Por: Stephen Jay Gouldevolucion

Kirtley Mather, quien murió en 1980 a los noventa años, fue un pilar tanto de la Ciencia como de la religión cristiana en los Estados Unidos y uno de mis amigos más queridos. La diferencia de casi medio siglo entre nuestras edades evaporó anteriormente nuestros intereses comunes.

La cuestión más curiosa que compartimos, fue una batalla que cada uno luchó a la misma edad. Por Kirtley había ido a Tennessee con Clarence Darrow para testificar a favor de la evolución en los juicio
s de Scopes de 1925. Cuando pienso que estamos entrampados nuevamente en la misma lucha por una de los conceptos más documentados, más convincentes y excitantes de toda la Ciencia, no sé si reír o llorar.

De acuerdo a los principios idealizados del discurso científico, el despertar de tópicos aletargados debería reflejar datos frescos que dan una vida renovada a las nociones abandonadas. Aquellos que están fuera del debate actual podrían por consiguiente ser excusados por sospechar que los creacionistas han traído a colación algo nuevo, o que los evolucionistas han generado algún problema interno muy serio. Darrow y Bryan fueron al menos más entretenidos que nosotros, antagonistas menores de hoy.

El ascenso del creacionismo es política, simple y llanamente; representa un punto (y de ninguna manera el más preocupante) del derecho evangélico resurgente. Los argumentos que parecieron locos hace sólo una década, han vuelto a entrar a la corriente del pensamiento actual. El ataque básico de los creacionistas modernos se divide en dos puntos generales antes incluso que nosotros alcancemos los supuestos detalles reales de su asalto contra la evolución.

Primero, ellos juegan sobre el malentendido vernáculo de la palabra “teoría” para llevar a la falsa impresión que nosotros los evolucionistas estamos encubriendo el centro podrido de nuestro edificio. Segundo, ellos abusan de una filosofía de la ciencia muy popular para argumentar que ellos se comportan científicamente a la hora de atacar a la evolución.

Sin embargo, la misma filosofía demuestra que su propia fe no es ciencia, y que el “creacionismo científico” es una frase sin sentido y auto-contradictoria, un ejemplo de lo que Orwell llamó “neolengua” o forma de expresión formal que sirve para fines políticos.

En la jerga estadounidense1, “teoría” frecuentemente significa “hecho imperfecto” –parte de una jerarquía de certidumbre que corre cuesta abajo desde hecho a teoría, hipótesis y suposición. De esta manera los creacionistas pueden (y lo hacen) argumentar: la evolución es “solamente” una teoría, y el debate intenso ahora se ensaña contra muchos aspectos de la teoría. Si la evolución es menos que un hecho, y los científicos no pueden ni siquiera decidirse acerca de la teoría, ¿entonces qué confianza podemos nosotros tener en ella? Ciertamente, el presidente Reagan hizo eco de este argumento ante un grupo evangélico en Dallas cuando dijo (en lo que yo devotamente creo que fue retórica política): “Bueno, es una teoría.

Es solamente una teoría científica, y en los años recientes ha sido cuestionada en el mundo de la ciencia –es decir, no se cree dentro de la comunidad científica que sea tan infalible como alguna vez lo fue.” Bueno, la evolución es una teoría. Es también un hecho. Y los hechos y las teorías son cosas diferentes, no son peldaños en una jerarquía de certeza creciente. Los hechos son los datos del mundo. Las teorías son las estructuras de ideas que explican e interpretan los hechos. Los hechos no se esfuman cuando los científicos debaten teorías rivales para explicarlos.

La teoría de la gravedad de Einstein reemplazó la de Newton, pero las manzanas no quedaron suspendidas a medio caer, esperando el resultado. Y los humanos evolucionaron de ancestros simiescos tanto si lo hicieron a través del mecanismo propuesto por Darwin o por algún otro, todavía no descubierto. Por otra parte, “hecho” no significa “certeza absoluta”. Las pruebas finales de la lógica y las matemáticas fluyen deductivamente de premisas indicadas y logran certeza sólo porque no tratan acerca del mundo empírico.

Los evolucionistas no hacen afirmaciones de verdades absolutas, aunque los creacionistas frecuentemente lo hacen (y luego nos atacan por un estilo de argumento que ellos mismos propician). En la Ciencia, un “hecho” sólo puede significar “confirmado a tal grado que sería perverso detener su aceptación provisional”. Yo supongo que las manzanas podrían comenzar a elevarse mañana, pero la posibilidad no merece igual tiempo en los salones de clases de física.

