso (431), donde el padre de la Iglesia Cirilo de Alejandría logró imponer el dogma de la maternidad divina de María mediante cuantiosos sobornos. El concilio de Éfeso fue convocado por el emperador Teo­dosio II  en 373 pero, debido a los problemas de desplazamiento y enfermedad (incluso muerte) que afectaron a numerosos obis­pos, se retrasó quince días su fecha de comienzo.

Por fin, aún faltando por llegar obispos importantes y contraviniendo la voluntad gubernamental, Cirilo —a quien Teodosio II acu­saba de ser «soberbio» y tener «afán disputador y renco­roso»— decidió inaugurar el sínodo por su cuenta, aseguran­dose con tal maniobra el tener una mayoría favorable a sus intenciones contrarias a Nestorio. El documento que salió de la primera sesión de ese sínodo fue una victoria rotunda para Cirilo, ya que se le hizo saber al obispo Nestorio, ausente del plenario, que: «El santo sínodo reunido en la ciudad de Éfeso por la gracia del más pío de los emperadores, santo entre los santos, a Nestorio, el nuevo Ju­das: Has de saber que a causa de tus impías manifestaciones y de tu desobediencia frente a los cánones del santo sínodo has sido depuesto este 22 de junio y que ya no posees rango algu­no en la Iglesia.» Con la euforia del éxito contra la herejía nestoriana —que se celebró por las calles con gran pompa y alboroto—, los textos conciliares se olvidaron de mencionar lo que les adjudica la Iglesia y no aparece en ellos ninguna de­finición dogmática de María como Theotákos, como madre de Dios.

Pero el concilio tendría una segunda parte cuando, días después, al llegar por fin a Éfeso los obispos sirios —«los orientales»—, reclamaron la presencia de Candidiano —co­misionado imperial y protector del concilio, que había sido imperiose et violenter expulsado del sínodod Cirilo— y se reunieron, junto con los prelados que se habían opuesto a Cirilo, en legítimo concilio. De sus deliberaciones salió la de-posición de Cirilo y del obispo local Memnón (cuyas hordas de monjes fanáticos obligaron a Nestorio a refugiarse bajo la protección militar) y la excomunión de los restantes padres conciliares hasta que no condenasen las doctrinas de Cirilo que habían aprobado, puesto que eran «frontalmente opues­tas a la doctrina del Evangelio y de los apóstoles». Este decre­to conciliar, emitido en campo contrario, encrespó los áni­mos de las multitudes controladas por Cirilo y Memnón y la situación se volvió caótica. Inmediatamente se cruzaron decretos de uno y otro conci­lio en los que se deponían y excomulgaban mutuamente.

Fi­nalmente tuvo que intervenir el tesorero imperial y, mediante un decreto del monarca, depuso y arrestó a Cirilo, Memnón y Nestorio. Fue precisamente en esta fase tan virulenta del con­cilio de Éfeso cuando Cirilo presentó oficialmente su dogma de María como Theotókos o madre de Dios..374 aunque, cier­tamente, lo hizo después de dilapidar la fortuna de la Iglesia de Alejandría repartiendo eulogias —«donativos»— con el fin de lograr no sólo liberarse de su arresto sino ganarse las sim­patías de la corte imperial hacia su propuesta. San Cirilo, que fue distinguido como Doctor Ecclesiae —el maximo título dentro de la Iglesia católica— hace apenas un siglo,375 «untó con gigantescas sumas a altos funcionarios, usando así sus “conocidos recursos de persuasión”, como dice Nestorio con sarcasmo —que no le duraría mucho, desde lue­go—, de sus “dardos dorados”.

Dinero, mucho dinero: dinero para la mujer del prefecto pretoriano; dinero para camareras y eunucos influyentes, que obtuvieron singularmente hasta 200 libras de oro. Tanto dinero que, aunque rebosante de riqueza, la sede alejandrina hubo de tomar un empréstito de 1.500 li­bras de oro, sin que ello resultase a la postre suficiente, de modo que hubo que contraer considerables deudas. (…) En una palabra, cl doctor dc la Iglesia Cirilo se permitió, sin de­trimento de su santidad sino, más bien, al contrario, ponién­dola cabalmente así de manifiesto, “maniobras de soborno de gran estilo” (Gaspar), pero, al menos, maniobras tales —escri­be complacido cl jesuita Grillmeier— “que no erraron en sus objetivos”. Disponemos de inventario de aquellas maniobras constatables en las actas originales del concilio. Una carta de Epifanio, archidiácono y secretario (Synce/lus) de Cirilo al nuevo patriarca de Constantinopla, Maximíano, menciona los «regalos”, una lista adjunta los desglosa exactamente, y el pa­dre de la Iglesia Teodoreto, obispo de Ciro, informa como tes­tigo ocular.

