Por: Osvaldo Meza.
Manfred Spitzer es un psiquiatra investigador alemán, aún activo, que, a juzgar por su bibliografía, está más que interesado en la relación existente entre las tecnologías emergentes y la mente, sobre todo en cómo estas afectan el aprendizaje y más que nada cómo estas afectan a los niños.
El libro en cuestión es no solamente una exposición rigurosamente científica sobre el tema en cuestión sino también es una toma de postura ante un fenómeno que para el autor es más que evidente: el uso irrestricto de la tecnología digital fomenta la demencia, léase esto como un deterioro paulatino y permanente de las habilidades cognitivas o intelectuales superiores.
Ni bien se leen las primeras páginas, uno no puede evitar recordar a otro autor con temática similar, Nicholas Carr, cuyo libro: Superficiales, lo que hace internet con nuestras mentes, trata el efecto que internet tiene sobre el desempeño intelectual. Recordemos que Carr publicó su libro en 2012, un poco antes de la super masificación de los teléfonos inteligentes. De todos modos, el libro de Spitzer también es del mismo año. El mismo Spitzer reconoce que coincide en interés con el periodista y va un paso más allá al aportar evidencia sobre los efectos de la tecnología tanto en la cognición como en el comportamiento.
Haciendo eco del viejo adagio de la historia se repite, introduce el problema en cuestión con una analogía para resaltar el peligro que hoy nos explota en la cara. Menciona un aparato que particularmente yo no conocía, conocido como podoscopio, que se comercializó masivamente en los Estados Unidos entre los años 20 y 50. Primeramente en zapaterías, como un intento de medir lo más exactamente los pies para no comprar zapatos inadecuados (un lujo caro en la época de la Gran Depresión), por lo que los que más lo utilizaban eran los niños, con el aval de los ahorrativos padres, obviamente. Luego su uso se pervirtió hasta convertirse en un divertimento que las tiendas ofrecían como atracción a todos los niños curiosos. El problema está en que el aparato en cuestión era cualquier cosa menos un juguete: ¡FUNCIONABA A BASE DE RAYOS X! La analogía es reveladora. Lo único que excusa a los, con mucha seguridad amorosos padres, es la ignorancia sobre los deletéreos efectos de los rayos X en seres vivos, ni qué decir en niños.
La pregunta es: ¿qué excusas podría poner nuestra generación?
Resultaría irónico y hasta paradójico alegar ignorancia sobre un problema endémico, ya que vivimos en la era de la información. Tal vez no se lo vea como un problema, aún.
Valiéndose de analogías sencillamente incuestionables y bien pensadas, el autor nos hace ver lo nocivo que sería delegar nuestras propias responsabilidades, ya sea como adultos, como padres o como miembros de una sociedad, a las tecnologías emergentes. Responsabilidades como la básica pero imprescindible tarea, de forjar nuestras mentes para ser capaces de resolver problemas complejos. En el aprendizaje no puede haber atajos y quien crea que manejar un celular lo vuelve más hábil, debería pensar en qué está cediendo a cambio. Dice el autor, que así como uno que se acostumbra a usar un ascensor, de a poco va perdiendo tono muscular y capacidad cardíaca, así también el uso de tecnologías que facilitan la información, haciendo prescindible la memoria, terminan debilitando a esta última, de manera que vamos perdiendo esa asombrosa capacidad. Aquel que piensa que la tecnología es neutral, debe informarse mejor al conocer el modelo de negocio detrás de las tecnologías emergentes.
Posteriormente comenta el caso de la campaña por muchos conocida: una computadora por niño, contrastándola con la evidencia del pésimo resultado en el aprendizaje de niños, sobre todo en los países en desarrollo (menciona a Paraguay incluso). Posteriormente se supo que todo fue una estrategia mercadotécnica para vender un determinado sistema operativo. Los niños fueron las víctimas, no los beneficiados.
Otro capítulo trata sobre la paradoja de las redes sociales, demostrando que cuantos más ‘’amigos’’ uno tenga en dichas redes, más solo se siente.
Otro capítulo interesante es sobre los mitos acerca de los nativos digitales, sobre todo en cuanto a la mayor ‘’capacidad de aprendizaje’’ de los mismos, ya que han naturalizado las tecnologías de la información. La realidad es que la profundidad del trabajo intelectual ha sido reemplazada por una superficialidad digital. Se podría afirmar que las ventajas que la tecnología nos ha proporcionado, desvirtuó sus propias soluciones, ya que la inmediatez y disponibilidad dificultan la concentración, robándonos tiempo para asimilar lo leído o si se quiere, aprendido; todo eso porque el acceso a la información no garantiza el aprendizaje. Además, se revela lo nocivo que es la multitarea cuando se quiere trabajar en algo que vale la pena.
Con el respaldo de estudios realizados en poblaciones jóvenes, se evidencia la relación entre la pérdida de autocontrol y es estrés y el papel de la tecnología en la pérdida del autocontrol. Así como también el vínculo entre videojuegos y la falta de sueño y la depresión, el fomento de las conductas adictivas y sus consecuencias en el cuerpo.
El autor concluye diciendo que no existe un factor más decisivo en la salud integral (física, mental, emocional) que la educación, de ahí su afán en demostrar los peligros que implica el uso irrestricto de tecnologías aparentemente inofensivas y sus efectos en el desarrollo neural sobre todo de los niños. Nos invita a pensar, otra vez con una analogía, en nuestra salud de la misma manera que con el calentamiento global (otro gran problema de nuestra generación), en el sentido que lo que hagamos hoy, o dejemos de hacer, tal vez no tenga efecto palpable mañana pero algún día en 20 años se verá. La gran diferencia con el calentamiento global es que no podremos delegarles nuestras propias enfermedades a la siguiente generación, que es lo que siempre hacemos con el cambio climático. Debemos hacernos cargo y mientras más pronto, mejor.
El libro en cuestión no lo encontré en castellano, pero hay varios del mismo autor y la misma temática disponibles en nuestro idioma. Esta reseña es más que nada para invitar a conocer al prof. Spitzer y transmitir su sentido de urgencia al tratar la problemática.
Como conclusión, se puede decir que Internet y la tecnología derivada de ella es como el capitalismo: no se puede consumir crudo, debe ser filtrado y estrictamente vigilado, en el caso que compete, por los propios padres aplicando el juicio crítico.
Comentarios recientes