Los evolucionistas han sido claros acerca de la distinción entre hecho y teoría desde el inicio, si solamente porque hemos siempre reconocido cuan lejos estamos de entender completamente los mecanismos (teoría) por los cuales la evolución (hecho) ocurrió. Darwin continuamente enfatizó la diferencia entre sus dos grandes y separados logros: establecer el hecho de la evolución, y proponer una teoría –la selección natural- para explicar el mecanismo de la evolución.

Él escribió en La Descendencia del Hombre: “Yo tengo dos objetivos distintos en vista: primeramente, mostrar que las especies no han sido creadas aisladamente, y segundo, Charles Darwin que la selección natural ha sido el agente principal de cambio… Por lo tanto, si he errado en… haber exagerado el poder [de la selección natural]… Yo he al menos, eso espero, hecho un buen servicio en ayudar a derrocar el dogma de las creaciones separadas.” De este modo Darwin reconoció la naturaleza provisional de la selección natural mientras afirmaba el hecho de la evolución.

El fructífero debate teórico que Darwin inició nunca ha cesado. Desde los 40’s hasta los 60’s, la misma teoría de la evolución de Darwin alcanzó una hegemonía temporal que él nunca disfrutó en su vida. Pero el debate renovado caracteriza nuestra década, y mientras que ningún biólogo cuestiona la importancia de la selección natural, muchos dudan de su omnipresencia. En particular, muchos evolucionistas alegan que cantidades sustanciales de cambios genéticos podrían no estar sujetas a la selección natural y podrían diseminarse a través de las poblaciones al azar.

Otros están cuestionando el lazo de la selección natural de Darwin con el cambio gradual e imperceptible a través de todos los grados intermedios; ellos argumentan que los eventos más evolutivos podrían ocurrir mucho más rápido de lo que Darwin imaginó. Los científicos consideran los debates sobre los tópicos fundamentales de la teoría como una señal de salud intelectual y fuente de excitación. La Ciencia es –¿y cómo más puedo decirlo?– más divertida cuando juega con ideas interesantes, examina sus implicaciones, y reconoce que la información antigua podría ser explicada en sorprendentes formas nuevas.

La teoría evolutiva está disfrutando ahora este vigor inusual. Pero en medio de todo este revuelo, ningún biólogo ha sido llevado a dudar del hecho que la evolución ocurre; nosotros estamos debatiendo como pasa. Todos estamos tratando de explicar la misma cosa: el árbol de la descendencia evolutiva concatenando a todos los organismos por lazos de genealogía. Los creacionistas pervierten y caricaturizan este debate a través del olvido consciente de la convicción común que yace bajo él, y sugieren hipócritamente que los evolucionistas ahora dudamos del propio fenómeno que afanosamente tratamos de entender.

En segundo lugar, los creacionistas claman que “el dogma de las creaciones separadas” tal como Darwin lo caracterizó hace un siglo, es una teoría científica que merece igual tiempo que la Evolución en el programa de estudio de biología de la escuela secundaria. Pero un punto de vista popular entre los filósofos de la ciencia desmiente este argumento creacionista. El filósofo Karl Popper ha argumentado por décadas que el estándar contra el cual la ciencia es medida, es la falsabilidad de sus teorías.

Nosotros nunca podemos probar absolutamente, pero podemos falsar. Un conjunto de ideas que no puede, en un principio, ser falsado, no es ciencia . Todo el programa creacionista incluye poco más que un intento retórico para falsar la evolución presentando supuestas contradicciones entres sus partidarios. Su modo de creacionismo, dicen ellos, es “científico” pues sigue el modelo Popperiano al tratar de demoler la Evolución. Sin embargo, el modelo Popperiano debe aplicarse en ambas direcciones.

Uno no se vuelve un científico simplemente tratando de falsar un sistema rival y verdaderamente científico; uno tiene que presentar un sistema alternativo que también satisfaga el criterio Popperiano –que también debe ser falsable en un principio. “Creacionismo científico” es una frase autocontradictoria y sin sentido precisamente porque no puede ser falsada. Yo puedo imaginar observaciones y experimentos que refutarían cualquier teoría evolutiva que conozca, pero no puedo imaginar que datos potenciales podrían llevar a los creacionistas a abandonar sus convicciones.

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