El dogma costó lo suyo, no cabe duda. A fin de cuentas ha mantenido su vigencia hasta hoy y el éxito santifica los medios».376 En relación con el pasado mítico pagano en el que tanto y tan bien se ha inspirado todo lo que es fundamental en el cris­tianismo, Karlheinz Deschner señala con razón que «de se­guro que también jugó su papel el que el dogma de la mater­nidad divina de María tomase cuerpo precisamente en Éfeso, es decir, en la sede central de la gran deidad madre pagana, de la Cibeles frigia, de la diosa protectora de la ciudad, Artemi­sa, cuyo culto, rendido por peregrinos, era algo habitual des­de hacía siglos para los efesios. Artemisa, venerada especial­mente en mayo, como Intercesora’, “salvadora” y por su virginidad perpetua, acabó por fundir su imagen con la de María»377 Regína Vírginum. Amén. 364 Cfr. Santa Sede (.1992>. Op. cit., p. 115, párrafo 490. 365 Ibíd,p. 115, párrafo 491. 366
La traducción más correcta del original es «has hallado favor a los ojos de Dios». 367 La traducción más correcta del original es «y el poder del Altísi­mo te envolverá en [con] su sombra». 368 La Ley se contiene en el capítulo 12 del Levítico. «Cuando dé a luz una mujer y tenga un hijo, será impura durante siete días. (…> El octavo día será circuncidado el hijo, pero ella se quedará todavía en casa durante treinta y tres días en la sangre de su purificación; no tocará nada santo ni irá al santuario hasta que se cumplan los días de su purificación. (…) Cuando se cumplan los días de la purificación. (…) presentará ante el sacerdote (…) un cordero primal en holocausto y un pichón o una tórtola en sacrificio por el pecado (…> Si no puede ofrecer un cordero, tomará dos tórtolas o dos pichones» (Lev 12,1-8). 369 «Sólo el Señor Jesucristo entre los hijos de los hombres nació in­maculado», afirmó León 1 (Cfr. Sermón 24 de Nativ. Dom.). 370 Corresponde sólo al Cordero Inmaculado el no tener pecado alguno (Cfr. Gelassi Papae Dicta, vol. 4 Colosenses 1241. 371 En este texto apócrifo (considerado falso por la Iglesia), que se ocupa exclusivamente de la historia de María, se relata que: «cl Gran Sa­cerdote (1..) oró por María. Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció, diciéndole: Zacarías, Zacarías, sal y convoca a todos los viudos dcl pueblo, y que éstos vengan cada cual con una vara, y aquel a quien el Señor le envíe un prodigio, de aquél será María la esposa. (…) Y José, abandonando sus herramientas, salió para agruparse a los demás viudos, y todos congrega­dos, fueron a encontrar al Gran Sacerdote.

Este recogió las varas dc cada cual (…) penetró en cl templo y oró, (…> salió, se las devolvió a sus dueños ­respectivos, y no notó en ellas prodigio alguno. Y cuando José tomó la úl­tima, he aquí que una paloma salió de ella, y voló sobre la cabeza dcl viu­do. Y el Gran Sacerdote dijo a José: Tu eres cl designado por cl Señor, para tomar bajo tu guarda a la Virgen dcl Altísimo. Más José se negaba a ello diciendo: Soy viejo, y tengo hijos, mientras que ella es una niña. No quisiera servir dc irrisión a los hijos de Israel. (…) Y José, lleno dc temor, recibió a María bajo su custodia… » (Cfr. Protoevangclio dc Santiago, ca­pítulo IX, párrafos 1 a 3). En los capítulos siguientes se cuenta cómo José, tras seis meses de ausencia de su casa, se encontró a María embarazada y se planteó denunciarla por su infidelidad, pero tras ser «confortado» por un ángel aceptó su concepción por obra del Espíritu Santo (capítulos X a XXII).

De este texto procede buena parte dc las leyendas que rodean cl nacimiento de Jesús tal como se lo conmemora aún mediante los belenes navideños. 372 Cfr. Eliade, M. y Couliano, I.P. (1992). Diccionario de las reli­giones. Barcelona: Paidós, p. 118. 373 Este sínodo, tal como fue la norma en los ocho primeros «conci­lios ecuménicos», fue convocado por el emperador, no por el papa. Por esta razón, el papa Pío XI, en su encíclica Lux Veritatis (25 de diciembre (le 1931), faltó a la verdad cuando dijo que el concilio se reunió por man­dato del papa Celestino 1 (»Iussu Romani Pontificis CaeLestini 1»). 374 «Ita non dubitaverunt sacram virginem Deiparam appeIlare (Cfr. De incamatione, en Denzinger, H. (1957). Op. cit., pp. 57). 375 Por decreto de la Sagrada Congregación para los Ritos fechado el 28 de julio de 1882. 376 Cfr. Deschner, K. (1992). Op. Cit., pp. 51 – 52 377 Ibíd,p.52.

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